miércoles, 6 de marzo de 2019

SOBRE EL ESPÍRITU DE PENITENCIA. San Juan Bautista de la Salle




MEDITACIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE CENIZA
San Juan Bautista de la Salle
Del espíritu de penitencia con que ha de recibirse la ceniza, y en el que debemos perseverar durante toda la Cuaresma
El designio de la Iglesia al imponeros hoy la ceniza en la frente, es daros a entender que debéis abrazaros este día con el verdadero espíritu de penitencia.
Tan sagrada ceremonia es residuo de la antigua disciplina eclesiástica, que obligaba a los penitentes públicos, antes de que iniciasen la penitencia, a recibir en sus cabezas la ceniza, de manos de los ministros del altar y en presencia de todos los fieles.
Con el propósito de asociaros a esta santa institución de la Iglesia y de tomar parte en ella, debéis dar comienzo a este santo día preparando y disponiendo convenientemente los corazones, mediante la sincera compunción, que es el alma de tan sagrado rito.
En esa disposición hemos de dar principio a la cuaresma y en ella debemos permanecer durante todo este santo tiempo.
Al recibir la ceniza, pedid a Dios el espíritu de penitencia, del que debéis vivir siempre animados y que ha de acompañar y santificar vuestro ayuno; pues poco vale el ayuno exterior que no humilla el espíritu, al mismo tiempo que mortifica la carne.
Por tanto, el efecto que la imposición de la ceniza debe producir en vosotros ha de ser éste: que toda vuestra conducta exhale penitencia; de modo que ayunéis con los ojos, con la lengua y el corazón.
Con los ojos, por el profundo recogimiento y la huída de cuanto pudiera derramaros al exterior. Con la lengua, por el exacto silencio, que os aleje de las criaturas, y os mantenga estrechamente unidos a Dios, durante este santo tiempo. Con el corazón, por la renuncia a todo pensamiento que intentara disipar vuestro espíritu, distraeros e interrumpir vuestras conversaciones con Dios.
El fruto del ayuno cristiano es la mortificación de los sentidos y de las propias inclinaciones, y el alejamiento de las criaturas.
Para movernos al ayuno espiritual, al mismo tiempo que nos privamos de los placeres sensibles y nos apartamos de las satisfacciones que pudiéramos hallar en el uso de las criaturas; nos dice la Iglesia por el sacerdote que nos impone la ceniza en la cabeza: Acuérdate de que, por ser hombre, eres polvo, y en polvo te convertirás (1).
Nada tan propio para inspirarnos el desasimiento de todo lo criado y la sincera compunción, como el recuerdo de la muerte. Por eso, quiere que pensemos en ella la Iglesia durante todo este tiempo, dedicado a los ejercicios penitenciales; a fin de que su recuerdo nos anime a practicarlos con mayor gusto y fervor.
Moriremos, y sólo moriremos una vez. Pero no moriremos bien y como Dios desea, sino en cuanto hayamos vivido practicando la penitencia, y apartados de los placeres en que se deleitan los sensuales al usar las criaturas. ¿Queremos morir santamente? Vivamos como verdaderos penitentes.