lunes, 26 de marzo de 2018

HOSANNA. SALVANOS, SEÑOR


HOSANNA. SALVANOS, SEÑOR
Domingo de Ramos. Homilía 2018

Con la Bendición de Ramos y la procesión en honor a Cristo Rey da comienzo hoy nuestra celebración iniciando así la semana santa en la que toda la Iglesia conmemora el hecho principal de la vida del Señor y de nuestra redención: su Pasión, Muerte y Resurrección.
Los primeros cristianos cautivados por los extraordinario y admirable de este misterio anunciaban a todos la verdad de este misterio, el kergima de la fe. Jesucristo, Hijo de Dios, que se hizo hombre, ha muerto y ha resucitado. Si crees esto, te salvarás. 
Es por este anuncio por el que nosotros creyentes estamos hoy aquí celebrando estos solemnes ritos. Un anuncio que se ha ido repitiendo a lo largo de la historia desde aquella primera predicación de San Pedro a los judíos: Israelitas, oíd estas palabras: A Jesús el Nazareno, hombre acreditado por Dios ante vosotros por los milagros, signos y prodigios que realizó Dios a través de Él entre vosotros (como bien sabéis), lo matásteis clavándolo por manos impías, entregado conforme al designio previsto y aprobado por Dios. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte...Hechos 2, 22-25. Por lo tanto, todo Israel esté en lo cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías. Hechos 2, 36.
Un anuncio que generación tras generación ha llegado hasta nosotros, “a toda la tierra alcanza este pregón, hasta los límites del orbe ha llegado  lenguaje de la salvación”. Un anuncio del que somos gratuitamente beneficiados y un anuncio que hemos de transmitir también al mundo.  La Iglesia Católica, y nosotros, como hijos suyos, no podemos, no debemos callarnos: Jesucristo, muerto y resucitado, es el Salvador de Todos, el Salvador del mundo, el salvador de nuestra historia, el Salvador de la historia. Quien cree en él, se salvará.

Felizmente, este año, el domingo de Ramos coincide con la fiesta de la Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios en las entrañas purísimas de la Virgen María.  Feliz coincidencia, que nos hace comprender la unidad entre el misterio de la Encarnación y la Redención.
Jesucristo, del que confesamos en el Credo: “Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho;”
Se hizo hombre por nosotros lo hombres, y por nuestra salvación.
Quiso hacerse hombre, para ofrecerse por nosotros,
Quiso hacerse hombre, para pagar con su vida, el precio de la nuestra,
Quiso  hacerse hombre, para  sufrir en su carne la injustica de nuestro pecado, y  
“por nuestra causa fue crucificado”, pagando con su muerte la culpa de nuestro pecado, mostrándonos su eternidad e infinitud de su amor.

Cuando el ángel Gabriel anuncia a la Virgen la concepción del Hijo de Dios en su seno, el ángel revela el nombre que se ha se de poner al niño: Jesús. Al mismo san José el ángel le dirá: “le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”
Y el nombre puesto por Dios a su Hijo nacido de la Virgen María, revela la misión del niño.  Jesús significa “Dios salva”, “Salvador”.
Nuestro Señor Jesucristo manifestó en toda su vida y particularmente en los tres años de su  vida pública, que él era el Mesías esperado que había de salvar al pueblo. Muchos creyeron en él, muchos también por su dureza de corazón se opusieron a él, y no dieron crédito ni a su palabra, ni a sus obras. 

Al entrar hoy Jesús en Jerusalén: “La multitud extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y alfombraban el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor.”
Hosanna: gritaban los niños y aquellas gentes. Hosanna: Es el grito y la oración de aquel que espera ser salvado; pues esta palabra hebrea es la petición de salvación: sálvanos Señor.

Oigamos en las voces de aquellos el grito de la historia, pasado, presente y futuro, el grito de los hombres y mujeres de toda condición, raza, lengua, y nación que en los más profundo de sí necesitan ser salvados, oigamos el grito de tantos indefensos y víctimas de las injusticias, del odio, de la violencia… Oigamos en estas voces, las voces de aquellos que no tienen voz y son silenciados, olvidados e ignorados… Oigamos en estas voces el grito silencioso de aquellos niños que son asesinados por la decisión de sus propias madres y el grito de aquellos mayores que al no ser útiles en la economía de mercado son asesinados con el eufemismo de una muerte digna.

Oigamos en este grito, hermanos, nuestro propio anhelo, deseo y necesidad: “sálvanos, Señor.” O ¿es que no necesitamos ser salvados?  O ¿es que no necesito salvación?

El hombre moderno con los avances de la técnica, de la ciencia y la medicina en una sociedad del bienestar  ha creído que el mismo puede salvarse a sí mismo… pero es esta una ingenuidad que antes o después se descubre como totalmente falsa… pues a la hora de la muerte, ¿qué podemos hacer? ¿quién puede hacer algo por nosotros? ¿Cómo te puedes salvar tú a ti mismo?

Como aquellos niños y aquella muchedumbre, como todos los hombres de todos los tiempos, nosotros necesitamos ser salvados, también nosotros tenemos que decir Hosanna.

Sálvanos, Señor, de nuestro pecado, de nuestra miseria, de nuestra propia contingencia y limitación.
Sálvanos de nuestros egoísmos, de nuestra ambiciones, de nuestro deseo de ser más que los demás…
Sálvanos de nuestras malas pasiones, de nuestras lujurias, perezas, y gulas,  de nuestras iras, envidias, avaricias; sálvanos, Señor, de nuestra soberbia, que nos hace creernos dioses, dueños de nuestras vidas, y que nos hace sentirnos superiores a los demás, despreciando, y tratando mal nuestros prójimos.
Sálvanos, Señor, porque perecemos –como exclamará Pedro-; sálvanos porque en el mar del sufrimiento, de las pruebas, de las luchas y los trabajos, nos hundimos; en el mar del sin sentido y de las dudas, nos ahogamos.
Sálvanos, Señor,  porque antes o después la muerte llamará a nuestra puerta; y si no nos salvas, sólo nos queda la muerte eterna, la condenación, el alejamiento de ti por toda la eternidad.

Comencemos nuestra procesión: levantemos nuestras voces y exclamemos: Hosanna, porque tenemos un Salvador, en él creemos y en él nos confiamos, en él esta nuestra Salvación.
Hosanna, una vez, Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.