domingo, 17 de marzo de 2019

DE LOS CONSUELOS ESPIRITUALES. San Juan Bautista de la Salle


MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA
San Juan Bautista de la Salle
De los consuelos espirituales
El modo ordinario que Dios sigue en el gobierno de las almas puras, es cuidar de alentarlas con los consuelos espirituales, después que han soportado con paciencia las tentaciones y pruebas interiores.
La manera de comunicarnos Dios sus consuelos y de proceder nosotros al recibirlos, se nos descubre en el evangelio de hoy, donde se relata la transfiguración de Jesucristo, símbolo de las consolaciones espirituales con que Dios favorece, de cuando en cuando, a ciertas almas que viven verdadera vida interior.
Dícese en el evangelio que el Señor se transfiguró cuando oraba en un monte distante y muy elevado (1), para significarnos que las almas en quienes Dios derrama sus consuelos son aquellas que se aplican de veras a la oración, y se aficionan a este santo ejercicio.
No deben por tanto, maravillarse las almas tibias, flojas y poco amantes de la oración, si no cuentan entre las que Dios distingue con su especial cariño, y a las que se comunica hasta la familiaridad; pues no viven íntimamente unidas a El, ni se interesan por el ejercicio que une con Dios y en el que se aprende a gustar de Dios y a saborear, ya en la tierra, el gozo anticipado de las delicias del cielo.
Sed tan asiduos a este santo ejercicio, que logréis ejecutar todas vuestras acciones en espíritu de oración.
Dios, que se goza en comunicarse a las almas puras y libres de todo apego al pecado, no quiere, con todo, que ellas se aficionen excesivamente a sus dádivas. Tal apego es un vicio que indispone a Dios con el alma; porque da a entender que ésta no busca desinteresadamente a Dios, sino el don de Dios y la propia satisfacción.
Y, así como el fin que Dios se propone con sus consuelos es sostener a las almas y darles algún respiro, después que han superado la prueba de la tribulación; deben ellas aceptar este breve alivio con la mira puesta sencillamente en el beneplácito de Dios, sin detenerse en el regusto personal que les proporciona.
En esto faltaron los tres Apóstoles que acompañaban a Jesucristo en el monte Tabor: poco conocedores aún de los caminos de Dios, se detenían más en las dulzuras que gozaban en aquel misterio, que en contemplar la grandeza y bondad de Dios, las cuales debían haber ocupado entonces enteramente su espíritu, y atraer toda su atención.
Ese fue el motivo de que la gloria externa con que apareció ante ellos Jesucristo, se disipara y desapareciera de sus ojos en un instante.
Así procede Dios de ordinario: suele privar del placer sensible que acompaña a la consolación, cuando se muestra demasiado apego hacia ella o se la saborea con complacencia excesiva.
La transfiguración de Jesús duró poco, para enseñarnos que los consuelos concedidos a veces por Dios en esta vida, no pasan de leve refrigerio que Él otorga a las almas santas, en medio de sus desolaciones interiores, a fin de ayudarles a sobrellevarlas con más denuedo, y para acrecentar en ellas el amor, que se debilita a veces por el decaimiento de la naturaleza.
Apenas había comenzado Jesucristo a experimentar algún contento en la transfiguración, cuando se halló solo y en total desamparo; sin otra perspectiva ante los ojos que cuanto debía padecer en Jerusalén (2), de lo cual había hablado con Moisés y Elías, y que fue objeto también de su conversación con los Apóstoles al bajar del monte.
Todo ello tiene como fin descubrirnos que esta clase de consuelos transitorios deben servir sólo para alentarnos, y fortalecer en nosotros el amor a los padecimientos y a las penas interiores o exteriores, de las que nadie debe soñar con verse libre en la presente vida.