La
obligación de la penitencia y la lucha contra el pecado y la tentación
Homilía del I
domingo de Cuaresma 2019
Hemos comenzado la santa
cuaresma: tiempo penitencial del año litúrgico en la que la Iglesia quiere
imitar al Divino Salvador que fue llevado por el Espíritu al desierto y allí
ayunó 40 días y 40 noches.
Recordemos brevemente qué es la
penitencia, diciendo en primer lugar lo que no es:
1.-No es estoicismo: filosofía
que procuraba el dominio y control de los hechos, cosas y pasiones que
perturban la vida, valiéndose de la valentía y la razón del carácter personal
para alcanzar la felicidad y la sabiduría prescindiendo de los bienes
materiales. Esto está hoy muy de moda. Todos los movimientos de cultura oriental
que invaden la sociedad estresada.
2.-No es una forma de chantaje
o compra a Dios: los judíos –y en concreto los fariseos- pensaban que por el
cumplimiento de la ley tenía derecho a la salvación y al favor divino, es
decir, que Dios tenía la obligación de salvarlos.
3.-No es una hipocresía: para
mostrar al mundo una santidad aparente, para buscar la vanagloria. Siempre
existe el peligro del fariseísmo.
Por el contrario, la penitencia
es la respuesta de hombre, que arrepentido de sus pecados y lleno de dolor
sobrenatural de haber ofendido a Dios, quiere agradecer el perdón de sus
pecados. Lo que ha de motivarnos a la penitencia es el amor a Dios.
Y la penitencia no es evitar el
pecado, sino la libre renuncia a aquello que nos es legítimo por un bien mayor.
Pensemos como esto lo hacemos en la vida ordinaria: el estudiante, el padre de
familia, el deportista… Tienen que renunciar a tantas cosas para llegar a su
objetivo, a la meta que se han propuesto. Y lo hacen con agrado, porque en
definitiva vale la pena. Renunciar a bienes espirituales y materiales que nos
son lícitos por alcanzar unos bienes eternos que ni la polilla ni la carcoma
puede entrar.
Podemos preguntarnos: ¿por qué
hemos de hacer penitencia?
1.-En primer lugar porque Jesucristo
nos los dice. Es ley divina. «Yo os digo
que, si no hacéis penitencia, todos igualmente pereceréis» Lc 13, 3-5. No solo
nos lo dice, sino que toda la vida de Cristo fue un acto de penitencia y
renuncia de sí mismo. La vida cristiana es seguimiento de Cristo: el que quiera
seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame.
2.-En segundo lugar, porque es
un precepto de la Iglesia - el cuarto de sus mandamientos- que establece lo
mínimo para garantizar en nosotros la vida de la gracia. Ayunar y abstenerse de
comer carne.
Es bueno recordar que todo el
año es tiempo de penitencia, particularmente los viernes en recuerdo de la
pasión del Señor y en los que sigue
vigente la ley de la abstinencia de carne. Es cierto, que la Iglesia durante el
año nos ofrece la posibilidad de sustituir esto por alguna otra obra: como un
tiempo de oración prolongado, lectura de la sagrada escritura, limosna u obra
de misericordia… Pero yo pregunto: ¿tenemos esta conciencia en los católicos?
¿Sustituimos la penitencia que no hacemos por alguna de estas obras? Realmente,
siendo prácticos, creo que es mucho más sencillo para todos privarse de tomar
carne, que tener que sustituir esta práctica por otra obra.
Actualmente, la penitencia que
la Iglesia nos exige y nos obliga moralmente es bien reducida, un mínimo. Pero
la Iglesia quiere que sea cada fiel el que espontánea y voluntariamente se
abrace a la penitencia como camino de conversión al Señor y cooperación en la
redención del mundo. El que ama desea amar más. No pongáis límite al amor, pues
no lo tiene.
3.- La tercera razón por la que
hemos de hacer penitencia: es que somos pecadores, hemos ofendido a Dios.
Nuestro mundo está ciego para
reconocer que vive en rebelión y desobediencia ante Dios.
Considerad por un momento la
gravedad del pecado, de tan solo un pecado: igualmente hubiese sido necesario
la pasión y muerte del Señor en la cruz para perdonarlo.
Todos hemos de hacer penitencia
porque todos somos pecadores. Dice la Escritura: “el justo peca siete veces al
día” y nosotros no somos justos.
Alguno puede preguntar: ¿No es
suficiente la penitencia que el sacerdote me impone en la confesión?
Y hay que responder que
generalmente no.
Hay pecados que requieren la
restitución para ser perdonados. El robo por ejemplo. La restitución en las
cosas materiales es relativamente fácil, pero ¿cómo podemos devolver el amor,
la adoración y la obediencia que le hemos “robado” a Dios nuestro Señor cuando
hemos pecado y desobedecido sus mandamientos?
La penitencia impuesta por el
confesor busca satisfacer por el perdón divino, pero no puede satisfacer de
forma total la pena del pecado. Es a través de la penitencia, del sufrimiento,
de las buenas obras, por medio de las cuales podemos satisfacer esa deuda.
