miércoles, 20 de marzo de 2019

DE IOSEPH, NUNQUAM SATIS. Homilía


Homilia de la Solemnidad de san José 2019
Hay cosas en la vida, que no son difíciles de explicar y hablar de ellas. Tantas veces experimentamos la incapacidad de expresar lo que estamos viviendo en nuestro interior y la sensación de lo que presenciamos. Muchas veces las palabras se quedan pequeñas y sin significado ante las realidades más sublimes de nuestra existencia.
Ni tan siquiera la poesía –expresión íntima del corazón humano- es a veces capaz de expresar con acierto y satisfacción lo que se siente, se contempla o se admira.
Esta es la experiencia del salmista que ante las maravillas y obras de Dios no es capaz ni de enumerarlas.  “¡Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro! Nadie se te puede comparar: intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número.”
¡Cuánto más grande es el misterio, más difícil se hace hablar de él, explicarlo y reducirlo a palabras!
 Y esto lo experimentamos al acercarnos a la grandiosa figura del gran Patriarca san José.
¿Qué decir de él si siempre será poco? A san José, como se dice de la Virgen Santísima, se le puede aplicar la sentencia de san Bernardo “numquam satis”. De san José, nunca diremos bastante, nunca lo ensalzaremos suficientemente, nunca conoceremos la inmensa grandeza de lo que Dios ha obrado en él.
San José es grande porque fue escogido entre todos los varones de la tierra para ser esposo de la Virgen María y custodio de su virginidad perpetua. Pensemos que grandeza de alma había de tener aquel a quien Dios entrega a su criatura más amada y a la que llenó de gracias como ninguna otra criatura. “Nadie echa vino nuevo, en odres viejos” –dirá Jesús en el Evangelio: José, es el hombre nuevo a imagen de Jesucristo, capaz de amar a su esposa como Cristo amó a la Iglesia, dando su vida por ella. Aquí radica la autoridad del esposo en el matrimonio. Si el apóstol dice a las mujeres que sean sumisas a sus maridos, al marido le recuerda una exigencia mayor: en todo y siempre ha de ser y obrar como Cristo. Por eso, san José es el  modelo de esposo; y junto con María Santísima modelo de todo matrimonio poniendo a Jesús en el centro de sus vidas.
San José es grande porque al ser escogido como esposo de la Virgen recibió también la misión de ser el padre virginal de Jesús, el Verbo eterno hecho carne en el seno purísimo de la Virgen. Lo recibió como suyo, lo amó, lo educó y le proporcionó todo lo necesario para su sustento: san José tuvo la dicha de vivir las obras de misericordia con el mismo Dios encarnado. Es modelo para todos aquellos que han recibido la misión de ser padres.
Dios tuvo hambre y san José lo alimentó. Dios tuvo sed y san José le dio de beber. Dios estuvo desnudo y san José lo vistió. Dios estuvo sin techo y san José lo hospedó…
Por ser esposo de la Virgen y padre del Niño Dios, san José colaboró de una forma del todo singular y única en el misterio de la redención: él, con su vida, sus trabajos y sus sufrimientos colaboró con el Hijo de Dios en la redención del mundo. Ahora resplandece ante la Iglesia como modelo perfecto de seguimiento de Cristo y de verdadera caridad.
Por eso, la Iglesia lo tiene como patrono principal y verdadero padre, confiando en su intercesión. Aquel que mandó sobre el mismo Señor de cielos y tierra, ¿cómo no va a ser atendido en sus súplicas ahora en el cielo?
Patronazgo muy particular sobre los seminarios donde se forman los futuros sacerdotes: los niños y jóvenes que han sido llamados a hacer las veces de Cristo en medio de la Iglesia.
Y en resumen, abogado de todos en todas las causas. Dice santa Teresa  de Jesús  “A otros –santos- parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas”. Y sigue: “Querría yo persuadir a todos fuesen muy devotos de este glorioso Santo, por la experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera las almas que a él se encomiendan”.
Pues, en definitiva, hemos de amar lo que Dios ama y rechazar lo que Dios rechaza.  Para Jesús, san José fue lo más querido en esta tierra junto con su Madre, la Virgen María. Si queremos amar lo mismo que Jesús amó, amemos a tan gran santo y seámosle muy devotos.

