29 de noviembre
Vigilia de San Andrés Apóstol
Lecciones de Maitines
Homilía de San
Agustín, Obispo.
Tratado 37 sobre San Juan.
Como Juan era el amigo del Esposo, no buscaba su propia gloria sino que daba testimonio de la verdad. ¿Se propuso, acaso, retener a sus discípulos e impedirles ir tras del Señor? Al contrario: les mostró a Aquel que debían seguir. Ellos consideraban a su maestro como si fuese el Cordero; pero él, como si les dijera: ¿Por qué fijáis en mí vuestra atención? Yo no soy el Cordero; exclama: He aquí al Cordero de Dios. Ya antes dijo sobre Él lo mismo: He aquí el Cordero de Dios. Más ¿de qué nos aprovecha el Cordero de Dios? He aquí, añade, al que quita los pecados del mundo. Al oír esto, los discípulos que antes estaban con Juan siguieron a Jesús.
Y sigue. He aquí el Cordero de Dios. Tales son las palabras de Juan. Los dos discípulos, al oírle hablar así, se fueron en pos de Jesús. No le siguieron aún para quedarse con él; el momento en que se convirtieron en discípulos suyos es sabido, puesto que fue el mismo Jesús quien les llamó estando ellos en la barca. Uno de estos dos discípulos era Andrés, según acabáis de oír; ahora bien, Andrés era hermano de Pedro, y dice el Evangelio que habiendo visto el Señor a Pedro y Andrés en su barca, les llamó: Seguidme, y Yo os haré pescadores de hombres. Y desde aquel momento, se quedaron con Él para no dejarle más.
Así, pues, en la presente ocasión, estos dos discípulos siguen a Jesús; no lo hacen todavía con el propósito de no separarse de él. Querían, con todo, ver dónde habitaba y poner en práctica lo que está escrito: Trillen tus pies las escaleras de su casa; madruga para oírle y fija tu atención en sus preceptos. Y Jesús les indicó su morada, a la cual se encaminaron, hospedándose en ella. ¡Oh, qué día tan feliz pasaron, qué noche tan dichosa! ¿Quién podrá referirnos las cosas que escucharon de boca del Señor? Edifiquémonos, también nosotros, y preparemos en nuestro corazón una morada a la cual venga el Señor a instruirnos y a departir con nosotros.