MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA
San Juan Bautista de la Salle
San Juan Bautista de la Salle
De la tentación
El evangelio de este día, al indicarnos que Jesucristo se retiró al desierto, no dice que fuera para huir la compañía de los hombres ni para orar; sino a fin de ser tentado (1). Y eso, para darnos a entender que el primer paso de quien pretende consagrarse a Dios ha de ser dejar el mundo, con el fin de disponerse a luchar contra el mundo mismo y contra los demás enemigos de nuestra salvación.
En el retiro, dice san Ambrosio, es donde precisamente ha de contar uno con ser tentado y expuesto a muchas pruebas. Lo mismo os advierte el Sabio al afirmar que cuantos se alistan en el servicio de Dios deben prepararse para la tentación (2).
Ésta les resulta, efectivamente, muy provechosa; pues se convierte en uno de los mejores medios que puedan emplear para verse enteramente libres, tanto del pecado como de la inclinación a pecar.
¿Habéis creído siempre que, para daros de todo punto a Dios, debéis disponeros a ser tentados? ¿No os causa sorpresa el que a veces os acose la tentación? En lo sucesivo, vivid siempre preparados para ella; de modo que podáis sacar todo el fruto que con la tentación intenta Dios producir en vosotros.
Lo que debe alentar al alma puesta sinceramente en las manos de Dios, a estar siempre apercibida para las tentaciones, es que la vida del hombre, según Job, es tentación o, como dice la Vulgata, combate perpetuo (3). De donde puede el alma colegir que, si es voluntad de Dios que se vea tentada mientras permanece en la tierra, es porque ha de luchar de continuo contra el demonio y contra las propias pasiones e inclinaciones, los cuales no cesarán de hacerle guerra en tanto viva en el mundo.
Por eso afirma san Jerónimo que le es imposible a nuestra alma dejar de ser tentada mientras viva y que, si el mismo Jesucristo nuestro Salvador fue tentado, nadie puede ilusionarse con atravesar el mar tormentoso de la vida sin verse combatido por la tentación.
¿Contáis con que habréis de luchar de continuo contra el demonio y contra vosotros mismos? ¿Vivís siempre en guardia contra vosotros, como debéis hacerlo desde el momento que dejasteis el mundo? ¿Estáis pertrechados de lo que os es preciso para resistir al diablo y para no consentir que os arrastren los placeres sensibles?
Convenceos de que sería desgracia no pequeña carecer de tentaciones, por ser ello indicio de no vencerse en cosa alguna, y de sucumbir fácilmente en la lucha con las propias pasiones.
El ángel que acompañó a Tobías, dijo al padre de éste: Porque eras agradable a Dios, fue menester que la tentación te probase (4); esto debe acabar de demostraros la necesidad de tal clase de pruebas, las cuales os proporcionarán gracias muy abundantes.
No creáis, por consiguiente, dice san Crisóstomo, que os deja Dios de la mano cuando padecéis tentaciones; al contrario, es uno de los más claros indicios que podéis tener de que vela Dios de modo particular por vuestra salvación: cuando os ofrece ocasiones de luchar y de ejercitaros en la práctica de la virtud, pretende afianzaros en ella.
Porque se adquiere insensiblemente virtud sublime permaneciendo de continuo inmutable e inflexible en la práctica del bien, a pesar de las graves tentaciones que puedan asaltarnos.
Considerad, pues, como grave desventura el no ser tentados: sería, en efecto, señal de reprobación y desamparo por parte de Dios, que prueba a quienes ama, y se complace en verlos tentados, como lo fueron Job y Tobías, dos de sus más fieles servidores.
El evangelio de este día, al indicarnos que Jesucristo se retiró al desierto, no dice que fuera para huir la compañía de los hombres ni para orar; sino a fin de ser tentado (1). Y eso, para darnos a entender que el primer paso de quien pretende consagrarse a Dios ha de ser dejar el mundo, con el fin de disponerse a luchar contra el mundo mismo y contra los demás enemigos de nuestra salvación.
En el retiro, dice san Ambrosio, es donde precisamente ha de contar uno con ser tentado y expuesto a muchas pruebas. Lo mismo os advierte el Sabio al afirmar que cuantos se alistan en el servicio de Dios deben prepararse para la tentación (2).
Ésta les resulta, efectivamente, muy provechosa; pues se convierte en uno de los mejores medios que puedan emplear para verse enteramente libres, tanto del pecado como de la inclinación a pecar.
¿Habéis creído siempre que, para daros de todo punto a Dios, debéis disponeros a ser tentados? ¿No os causa sorpresa el que a veces os acose la tentación? En lo sucesivo, vivid siempre preparados para ella; de modo que podáis sacar todo el fruto que con la tentación intenta Dios producir en vosotros.
Lo que debe alentar al alma puesta sinceramente en las manos de Dios, a estar siempre apercibida para las tentaciones, es que la vida del hombre, según Job, es tentación o, como dice la Vulgata, combate perpetuo (3). De donde puede el alma colegir que, si es voluntad de Dios que se vea tentada mientras permanece en la tierra, es porque ha de luchar de continuo contra el demonio y contra las propias pasiones e inclinaciones, los cuales no cesarán de hacerle guerra en tanto viva en el mundo.
Por eso afirma san Jerónimo que le es imposible a nuestra alma dejar de ser tentada mientras viva y que, si el mismo Jesucristo nuestro Salvador fue tentado, nadie puede ilusionarse con atravesar el mar tormentoso de la vida sin verse combatido por la tentación.
¿Contáis con que habréis de luchar de continuo contra el demonio y contra vosotros mismos? ¿Vivís siempre en guardia contra vosotros, como debéis hacerlo desde el momento que dejasteis el mundo? ¿Estáis pertrechados de lo que os es preciso para resistir al diablo y para no consentir que os arrastren los placeres sensibles?
Convenceos de que sería desgracia no pequeña carecer de tentaciones, por ser ello indicio de no vencerse en cosa alguna, y de sucumbir fácilmente en la lucha con las propias pasiones.
El ángel que acompañó a Tobías, dijo al padre de éste: Porque eras agradable a Dios, fue menester que la tentación te probase (4); esto debe acabar de demostraros la necesidad de tal clase de pruebas, las cuales os proporcionarán gracias muy abundantes.
No creáis, por consiguiente, dice san Crisóstomo, que os deja Dios de la mano cuando padecéis tentaciones; al contrario, es uno de los más claros indicios que podéis tener de que vela Dios de modo particular por vuestra salvación: cuando os ofrece ocasiones de luchar y de ejercitaros en la práctica de la virtud, pretende afianzaros en ella.
Porque se adquiere insensiblemente virtud sublime permaneciendo de continuo inmutable e inflexible en la práctica del bien, a pesar de las graves tentaciones que puedan asaltarnos.
Considerad, pues, como grave desventura el no ser tentados: sería, en efecto, señal de reprobación y desamparo por parte de Dios, que prueba a quienes ama, y se complace en verlos tentados, como lo fueron Job y Tobías, dos de sus más fieles servidores.