martes, 2 de febrero de 2021

LA PRESENTACiÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO. San Alfonso María de Ligorio


Meditación II
De la presentación de Jesús al templo


Llegado el tiempo en que María, según la ley, había de ir a purificarse al templo, y presentar Jesús al Divino Padre, ved que se dirige allá juntamente con José.
Este toma las dos tortolillas que debían ofrecerle; y María toma su amado Niño, toma el Divino Corderito para ir a sacrificarle, en señal de aquel gran sacrificio que un día este mismo Hijo había de consumar sobre la cruz.
Considerad como la santa Virgen entre ya en el templo: hace la oblación de Jesús por parte del género humano, y dice: He aquí, o eterno Padre, vuestro amado Unigénito, que es vuestro Hijo, y también mío; yo os le ofrezco como víctima de vuestra Divina Justicia para aplacaros con los pecadores. Aceptadla, o Dios de misericordia, tened piedad de nuestras miserias; por amor de éste Cordero Inmaculado recibid en vuestra gracia a los hombres”.
Agregase a la oblación de María la de José; y el santo Niño dice también: “Aquí me tenéis, Padre mío, a Vos consagro toda mi vida: me habéis enviado al mundo para salvarlo con mi sangre. Hela, y a mí todo; a Vos me ofrezco por el rescate del linaje humano.”
Se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y hostia a Dios. Ef. 5, 2
Ningún sacrifico fue jamás tan acepto a Dios, cuanto lo fue este que le hizo entonces su amado Hijo, víctima y sacerdote desde niño. Si todos los hombres y todos los Ángeles hubiesen ofrecido sus vidas, no hubiera sido ciertamente su oblación tan apreciable a Dios como lo fue esta de Jesucristo, pues que en este solo ofrecimiento al eterno Padre recibió un honor infinito y una satisfacción infinita. Habiendo pues, Jesús ofrecido la vida al Eterno Padre por nuestro amor, justo es que nosotros le ofrezcamos también la nuestra, y todo lo que somos. Esto es lo que él mismo desea, como significó a la beata Ángela de Foligno diciéndole: “Yo me he ofrecido por ti, a fin de que tú te ofrezcas por mí”.

Afectos y súplicas.
Eterno Padre, yo miserable pecador, reo de mil infiernos, hoy me presento a Vos. Dios de infinita majestad, y os ofrezco mi pobre corazón; pero ¡Oh, Señor! ¿Qué corazón os ofrezco? Uno, que no ha sabido amaros, antes bien os ha ofendido tanto, y os ha hecho traición tantas veces; pero ahora os lo ofrezco arrepentido, y resuelto de volver a amaros a toda costa y obedeceros en todo.
, y atraedme todo a vuestro amor. Yo no merezco ser escuchado, más bien lo merece vuestro Hijo, quién aún niño se ofrece a Vos en sacrificio por mi salvación.
Este Hijo y su sacrificio por mi salvación. Este Hijo y su sacrificio os ofrezco, y en él pongo todas mis esperanzas. Os doy gracias, Padre mío, porque le habéis enviado a la tierra a sacrificarse por mí.
Os doy gracias, o Verbo encarnado, Cordero Divino que os ofrecisteis a la muerte por mi alma. Os amo, carísimo Redentor, y sólo a Vos quiero amar, ya que fuera de Vos no hallo quién por salvarme haya ofrecido y sacrificado su vida.
Me hace llorar al ver que con los demás he sido agradecido, y solo con Vos he sido ingrato; pero Vos no queréis mi muerte, sino que me convierta y viva. Sí, Jesús mío, a Vos vuelvo, y me arrepiento con todo el corazón de haberos ofendido, y de haber ofendido a un Dios que se ha sacrificado por mí.
Dadme la vida; ella la empleará en amaros a Vos, sumo bien: haced que os ame y nada más os pido.
María, madre mía, Vos ofrecisteis entonces en el templo a este Hijo también por mí. Volvedle a ofrecer ahora, y rogad al eterno Padre que por el amor de Jesús me acepte por suyo.
Y Vos, Reina mía, recibidme por Hijo vuestro y perpetuo siervo. Si yo soy vuestro siervo, lo seré igualmente de vuestro Hijo.