Queridos hermanos:
Hemos de ser devotos de san José y a pesar de ser tan grande, no hemos de espantarnos ante tan gran modelo. La grandeza de san José se presenta muy sencillamente en el Evangelio. Su santidad no tiene nada de aparatoso ni deslumbrante. Santidad del día a día, de la cotidianidad, santidad de la obligación cumplida por amor, de la entrega diaria en el silencio y en lo oculto. Santidad de la fidelidad en las pequeñas cosas.
Del más grande de todos los santos, se nos dice muy poco: José era varón justo; y nosotros si queremos ser sus devotos hemos de querer imitarlo.
¿Qué significa que era varón justo? “San José es varón justo porque su vida está ajustada a la Palabra de Dios.” –explicó Benedicto XVI.
¿Qué hacer nosotros para llegar a ser justos? ¿Cómo ajustarnos a Dios y a su Palabra?
Lo primero es “Escuchar esta palabra”. Quizás hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante el hecho de que Dios nos hable hoy a nosotros a través de la Sagrada Escritura. Hemos de recuperar este santo asombro, oír con atención y tener verdadera disposición de oír lo que Dios quiere decirnos. No es fácil esto, en una sociedad tan ruidosa, en un mundo donde llegan a nosotros falsas voces que nos ofrecen vida sin Dios, felicidad a corto plazo, vida cómoda y regalada.
Hemos de cerrar nuestros oídos a estas voces y abrirlo a la Palabra de Dios. Como los apóstoles hemos de decir: “Señor, ¿a quién iremos?  tan solo tú tienes palabras de vida, de vida eterna.” Deberíamos ser hambrientos de la palabra de Dios y poder decir con el profeta: “Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba.”
En segundo lugar, consideremos que la palabra de Dios no siempre corresponde con nuestra voluntad o nuestros deseos. Es aquí donde podemos rechazarla. Solamente si nos dejamos conducir por el Espíritu Santo a través de la oración, esta palabra se hace nuestra, se siembra en nosotros y nos transforma. La voluntad de Dios se hace mi voluntad, y aquello que nos es voluntad de Dios en mi vida, no lo quiero.
Pensad en San José, mirad su ejemplo. Su lucha interior ante el misterio de la concepción de la Virgen que le superaba. Estaba confundido y no entendía. Dios le habla por el ángel, lo cree y acepta.
El cristiano que ora y se deja conducir por el Espíritu Santo es la tierra buena dispuesta a recibir la semilla del sembrador para que dar fruto del ciento por uno.
Finalmente, para terminar de ajustarnos a la palabra de Dios, hemos de obedecer. Al despertar, José obedeció a la palabra de Ángel. Hoy nadie quiere oír hablar de obediencia, se rechaza en pro de una libertad mal entendida que es la peor de las esclavitudes. Pensad en el joven rico por el contrario. Escucho lo que tenía que hacer para entrar en la vida eterna. Pero como no coincidía con sus deseo, bajo la cabeza y se fue triste. Aquello que hemos escuchado, aquello que hemos interiorizado, hemos de ponerlo en práctica con alegría, con confianza, con generosidad –como el bendito san José.
Queridos hermanos: La fiesta de san José lejos de distorsionar el sentido litúrgico de la cuaresma y su espíritu penitencial es una invitación a convertirnos a Dios, a ajustar nuestras vidas a Jesucristo y a su Evangelio; a vivir la vida nueva recibida en nuestro bautismo.
Que san José interceda hoy por todos nosotros y por todas nuestras intenciones. Amén.