01 DE DICIEMBRE
SAN ELOY O ELIGIO
OBISPO DE NOYÓN (588-659)
SAN Odoeno, obispo de Ruán, escribió una vida del Santo Patrono de la orfebrería —a quien trató—, de la cual existe —Madrid 1773— una edición española. El biógrafo ha sabido dar a su héroe toda la simpatía de un personaje de leyenda, sin menoscabo de la verdad estricta. A lo largo del relato resalta, especialmente, una gran lección, que es al propio tiempo el rasgo más acusado del perfil humano y sobrenatural del Santo: ni la ciencia ni el arte pugnan con la santidad, pues es ésta, por esencia, arte y ciencia supremos de le vida. Con honradez y arte se abre brillante paso en el mundo. Con virtud y arte — arte sano, cristiano, que no idolatra a las criaturas, sino que se apoya en ellas para elevarse al Criador — se labra un pedestal para los altares...
Los primeros años de San Eloy no abundan en pormenores fidedignos. Nace en Chaptelac, junto a Limoges, de familia anglorromana. La leyenda hará intervenir a la Virgen en este nacimiento, anunciando a sus progenitores —Euquerio y Terrigia— la futura grandeza del vástago que esperan, por lo que es bautizado con el nombre de Electus o Elegido. Por afición entra de aprendiz en una orfebrería, distinguiéndose por su probidad y habilidad. Aconsejado por su maestro Abbón, pasa a París. Circustancias ignoradas —sin duda la honradez profesional en un oficio tan tentador— lo ponen en contacto con Bobbón, tesorero real de Clotario II, que se constituye en su mecenas. Precisamente busca el Monarca un artífice a quien poder confiar la confección de un trono regio, por él mismo diseñado, en el que la riqueza compita con el arte. Eloy se compromete a realizar el proyecto, para lo cual recibe gran cantidad de oro y pedrería. Y acomete la obra con amor, con ilusión, con legítimos sueños de gloria...
Allí estaba su golpe de fortuna. Unos biógrafos dicen que con los tesoros recibidos fabricó dos tronos; otros, que con el precio que le dieran por el primero, hizo otro idéntico y se lo ofreció en obsequio al Rey, mediante un golpe de efecto hábilmente preparado. El éxito fue rotundo e inmediato: Eloy entró en la Corte de Neustria con pie firme, como director de la Real Casa de la Moneda de Marsella. Se conservan aún piezas de oro que llevan el monograma de su nombre, con la leyenda Elegius, Eligius o Elicius. Era la recompensa a su rectitud, a su desprendimiento, a su arte.
Eloy llega a la Corte en lo más florido de sus años. La sencillez y e] candor se trasparentan en su mirada. En medio de los salones saturados de pasiones y envidias, él va a llevar una vida interior intensísima, de oración, amor y sacrificio, tierna y afectuosa en la amistad y en la caridad: amistad con los Santos; caridad con los esclavos. Entre los primeros, se destaca el nombre del referendario San Odoeno, su futuro biógrafo. «Eligio le amaba como a su propia vida. Eran un solo corazón, una sola alma: fuertes por la fe cristiana, llenos de la doctrina evangélica, modelos vivos de todos los nobles francos, se levantaban sobre el brillo cortesano como dos olivas fecundísimas o como dos candelabros de oro iluminados por el Sol de justicia». El trato con San Desiderio de Cahors —limosnero real— prende en su alma la llama de una caridad apasionada. «Nunca salía de casa sin llevar una bolsa de monedas». Así como Vicente de Paúl sería el redentor de los galeotes, Eloy lo es de los esclavos, en cuyo rescate invierte cuantiosas sumas. A veces los compra personalmente en pública almoneda, para darles libertad y oficio; otras, logra que los reyes liberen- a centenares de ellos. Esta caridad admirable se ve en más de una ocasión sancionada con estupendos milagros.
Confirmado el Santo en sus cargos palatinos por Dagoberto I —629—; y después por Clodoveo II, ha de renunciar a su deseo. de hacerse monje en el monasterio de Luxeuil. En compensación, favorece cuanto puede la vida cenobítica, fundando varios conventos y casas de retiro. Sirva de ejemplo el de Soliñac, del que dice el autor de la Vita Eligii que era plantel de santos y artistas. En esta escuela de orfebrería y santidad cinceló famosas cruces y relicarios —casi todos desaparecidos durante la Revolución francesa— y enjoyeló su alma de virtudes.
El año 636 obtiene un gran triunfo diplomático, al ser enviado como embajador a Inglaterra. Pero, cuatro más tarde, la Providencia viene a interrumpir estas actividades políticas y artísticas, llamándole a ocupar la sede episcopal de Noyón. Con esta elevación sus ideales se purifican y se amplifica su radio de acción, su apostolado. Funda nuevos conventos, iglesias, hospederías y casas de estudio; misiona en dilatados territorios; lucha con la idolatría y la herejía; establece nuevas cristiandades en Aldemburgo, Rodemburgo, Brujas y Dunkerque; asiste a los Concilios de París, Chalons y Auxerre, entre otros; y —como dice el Breviario sagiense— «sana milagrosamente a muchos enfermos y libra a muchos endemoniados»...
Tras una vida larga y laboriosa, consagrada exclusivamente al servicio de la Iglesia, de la Patria y del Arte, vio Eloy coronada su brillante carrera en la ciencia de los santos con el diploma de la muerte liberadora, un 30 de noviembre de 659 o 660. Artista más allá de la tumba, supo dejar grabada para siempre en el corazón de los hombres Su estampa viva y evocadora.