La
parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro explicita las palabras de Jesús en
el Evangelio de San Lucas:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.
«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo.
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.
«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto.
¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto.
Ayer
como hoy el contraste y la desigualdad entre pobres y ricos han de conmover
nuestra conciencia y movernos a buscar la justicia y la caridad entre todos;
pues Dios ha creado un mundo lleno de bienes para que todos tengamos lo
suficiente para vivir con dignidad. La avaricia, la envidia, la codicia, en
definitiva, el pecado de los hombres es la causa de esta injusticia. El ayuno y
la limosna que se nos invita a vivir en la cuaresma ha de despertar en nosotros
la voluntad de querer compartir nuestros bienes con aquellos más necesitados y
de comprometernos en el bien de todos. Esto es construir el Reino de Dios.
A
luz del Evangelio, podemos preguntarnos: Si Jesús llama bienaventurados a los
pobres y de la parábola es Lázaro quien se salva, ¿Dios quiere la pobreza y por
tanto nuestro sufrimiento?
No
podemos decir que Dios quiera la pobreza y el sufrimiento, porque Dios no
quiere lo que es malo y menos puede ser él la causa de ello. Pero Dios lo
permite, para que de ello podamos aprovecharnos para nuestro bien y salvación.
Dios no quiere la pobreza y, sin embargo, la escogió para su Hijo.
Jesucristo
nació pobre, vivió más pobre todavía y murió paupérrimo –dice san Bernardo; y
como dirá el apóstol san Pablo: haciéndose pobre nos ha enriquecido a todos.
Los
bienes materiales y el dinero, sin ser malos, tienen la capacidad de endurecer
el corazón y de convertirse en ídolos. Cuando uno tiene dinero y bienes en este
mundo se cree autosuficiente, y por tanto prescinde de Dios. Es fácil perderse
cuando en esta vida todo es comodidad, disfrute, cuando parece que podemos
comprar la felicidad porque tenemos dinero.
En
cambio, la pobreza hace tener el corazón desapegado de los bienes materiales y
lo abre a la única riqueza que no se puede conquistar con las propias fuerzas y
esta riqueza es la fe en Dios.
No
nos salva el ser pobres, ni el ser ricos. Lázaro era pobre, pero podía tener
corazón de rico: rechazar su pobreza, culpar a Dios de ella, y vivir con el
corazón avariento de riqueza envidiando la suerte de Epulón. Epulón era rico pero podía haber tenido
corazón de pobre: teniendo para sí pero compartiendo con los demás, practicando
la caridad y haciendo un tesoro en el cielo, desprendiéndose de lo superfluo y
poniendo su corazón en los bienes eternos a Dios.
Pidamos
la gracia de usar siempre de los bienes materiales para alcanzar los bienes
eternos y saber vivir con alegría incluso en medio de la necesidades confiando
en Dios providente que da de comer a los pájaros y viste a los lirios del
campo.