05 DE AGOSTO
NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES
(SIGLO IV)
EL poético tema que entraña esta advocación mariana ha tentado a muchos maestros del pincel; pero sólo nuestro gran Murillo —el genial pintor de las Concepciones— ha sabido inmortalizarlo para siempre, en aquellos dos medios puntos maravillosos —«El sueño» y «La procesión»— que el canónigo don Justino Neva le encargó para Santa María la Blanca de Sevilla, y que hoy se admiran en el Museo del Prado.
En el cuadro de «El sueño» —donde «todo duerme», según frase feliz del ilustre crítico y artista don Jerónimo Seisdedos— plasma Murillo, de modo inimitable, la bella leyenda medieval que adornó la fundación de Nuestra Señora de las Nieves: leyenda perpetuada en la misma Basílica —que ahora se llama Santa María la Mayor — por un discípulo de Giotto. Es como sigue:
A mediados del siglo IV, vive en Roma, en unión pacífica y santa con su esposa, un noble patricio llamado. Juan.
Cristianos piadosísimos y llenos de celo —célebres en la Ciudad por sus espléndidas caridades—, son, además, dueños de grandes riquezas, aunque les falta la principal: la de los hijos, que Dios no ha querido otorgarles. Por esta causa, han nombrado a la Virgen María heredera de todos sus bienes. Y se lb han prometido con voto. Pero un serio obstáculo se opone a la realización de idea tan feliz, inspirada por el Cielo: ¿cómo secundar los deseos de la Señora?...
La noche del cuatro al cinco de agosto del año 352, un triple sueño milagroso viene a solventar esta dificultad de forma concluyente. La misma Virgen María se muestra separada y simultáneamente al papa Liberio y a los dos santos esposos, para decirles:
— Mi deseo es que me consagréis una iglesia sobre el monte de Roma que mañana aparezca cubierto de blanca -y purísima nieve.
Al día siguiente, el Esquilino —una de las siete colinas romanas— amanece nevado, en medio de los fuegos estivales.
«Ni San Pedro del Vaticano, ni San Pablo Extramuros, ni San Salvador de Letrán —comenta Pérez de Urbel— habían osado establecerse en el corazón de Roma; fue María la que, cumpliendo la invitación del salmista: «Con el poder de tu belleza avanza, triunfa y reina», plantó el estandarte de la cruz en la ciudadela misma del paganismo. Penetró en la ciudad, atravesó los. jardines de Mecenas y puso su planta en el Esquilino... La Reina del Cielo destronó a la reina del Olimpo...».
Aquí acaba la leyenda, para dar paso a una interesante historia, cuyo punto de partida lo señala la solemne «Procesión» al Esquilino, organizada por el papa Liberio y recogida por Murillo en ese otro medio punto inmortal. El pueblo de Roma en masa presencia el portento de la nieve, y ve, desbordante de júbilo, el comienzo de los trabajos para la erección de una gran Basílica, cuya dedicación tiene lugar cuatro años después. Este es el origen de la fiesta que hoy celebra la Iglesia —una de las primeras. establecidas en honor de la Virgen — bajo la hermosa advocación de Nuestra Señora de las Nieves.
El historial de este grandioso Templo mariano está lleno de maravillas y piadosas curiosidades. Sin pretender ser exhaustivos, reseñamos algunas.
Santa María la Mayor es una de las cuatro Basílicas Patriarcales, llamadas con razón columnas espirituales de la Ciudad Eterna. Lleva el nombre de Mayor por ser la iglesia más grande de Roma consagrada a la Virgen. También se la conoce por Santa María del Pesebre, Basílica Liberiana y de San Sixto. Su decoración es deslumbrante. A través de los siglos, los Papas han depositado en ella sus mejores cariños y hasta sus mimos: a raíz del Concilio de Éfeso, Sixto III la amplía y restaura magníficamente, dedicándola a la Maternidad divina de María; «Gregorio III pone en ella una imagen de oro y gemas que representa a la Madre de Dios abrazando a su Hijo; Adriano I cubre el altar con láminas de oro; León III adorna las paredes con blancos velos y tablas de plata acendrada, que pesan ciento veintiocho libras...».
Posee esta Basílica, entre otros tesoros, un retrato de la Virgen, atribuido a San Lucas, y los cuerpos de Sah Pío V y San Jerónimo. En ella se han celebrado Concilios, y el Niño Jesús se apareció a San Cayetano. Comparte, además, con San Pedro el privilegio de la loggia, balcón colocado sobre el atrio, desde el cual el Papa bendice al pueblo en ciertas solemnidades...
Para nosotros tiene otras notas simpáticas. Está bajo la protección de España. A la entrada se halla una estatua de nuestro rey Felipe IV, cuyos sucesores son Canónigos honorarios de Santa María la Mayor. El soberbio artesonado — obra de Sangayo— fue decorado con el- primer oro llegado de América. Y la cuna de Jesús, que allí se guarda, está encerrada en una urna de plata costeada por la Duquesa de Villahermosa. Allí dijo su primera misa San Ignacio, y allí, en fin, reposa el sapientísimo Cardenal de Toledo, primer purpurado de la Compañía de Jesús.
¡Santa María la Mayor!, relicario «digno del seno que dio al mundo los tesoros de la salud», como decía la antigua inscripción de tu puerta: deja que otra vez te llamemos Nuestra Señora de las Nieves, porque, aunque pálido reflejo, la nieve será siempre el emblema más bello de la que, según San Sofronio, «es más pura que la nieve recién caída»: Beata Virgo Maria nive candídior...