MEDITACIÓN PARA LA FIESTA DE LA ANUNCIACION DE LA SANTISIMA VIRGEN.
San Juan Bautista de la Salle
(25 de marzo)
Reconozcamos con toda la Iglesia la honra que hoy recibe la Virgen Santísima, al verse convertida en Madre de Dios: la más eminente que pueda jamás recaer sobre ninguna mera criatura.
Según testifica san Ambrosio, la grandeza y excelencia de su fe es lo que atrajo sobre María este honor, que la hace acreedora al respeto de los ángeles mismos; pues, si éstos la aventajan mucho por su naturaleza; están, con todo, por debajo de Ella, habida cuenta de la condición a que es encumbrada en el día de hoy.
Eso no obstante, de su exaltación toma María motivo para humillarse; porque, en el momento mismo en que el ángel la proclama Madre de Dios y la honra como a tal; aquella incomparable Virgen no halla otra respuesta que darle sino que es la esclava del Señor (1). Contestación que, pronunciada por los labios de la Virgen María, en el momento mismo en que es designada Madre de Dios, no puede menos de dejar consternado a san Ambrosio.
Aprovechemos hoy ejemplo tan admirable; y de todas las gracias que Dios nos conceda, por extraordinarias que puedan ser, tomemos ocasión para posponernos a todos.
No brilla menos, en este misterio, la bondad de Dios que la humildad de la Virgen Santísima. El Hijo de Dios, enseña san Pablo, teniendo la naturaleza divina, sin usurpar nada a Dios por considerarse igual a El; se anonadó, no obstante, a Sí mismo en este día, tomando la naturaleza de esclavo y haciéndose semejante a los hombres, excepto en la culpa (2); y eso - según dijo el ángel a la Virgen María, y en conformidad con el compromiso que contrajo al revestir la naturaleza humana - para librar a su pueblo de los pecados (3).
Como los holocaustos, a pesar de ser los sacrificios más excelentes de la antigua ley, no fueran tan agradables a Dios que pudiesen borrar los pecados de los hombres (4); se ofrece Él mismo en sacrificio, y dice a su Eterno Padre: Heme aquí que vengo hoy al mundo, para cumplir tu santa voluntad y toda justicia (5). Por esta razón, conforme asegura el profeta Isaías: Tomó sobre Sí todos nuestros pecados, y cargó con todas nuestras enfermedades (6).
Pongámonos en condiciones, observando conducta irreprochable, de que el Hijo de Dios realice en nosotros lo que se propuso en este misterio respecto de todos los hombres, a saber: la total extirpación del pecado.
Si Dios da en este día tantas muestras de su bondad con nosotros, también nos cabe en él la suerte de recibir muchas gracias.
En efecto: el mismo Jesucristo afirma en su Evangelio que no ha venido al mundo sino para darnos la vida, y dárnosla en abundancia (7). Y san Pablo añade que por El y en El se han reconciliado todas las cosas con Dios, y que por la sangre que derramó en la cruz, se ha devuelto la paz a lo que esta en el cielo y en la tierra (8).
Él es también, según el mismo Apóstol, quien, a pesar de que antes nos habíamos extrañado de Dios y éramos enemigos suyos; nos ha rehabilitado en su gracia, a fin de presentarnos santos e irreprensibles delante de Dios. Él es asimismo, continúa san Pablo, quien nos ha hecho dignos de participar en la suerte de los santos (9).
Hoy es, por consiguiente, día de júbilo y de bendición para nosotros, porque en él, Dios, que es rico en misericordia, según el mismo san Pablo, movido del infinito amor con que nos amó, envió a su propio Hijo, aun cuando estábamos muertos por nuestros pecados y crímenes, y nos dio nueva vida en Jesucristo, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia, usada con nosotros, por el amor que nos profesó en Jesucristo (10).
Si, pues, contamos con gracias sobradas para salvar nos y para ser santos y perfectos (11); somos de ello deudores, como enseña también san Pablo, a lo obrado por Jesucristo este día, en que se encarnó por amor nuestro. Démosle señales de nuestra gratitud por el santo uso que de esas gracias hagamos.
