04 DE AGOSTO
SANTO DOMINGO DE GUZMÁN
FUNDADOR (1170-1221)
FUE «el mejor de los Guzmanes». ¡Mejor que Guzmán el Bueno! «Sol de la Edad Media» le dijeron los teólogos. La Iglesia le ha dado los nombres de «varón de pecho y espíritu apostólicos, columna de la Fe, lumbrera del orbe, clarín evangélico, antorcha de Cristo, segundo precursor y gran salvador de almas». Un escritor moderno dice de él que fue «monje y caballero del espíritu, alma de silencio y lengua de verdad, cenobita y trovador del Evangelio». Y otro le llama «Apóstol de Francia, Protector de Italia y Gloria de España». ¡Gloria de España! Eso sí. España sabe con íntima emoción que Domingo de Guzmán —su hijo preclaro— se alzó vigoroso en el siglo XIII como un Cid a lo divino y que asombró al mundo con su colosal hazaña de reconquista espiritual. i Dios, qué trama para una epopeya! ...
Se ha dicho que Santo Domingo sintetiza los tres principados en que —según Lacordaire— está repartida la nobleza de ¿ste mundo: el de la tierra, por su sangre; el de la inteligencia, por su teología; el de la santidad, por sus virtudes. Acaso la glosa de este bello pensamiento nos dé, con más exactitud que una biografía ordenada, las dimensiones de su inmensa figura.
Es Príncipe de la tierra, porque los Guzmanes le dan noble y españolísimo linaje, y Castilla, con la cuna, su temple heroico. Además, nace para ser cruzado en la hora más solemne y decisiva de nuestra Historia: en plena. Reconquista. Su propio padre —don Félix de Guzmán— se bate bien en las riberas del Tajo contra el moro. Pero mientras los hidalgos castellanos marchan hacia las Navas para lavar la vergüenza de Alarcos, Domingo, cual esforzado paladín, penetra entre las huestes heréticas para ser «Príncipe» de la Verdad. Dios lo prepara a esta gran misión con el Principado del pensamiento. Todo en su vida será fuego y luz: fuego de la antorcha con que abrasa al mundo el cachorro simbólico que ve su madre en sueños; luz de la estrella que aparece sobre su frente el día del Bautismo. «Como la estrella de la mañana, como la luna 'llena en el estío, como el sol refulgente, así brillas tú en la Iglesia de Dios» —canta la liturgia—. Dante —en la Divina Comedia— le llamará «esplendor de luz querúbica»....
Del castillo de Caleruega, donde nace, al santuario de Santo Domingo de Silos; de aquí a Gumiel de Izán, con su tío sacerdote; luego a la Universidad de Palencia, y, a la postre, cabe el obispo de Osma —Diego de Acevedo — , que le nombra Canónigo regular de San Agustín y Superior de aquella iglesia. Son los jalones de su magnífica formación intelectual y moral. Entre libros y ejemplos de virtud, su alma se acrisola soberanamente. ¡Ya puede el «Sol de la Edad Media» abrir brecha en las tinieblas del error!
Andaba el papa Inocencio III buscando solícito un colaborador para llevar a cabo su plan de reforma. Vio al Patriarca español, leyó en su «fulgurante rostro», y creyó haber hallado el varón intrépido a quien confiar lo más arduo de la empresa: la extinción de la herejía albigense. Domingo, «Santo atleta» —la expresión es del Dante — espíritu emprendedor de anchos y claros horizontes, sobrepasará las esperanzas del Pontífice. Alma de artista se necesitaría para pincelar aquí su semblanza de apóstol. Sólo, descalzo, a la espalda el hato de sus libros, sin otras armas que sus razones y ejemplos de virtud, sus milagros y sus rezos, recorre durante diez años —1204 a 1215— una tierra infestada de fanáticos y asalta las fortalezas del error en Servian, Béziers, Castelnau, Montpellier, Tolosa, Carcasona, Verfiel... En Pruna funda el primer convento: de Religiosas dominicas, en cuyas oraciones cifra el Santo el éxito de la cruzada. La ciencia y la piedad —acción y contemplación — son los rasgos esenciales de. su apostolado. No escribe porque no tiene tiempo para hacerlo, pero plasma su genio creador en obras vivas. El Santo Rosario —teología del pueblo y la Orden de Predicadores— heredera de su espíritu y de su teología científica — son su mejor legado, la proyección más exacta de su personalidad. En Tolosa nace —en 1215— la primera casa de la «santa y digna Familia de Estudiantes de Cristo», que aquistará —con Santo Tomás de Aquino— las cimas de la humana inteligencia. ¿Cómo negar a su excelso Fundador el Principado del pensamiento?
¿Y el de santidad?
El Beato Jordán de Sajonia le llama «vaso de honor y de gracia». Y lo es. Nace en hogar santo. Su madre, Juana de Aza, y su hermano Manés, son ambos Beatos. En cuanto a él, reiteradamente revela el Cielo su grandioso destino. «Dos hijos he engendrado —dirá el Padre Eterno al Serafín de Siena— : uno por naturaleza, que es mi Verbo; otro por dulce y tierna adopción, que es Domingo, heraldo de mi Verbo». Sus milagros y carismas no tienen número. El fuego que respeta sus escritos, el reconocimiento prodigioso de San Francisco de Asís y la revelación del Santo Rosario, son los más celebrados por el arte. Pero el mayor de todos es su misma vida. Ya de estudiante vende sus libros para hacer caridades y se ofrece en rehenes por el hijo de una viuda. Y al morir en Bolonia, en 1221, puede dar gracias a Dios «por haber guardado intacto el tesoro de su pureza». Gregorio IX, al canonizarle trece años después, dirá maravillado: «No es menos cierta la santidad de Domingo que la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo».