martes, 20 de marzo de 2018

SAN JOSÉ, SIERVO FIEL Y PRUDENTE. Homilía



SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ 2018
Queridos hermanos:
En medio de nuestro recorrido cuaresmal hacia la Pascua del Señor, nuestra fe hace hoy una parada “litúrgica” que no nos distrae ni nos perturba en el itinerario de conversión que venimos realizando. Es más, San José nos alienta con su ejemplo y su intercesión.
El esposo de la Virgen María, llamado padre nutricio o adoptivo del Salvador, no fue un padre postizo que figuraba en los papeles de aquella familia de Nazaret, mas bien al contrario, padre providentísimo de Jesús se encargó de protegerlo y cuidarlo en medio de las asechanzas de Satanás que quería arrebatar al Niño en la más tierna infancia.
La sagrada liturgia, en el prefacio, le cantará como varón justo y servidor fiel y prudente. En esta expresión concisa se nos dice todo lo que fue San José, un hombre de Dios, que lleno del Espíritu Divino fue creciendo en el camino de la Santidad, vaciándose de si mismo, para llenarse por entero de Dios. Sirvió a Jesús y a María con gran fidelidad y prudencia. Con docilidad confiada aceptó el designio de Dios, no pidió explicaciones, no puso peros, no alegó con planes propios e intereses personales. Con diligencia como nos dice el Santo Evangelio, “se despertó e hizo lo que le mandaba el ángel del Señor. Por eso bien le podemos adjudicar lo que dice el tracto de la misa de hoy “Bienaventurado el que teme al Señor y se alegra de cumplir sus mandatos”…
Nosotros, ¡Cuánto tenemos que imitar a San José! ¡Cuánto tenemos que aprender de él! Como nos cuesta cumplir los mandamientos del Señor, y mucho más nos cuesta cumplirlos con alegría. Pero si queremos practicar este buen ejemplo de San José, empecemos por vivir el don que hemos recibido del Espíritu Santo y crezcamos en el temor del Señor.
Cuanta ternura, cuantos desvelos, cuanta dedicación al cuidado amoroso de su familia. Porque de san José no aprendemos al frío ejecutor del plan de Dios observando el cumplimiento a rajatabla de sus preceptos. No, no. De san José aprendemos al hombre virtuoso desentendido de si, y entregado por completo a llevar a cabo con amor el servicio divino.
El ángel le dice que el Niño que va a nacer “salvará a su pueblo de sus pecados”. Ahora que vamos a celebrar el Misterio de la obra redentora de Cristo mediante su amarga pasión y muerte en la cruz, estamos bien sensibilizados de lo que supondrá la misión del Hijo de Dios, “salvar al pueblo de sus pecados”, san José, que no llegó a conocer la hora de Cristo en este mundo, colaboró fielmente que la redención de la humanidad se llevase a cabo, él fue responsable de la custodia y crecimiento de Jesús, y por tanto, de su buen hacer, fuimos beneficiados todos. Esto también debería hacernos reflexionar sobre en que medida colaboramos nosotros con la extensión del Reino de Cristo y la Salvación de las almas. San José desarrolló con eficacia su misión sin ocupar primeros planos, sin protagonismos, pasando de puntillas por el Evangelio. Fue un hombre discreto al que Dios santificó por su fe y su mansedumbre, escogiéndole entre los hombres. Sabiéndonos hijos muy amados de Dios, también escogidos,  busquemos siempre contribuir a la edificación de la santa iglesia sin afanes de llamar la atención ni buscar la admiración de nadie, más que el agrado de Dios.
Finalmente, en esta hora dramática de nuestro mundo y de la Iglesia, acudamos solícitos al Glorioso Patriarca que interceda por nosotros, que nos inspire sus mismas virtudes, que nos enseñe a servir con fidelidad y prudencia a Dios Nuestro Señor.
P. Carlos