(25 de marzo)
Reconozcamos con toda la Iglesia la honra que hoy recibe la Virgen Santísima, al verse convertida en Madre de Dios: la más eminente que pueda jamás recaer sobre ninguna mera criatura.
Según testifica san Ambrosio, la grandeza y excelencia de su fe es lo que atrajo sobre María este honor, que la hace acreedora al respeto de los ángeles mismos; pues, si éstos la aventajan mucho por su naturaleza; están, con todo, por debajo de Ella, habida cuenta de la condición a que es encumbrada en el día de hoy.
Eso no obstante, de su exaltación toma María motivo para humillarse; porque, en el momento mismo en que el ángel la proclama Madre de Dios y la honra como a tal; aquella incomparable Virgen no halla otra respuesta que darle sino que es la esclava del Señor (1). Contestación que, pronunciada por los labios de la Virgen María, en el momento mismo en que es designada Madre de Dios, no puede menos de dejar consternado a san Ambrosio.
Aprovechemos hoy ejemplo tan admirable; y de todas las gracias que Dios nos conceda, por extraordinarias que puedan ser, tomemos ocasión para posponernos a todos.
No brilla menos, en este misterio, la bondad de Dios que la humildad de la Virgen Santísima. El Hijo de Dios, enseña san Pablo, teniendo la naturaleza divina, sin usurpar nada a Dios por considerarse igual a El; se anonadó, no obstante, a Sí mismo en este día, tomando la naturaleza de esclavo y haciéndose semejante a los hombres, excepto en la culpa (2); y eso - según dijo el ángel a la Virgen María, y en conformidad con el compromiso que contrajo al revestir la naturaleza humana - para librar a su pueblo de los pecados (3).
Como los holocaustos, a pesar de ser los sacrificios más excelentes de la antigua ley, no fueran tan agradables a Dios que pudiesen borrar los pecados de los hombres (4); se ofrece Él mismo en sacrificio, y dice a su Eterno Padre: Heme aquí que vengo hoy al mundo, para cumplir tu santa voluntad y toda justicia (5). Por esta razón, conforme asegura el profeta Isaías: Tomó sobre Sí todos nuestros pecados, y cargó con todas nuestras enfermedades (6).
Pongámonos en condiciones, observando conducta irreprochable, de que el Hijo de Dios realice en nosotros lo que se propuso en este misterio respecto de todos los hombres, a saber: la total extirpación del pecado.
Si Dios da en este día tantas muestras de su bondad con nosotros, también nos cabe en él la suerte de recibir muchas gracias.
En efecto: el mismo Jesucristo afirma en su Evangelio que no ha venido al mundo sino para darnos la vida, y dárnosla en abundancia (7). Y san Pablo añade que por El y en El se han reconciliado todas las cosas con Dios, y que por la sangre que derramó en la cruz, se ha devuelto la paz a lo que esta en el cielo y en la tierra (8).
Él es también, según el mismo Apóstol, quien, a pesar de que antes nos habíamos extrañado de Dios y éramos enemigos suyos; nos ha rehabilitado en su gracia, a fin de presentarnos santos e irreprensibles delante de Dios. Él es asimismo, continúa san Pablo, quien nos ha hecho dignos de participar en la suerte de los santos (9).
Hoy es, por consiguiente, día de júbilo y de bendición para nosotros, porque en él, Dios, que es rico en misericordia, según el mismo san Pablo, movido del infinito amor con que nos amó, envió a su propio Hijo, aun cuando estábamos muertos por nuestros pecados y crímenes, y nos dio nueva vida en Jesucristo, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia, usada con nosotros, por el amor que nos profesó en Jesucristo (10).
Si, pues, contamos con gracias sobradas para salvar nos y para ser santos y perfectos (11); somos de ello deudores, como enseña también san Pablo, a lo obrado por Jesucristo este día, en que se encarnó por amor nuestro. Démosle señales de nuestra gratitud por el santo uso que de esas gracias hagamos.