miércoles, 6 de agosto de 2025

7 DE AGOSTO. SAN CAYETANO DE TIENE FUNDADOR DE LOS TEATINOS (1480-1547)

 


07 DE AGOSTO

SAN CAYETANO DE TIENE

FUNDADOR DE LOS TEATINOS (1480-1547)

SAN Cayetano de Tiene emerge vigoroso en pleno hervor renacentista, como paladín de la Reforma católica propugnada en el Concilio de Letrán. Prodigio de virtud extraordinaria, Santo de los pobres, Padre de la Providencia, milagro de oración, modelo de evangélica pobreza, ángel de dulzura, espejo de inocencia y mártir de la caridad, es el hombre suscitado por Dios para encauzar hacia la Belleza increada —por las vías luminosas del amor divino— el impetuoso movimiento humanista, corrosivo y paganizante, y ofrecer al mundo —ebrio de belleza y sensualismo— una piedad calcada en el Evangelio integral y en la prístina vida apostólica. La sagrada Liturgia, con esa fuerza sintética que emplea en sus oraciones, resume bellamente este pensamiento en la dulce colecta de la misa del Santo, que dice así: «¡Oh, Dios!, que concediste a tu bienaventurado Confesor Cayetano la gracia de imitar la vida de los Apóstoles: concédenos que, por su intercesión y ejemplo, confiemos siempre en Ti y aspiremos únicamente a los bienes celestiales: Por Cristo Nuestro Señor. Amén».

La vida de San Cayetano —digámoslo antes de seguir adelante— es una página arrancada del Evangelio. Nacido en la ilustre ciudad italiana de Vicenza, brilla desde su infancia por la suavidad de su carácter, por su piedad y por su caridad para con los pobres. Aunque es hijo de los Condes de Tiene y el regalo mece su cuna, le duele más la miseria ajena que le recrea su propia abundancia, y comparte con los desheredados de la fortuna su dinero, su comida y hasta su vestido. Llamado a sembrar entre los hombres la doctrina del amor divino, es, por su dulcedumbre ingénita, precursor de una ascética nueva, que hace presentir «la escuela de alegría y optimismo» de San Francisco de Sales. Un día, en el marco encantado de su jardín señorial, ve descender de las alturas una paloma blanquísima que, des pues de dar tres vueltas sobre su cabeza, le dirige este alegre mensaje: «Cayetano, la paz sea contigo. Cuida no perderla jamás». Desde entonces queda ungido con este don precioso del Espíritu Santo; don que llenará su existencia «de un delicado aliento de sagrada poesía —son palabras de Ludovico Pastor— y, a pesar de todo el fuego de su religioso sentimiento, será una persona en extremo blanda, suave, condescendiente, interior y silenciosa».

Cayetano cursa estudios superiores en la Universidad de Padua, y es investido con la orla doctoral en ambos Dere chos. En Roma destaca por su sabiduría y santidad. No obstante, su posición egregia, organiza su vida al margen de toda fastuosidad cortesana. En los hospitales de la Ciudad —como antes lo hiciera en los de Vicenza, Padua y Venecia — vuelca los tesoros inagotables de su magnanimidad y dulzura. Socorre a los pobres con los bienes de su patrimonio, llegando incluso, en derroches de caridad, a servir con sus propias manos a los apestados. Miembro activo del Oratorio de Amor Divino, se hace sumamente grato al papa Julio II, que lo nombra Protonotario Apostólico, para que difunda en el Aula Pontificia el bonus odor Christi... Por humildad difiere su ordenación hasta los cuarenta años, y aún entonces, sólo después de largas horas de oraciones y lágrimas se atreve a ofrecer el Santo Sacrificio,

Al morir Julio II —en 1513—, Cayetano abandona la Corte papal y se entrega a una vida de mayor recogimiento y austeridad. Santamente insatisfecho de sí mismo, se siente llamado a remediar la postración moral de la sociedad: «Tengo deseo —exclama — de prender fuego al tibio estado de nuestro tiempo». Ante la necesidad de reformar el clero — levadura que fermentará toda la masa—, concibe, juntamente con Juan Pedro Caraffa — obispo de Teati— la creación de un Instituto que sea modelo de virtudes sacerdotales. En el Evangelio y en la tradición apostólica halla los elementos fundamentales para su obra genial de restauración: absoluta pobreza, confianza en la Providencia, desprendimiento y sencillez, piedad viril y exultante. Sus religiosos buscarán con ahínco el reino de Dios y su justicia, y esperarán del Cielo la prometida añadidura. Respecto a su actuación personal, quiere que sea anónima, «más llena de virtudes que de nombre»; desea laborar «sin que nadie observe su acción», ser «planta que no aparece», «apóstol que todo lo hace sin entrometerse en nada». Y su labor, bendecida por Dios, fructifica copiosamente en la fundación de su Orden, en la reforma del clero, en la extinción del error y en obras diversas de piedad, caridad y celo. (Loco del Evangelio integral», su vida es considerada como un desafío a la fidelidad divina; más, precisamente, esa confianza ilimitada en la Providencia es la que derriba todos los obstáculos, hasta conseguir que Clemente VII apruebe —en 1524— su Orden de Clérigos Regulares o Teatinos, «eclosión maravillosa y opulenta de un renacimiento floridísimo, ortodoxo y operante, de la piedad, de la liturgia y de la ética cristiana».

Cayetano hubiera querido haber pasado por el mundo sin ser notado; pero los milagros le pusieron muchas veces en evidencia ante los hombres. Sin embargo —ángel de paz y dulzura— su muerte —7 agosto de 1547— es un auténtico holocausto in odorem suavitatis, un dormirse en los brazos maternales de María, que le invita al reposo eterno con estas dulces palabras: «Cayetano, mi Hijo te llama. Caminemos en paz...».