Por ello, el sacerdote tras la
absolución nos dice: La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de
la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos, el bien que hagas y el
mal que puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia
y premio de vida eterna.
Pena del pecado, que si no
expiamos en esta vida, habremos de hacerlo en el purgatorio.
4.- La cuarta razón por la que
debemos hacer penitencia y nos ha de entusiasmar es porque hemos sido
constituidos miembros del cuerpo de
Cristo y se “ha de completar en nuestra carne la pasión del Señor.”
Somos corredentores. ¿Qué quiere decir esto? Que Jesucristo único redentor del
mundo quiere asociar a su obra salvadora a todos los bautizados para que a
través de su vida santa, sus penitencia y sus sufrimientos colaboren en la
redención del mundo.
Recordad la llamada de la
Virgen en Fátima a aquellos niños.
No lo olvidéis: la penitencia
es un deber de justicia para con Dios, pero lo que ha de movernos a ella es el
amor.
Hemos escuchado en el
Evangelio: “Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por
el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin
sintió hambre. El tentador se le acercó.”
La santa cuaresma nos recuerda
la obligación de la penitencia y al mismo tiempo nos recuerda el combate que es
la vida cristiana contra el pecado. Combate sin tregua ni descanso contra la
tentación que nos acecha. Nos dice el Apóstol san Pedro: “Sed sobrios y vigilad,
porque vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a
quien devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos
dispersos por el mundo soportan los mismos padecimientos. Y, después de haber
sufrido un poco, el Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su
eterna gloria, os hará idóneos y os consolidará, os dará fortaleza y
estabilidad.”
Nuestro Jesucristo permitió se
tentado, para que nosotros no sucumbamos y tuviésemos en él el principio y la fuerza de la victoria.
Dios no quiere y es el autor de
la tentación. La consiente para que de ella saquemos bienes mayores.
El origen de la tentación está
en el maligno, en Satanás. Recordemos el episodio del pecado original. Su
intención es apartar a las almas de Dios. Buscar su perdición eterna.
Dios permite la tentación pero
no por encima de nuestras fuerzas (1 Corintios 10, 13).
Al mismo tiempo que permite la
tentación nos da las gracias necesarias para resistir a ella.
Las almas santas unidas a
Cristo salen victoriosas de las tentaciones y, aun más, su vida espiritual se
ve acrecentada:
1.- Las tentaciones al ser
pruebas, acrecientan y afianzan nuestra fidelidad a Dios
2.- El sufrimiento de las
tentaciones nos inspiran odio y rechazo al pecado
3.- Ese mismo sufrimiento y
lucha interior que provocan las tentaciones, sirve de expiación por nuestros
pecados
4.- El combate de la tentación
acrecienta nuestros méritos y por tanto son ocasión de mayor gloria en el
cielo.
5.- Dios que permite que seamos
tentados, al mismo tiempo no nos abandona y viene en nuestra ayuda siendo la tentación
ocasión de consuelo y gozo espirituales.
6.- El sufrir las tentaciones
nos hace ver lo débiles que somos y por tanto nos enseñan a andar en humildad.
7.- El cristiano que es tentado
y sale vencedor, ve como su alma cada vez se hermosea más con las virtudes.
8.- Y en definitiva, la
tentación hace que vivamos en vigilancia: tensión espiritual para alcanzar la
santidad.
Que nadie, por saber esto,
busque la tentación. Ponerse libre, voluntaria y conscientemente en ocasión de
pecado es ya pecado, y una temeridad. ¡Que nadie se preocupe! ¡No hay que buscarlas,
viene sin llamarlas!
¿Cómo se produce la tentación?
¿Cómo es su funcionamiento? Igual que en el paraíso.
1.- Comienza con la sugestión
de un bien o felicidad aparente. Nuestras concupiscencia se me afectada a
través de la necesidades corporales “sintió hambre”, a través de los sentidos y
de las potencias del alma, a través de las realidades y personas que nos rodean,
como de los acontecimientos… Pero siempre, es una mentira, una falsa promesa… Sentir la tención no es pecado.
2.- Delectación: comienza el
diálogo con la tentación. Se siente agrado ante el mal sugerido. Cuando no hay
un rechazo frontal de la tentación, esta comienza a vencer en nosotros y a
ganar nuestra voluntad, oscureciendo nuestra capacidad de discernimiento.
Cuando somos conscientes de este estado, ya hay culpa.
3.- Consentimiento: es el acto
consciente, libre y voluntario de aceptar la tentación y ponerla por obra.
Siempre es pecado.
4.- Finalmente, la tentación
consentida origina el miedo a Dios y el huir de él. San Agustín comenta que este cuarto paso engendra
en el alma la tristeza y la deseperanza.
Queridos hermanos: Recordemos
siempre en la tentación, que el Señor nos enseñó a pedir en el padrenuestro: No
nos dejes caer en la tentación.
Acudamos en medio de las
pruebas a la Virgen María, Vencedora de todas las batallas. Ella es la
Inmaculada que aplasta la cabeza de la serpiente. Unidos a la Virgen Santísima
y bajo su manto, no hemos de temer. Que así sea.