domingo, 11 de diciembre de 2022

CONTIGO SUPLICAMOS, OH MADRE NUESTRA, DICIENDO: ¡VEN, SEÑOR JESÚS! Dom Gueranger


 

CONTIGO SUPLICAMOS, OH MADRE NUESTRA, DICIENDO: ¡VEN, SEÑOR JESÚS! 

Dom Gueranger

 

III DOMINGO DE ADVIENTO

¡Oh santa Iglesia Romana, nuestra ciudad fuerte!, hénos aquí reunidos en tus muros, alrededor del sepulcro de este pescador cuyas cenizas te amparan en la tierra, mientras que, con su doctrina inconmovible, te ilustra desde el cielo. Mas, si eres fuerte, lo eres por el Salvador que va a llegar. Él es tu muralla; porque Él es quien rodea a todos tus hijos con su misericordia; Él es la fortaleza invencible; gracias a Él, jamás los poderes infernales prevalecerán contra ti. Ensancha tus puertas, para que puedas acoger dentro de ti a todos los pueblos; pues eres maestra de la santidad y guardiana de la verdad. ¡Termine cuanto antes el antiguo error que se opone a la fe y difúndase la paz sobre todo tu rebaño! ¡Oh Santa Iglesia Romana! Tú has puesto para siempre la esperanza en el Señor; y El a su vez, fiel a su promesa, ha humillado delante de ti a las alturas de la soberbia y a las ciudades del orgullo. ¿Dónde están los Césares que creyeron haberte ahogado en tu propia sangre? ¿Dónde los Emperadores que quisieron violentar la inviolable virginidad de tu fe? ¿Dónde los sectarios que en cada siglo, por decirlo así, combatieron sucesivamente todos los artículos de tu doctrina? ¿Dónde aquellos desagradecidos príncipes que se empeñaron en avasallarte, cuando fuiste tú quien los ensalzó? ¿Dónde está el Imperio de la Media Luna que tantas veces se enfureció contra ti, y cuyas orgullosas conquistas, tú desarmada, rechazaste tan lejos? ¿Dónde están los Reformadores que trataron de fundar un Cristianismo sin ti? ¿Dónde estos modernos sofistas, a cuyos ojos no eras tú más que un impotente y apolillado fantasma? ¿Dónde estarán, dentro de un siglo, esos reyes perseguidores de la Iglesia, esos pueblos que buscan la libertad fuera de la Iglesia? Habrán pasado, como un torrente, en su fracaso; y tú, tú estarás siempre tranquila, siempre joven, siempre sin arrugas, ¡oh Santa Iglesia Romana! sentada sobre la roca inconmovible. Tu camino a través de los siglos habrá sido recto como el del justo; y siempre te volverás a hallar semejante a ti misma, como lo has sido durante diecinueve siglos, bajo el sol que, fuera de ti, sólo ilumina las vicisitudes humanas. ¿De dónde a ti esa solidez sino de Aquel que es la misma Verdad y la justicia? ¡Gloria sea a Él en ti! Todos los años te hace su visita; todos los años te renueva sus dones, para ayudarte a terminar tu peregrinación; hasta el fin de los siglos vendrá igualmente a visitarte, a renovarte, no sólo por la virtud de aquella mirada con la que renovó a Pedro, sino llenándote de sí mismo, como llenó a la Virgen gloriosa, objeto de tus más dulces amores después del de tu Esposo. Contigo suplicamos, oh Madre nuestra, diciendo: ¡Ven, Señor Jesús! “Tu nombre y tu recuerdo son el ansia de nuestras almas; en la noche te desean ellas y te buscan nuestros más íntimos suspiros.”