jueves, 21 de marzo de 2019

TENER CORAZÓN DE POBRE PARA ALCANZAR EL CIELO. Homilía



La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro explicita las palabras de Jesús en el Evangelio de San Lucas:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.
«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto.
Ayer como hoy el contraste y la desigualdad entre pobres y ricos han de conmover nuestra conciencia y movernos a buscar la justicia y la caridad entre todos; pues Dios ha creado un mundo lleno de bienes para que todos tengamos lo suficiente para vivir con dignidad. La avaricia, la envidia, la codicia, en definitiva, el pecado de los hombres es la causa de esta injusticia. El ayuno y la limosna que se nos invita a vivir en la cuaresma ha de despertar en nosotros la voluntad de querer compartir nuestros bienes con aquellos más necesitados y de comprometernos en el bien de todos. Esto es construir el Reino de Dios.
A luz del Evangelio, podemos preguntarnos: Si Jesús llama bienaventurados a los pobres y de la parábola es Lázaro quien se salva, ¿Dios quiere la pobreza y por tanto nuestro sufrimiento?
No podemos decir que Dios quiera la pobreza y el sufrimiento, porque Dios no quiere lo que es malo y menos puede ser él la causa de ello. Pero Dios lo permite, para que de ello podamos aprovecharnos para nuestro bien y salvación. Dios no quiere la pobreza y, sin embargo, la escogió para su Hijo.
Jesucristo nació pobre, vivió más pobre todavía y murió paupérrimo –dice san Bernardo; y como dirá el apóstol san Pablo: haciéndose pobre nos ha enriquecido a todos.
Los bienes materiales y el dinero, sin ser malos, tienen la capacidad de endurecer el corazón y de convertirse en ídolos. Cuando uno tiene dinero y bienes en este mundo se cree autosuficiente, y por tanto prescinde de Dios. Es fácil perderse cuando en esta vida todo es comodidad, disfrute, cuando parece que podemos comprar la felicidad porque tenemos dinero.
En cambio, la pobreza hace tener el corazón desapegado de los bienes materiales y lo abre a la única riqueza que no se puede conquistar con las propias fuerzas y esta riqueza es la fe en Dios. 
No nos salva el ser pobres, ni el ser ricos. Lázaro era pobre, pero podía tener corazón de rico: rechazar su pobreza, culpar a Dios de ella, y vivir con el corazón avariento de riqueza envidiando la suerte de Epulón.  Epulón era rico pero podía haber tenido corazón de pobre: teniendo para sí pero compartiendo con los demás, practicando la caridad y haciendo un tesoro en el cielo, desprendiéndose de lo superfluo y poniendo su corazón en los bienes eternos a Dios.
Pidamos la gracia de usar siempre de los bienes materiales para alcanzar los bienes eternos y saber vivir con alegría incluso en medio de la necesidades confiando en Dios providente que da de comer a los pájaros y viste a los lirios del campo.