sábado, 27 de febrero de 2021

SAN JOSÉ, MODELO Y MAESTRO DE FE VIVA. (13) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

SAN JOSÉ, MODELO Y MAESTRO DE FE VIVA. (13) 

Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

MEDITACIÓN

San Enrique de Ossó

SAN JOSÉ, MODELO Y MAESTRO DE FE VIVA.

 

Composición de lugar. Contempla a san José creyendo el misterio de la Encarnación.

 

Petición. Dame fe viva, Santo mío, para vivir como tú, vida de fe.

 

Punto primero. Es la fe una virtud sobrenatural que nos inclina a creer todo lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos propone como de fe. –Es el principio de la salud del hombre, la raíz y fundamento de toda justificación. Es la que comunica vida sobrenatural a todas las demás virtudes, pues sin ella el alma no participa de la vida de la gracia, porque sin la fe es imposible agradar a Dios y salvarse. El que no cree, ya está condenado. –Quien no tiene a la Iglesia por Madre, no puede tener a Dios por Padre. Razonable debe ser el obsequio de nuestra fe, como dice el apóstol, y para esto es preciso que tengamos para creer tales motivos de credibilidad que excluyan todo motivo prudente de duda sobre lo que Dios nos revela y la Iglesia nos propone para creer. El Romano Pontífice, Vicario de Jesucristo y sucesor de san Pedro, es infalible cuando enseña a la Iglesia verdades de fe o de moral. –El justo vive de fe, dice san Pablo (Rom, I, 17), porque no solo es raíz de la vida sobrenatural la fe, sino su alimento, su progreso, su perfeccionamiento. Porque no solo nos ilustra con divina luz en todas las cosas, sino que nos gobierna en todos los actos de la vida, en los afectos y deseos. Es la fe el faro divino que nos ilumina en este caliginoso destierro, haciéndonos ver la verdad en todas las cosas, hasta que brille en nuestros ojos el claro día de la eternidad, en el cual veamos a Dios cara a cara, como es. Fe pura, fe íntegra, fe firme, fe universal: tales deben ser las condiciones o cualidades de nuestra fe. Fe pura, sin mezcla de error; fe íntegra, sin deficiencia en ninguna de sus verdades; fe universal que se extiende a todo lo que la Iglesia enseñe; fe firme que no nos permita vacilar lo más mínimo, apoyados en la infalible autoridad de Dios que habla. ¿Es así nuestra fe? ¿O solo creemos lo que nos place de los misterios y verdades de fe? Pues en este caso no tenemos fe: absolutamente nada tenemos de fe sobrenatural. ¡Qué desgracia!

 

Punto segundo. Fe de san José. San José creyó con una fe tan viva, que solo la Virgen Santísima le ha podido aventajar en ella. Duda al ver encinta a María; el ángel le aparece y le dice que lo que ha nacido en ella es obra del Espíritu Santo, y cree san José sin vacilar. Ve al Mesías prometido, que los judíos carnales esperaban como un gran rey y conquistador, le ve nacer en un mísero establo en medio de dos animales, y lo adora como a Dios. Le ve circuncidado, fugitivo a Egipto, y le cree Dios. Le contempla dormido, callado, sujeto a todas las miserias humanas, excepto al pecado, y le adora como a Dios. Le admira sujeto a sus órdenes, trabajando de carpintero en Nazaret, ganando el sustento con el sudor de su frente, y le cree Dios. La fe, mejor que a Abraham, se le reputó a san José por justicia o santidad. (Rom. IV,9) ¿Quién puede comprender la perfección de la fe y santidad del Santo, cuya vida fue verdaderamente vida de fe, una actuación continua de ella con la presencia corporal de Jesús, Hijo de Dios y de María, Madre de Dios?

 

San José, versado en las Sagradas Escrituras, y conociendo los oráculos de los profetas, confirmados por el anciano Simeón, descubría en la persona de Cristo, gallardo joven, o tierno niño, a la persona del Verbo hecho hombre; y veía los triunfos de su fe a través de los siglos, creyendo que un judío, la persona más abyecta a los ojos de los hombres de aquellos tiempos, había de morir en cruz, en medio de dos malhechores, y debía, no obstante, atraerlo todo a sí, destruir los ídolos, acabar con el paganismo, y hacerse adorar como a Dios, a pesar de los prejuicios de los hombres. Veía millones de millones de hombres de toda edad, sexo y condición, que no solo adorarían como Dios a su Hijo carpintero, sino que derramarían gustosos su sangre y depreciarían todos los halagos por creerle Dios, por confesar su fe en Él, por protestarle su amor como a Dios. ¡Oh fe santa! Si iluminases nuestras almas con un destello de la viveza con que iluminabas la de san José ¡cuán presto seríamos santos!

 

Punto tercero. ¿Cuál es nuestra fe? ¡Oh! Mejor sería preguntar si tenemos fe. Observando lo que pasa en la mayor parte de los cristianos en estos malaventurados días, bien podemos asegurar que apenas hay verdadera fe. Aquella fe viva, sencilla, pura, íntegra, que se notaba en nuestros pueblos, en nuestros padres, no existe ya, si no es por la misericordia de Dios, en muy contadas almas: es hoy día patrimonio de muy pocas almas. Los malos libros, los periódicos impíos, las conversaciones escandalosas, las pláticas contra la religión y los más santo y sagrado, que en todas partes se oyen, hacen que se entibie la fe, o se averíe, o se pierda totalmente. Pocos son los que se atreven a confesar su fe. Más pocos todavía los que ajustan las acciones de su vida pública y privada a las enseñanzas de la fe. Y esta virtud divina, como no se practica o se practica mal, se va debilitando y, por fin, se pierde totalmente. Además, la inmoralidad y corrupción que cunde como cáncer por todas partes, corrompe esta fe, y naufragan en ella por no conservar la pureza de costumbres. Cada día hay menos almas que imiten la fe sencilla, viva y eficaz de nuestro Santo que creyó en Dios, teniendo tantas razones al parecer para no creer en el misterio de la Encarnación. Oh fidelísimo san José, modelo perfectísimo de creyente perfectísimos, alcánzanos la firmeza y pureza de la fe, de suerte que estemos dispuestos a perderlo todo, aun nuestra vida, antes que aventurar la joya de más valor, nuestra fe, por el pecado. ¡Viva, viva san José por su vivísima fe!

 

Obsequio. Repetiré siete veces: “Creo, Señor; aumentad mi fe”.

 

Jaculatoria. Creo, Señor, y por defender mi fe quisiera derramar mi sangre.

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.