DEL NÚMERO DE LOS PECADOS
SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO
Non tentabis Dominum Deum
No tentarás al Señor tu Dios.
(Matth. VI, 7)
En el Evangelio de hoy leemos, que habiendo ido Jesucristo al desierto, permitió que el demonio le llevase sobre el pináculo o cimborio del Templo, y allí le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo» Si filius Dei es, mitte te deorsum; añadiéndole, que los ángeles le tomarían en las palmas de sus manos para que no se hiciese daño. Pero el Señor le respondió: Está escrito en la santa Escritura: «No tentarás al Señor tu Dios». Non tentabis Dominum Deum tuum. El pecador que se abandona al pecado sin querer resistir a las tentaciones, o al menos, sin querer encomendarse a Dios para que le de el auxilio necesario para resistirlas, esperando que el Señor le librará algún día de aquel precipicio, tienta a Dios para que haga milagros, o para que use con él de una misericordia extraordinaria fuera del orden de las cosas. Dios quiere que todos los hombres se salven, cómo dice el Apóstol: Omnes homines vult salvos fieri, (I. Tim. II, 4); pero quiere también, que nos valgamos de las medidas necesarias para salir de la esclavitud del enemigo, y que obedezcamos a Dios cuando nos llama a penitencia. Los pecadores oyen a Dios cuando los llama; pero se olvidan de Él bien presto, y perseveran en sus pecados, aunque Dios no lo olvida. Porque cuenta lo mismo las gracias que nos dispensa, que los pecados que nosotros cometemos; y cuando llega el tiempo prefijado por Él, priva de sus gracias y nos castiga. Esto es lo que quiero demostrar hoy en el presente discurso, a saber: que llegando los pecados a cierto número, Dios castiga y no perdona ya. Prestadme atención.
1. Dicen muchos santos Padres, San Basilio, San Jerónimo, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Agustín y otros que así como Dios tiene determinado el número de de los días de la vida, los grados de sanidad o de talento que quiere dar a cada hombre, según dice la Escritura: Omnia in mesura et numero, et pondere disposuisti (Sap. XI, 21), así también tiene determinado el número de pecados que quiere perdonar a cada uno, cumplido el cual, ya no perdona. San Agustín añade: «Conviene que meditemos que, Dios tolera a cada uno hasta que, llenada la medida, no le queda lugar de perdón». Illud sentire nos convenit tamdiu unumquemque a Dei patientia sustineri, quo consumato, nullam illi veniam reservari. (De vita Christi cap. 3). Lo mismo escribe Eusebio de Cesárea: Deus expetat usque ad certum numerum, et postea deserit: «Dios espera hasta que llenemos cierto número, y después nos abandona. (Lib. VIII, cap. 2) . Y lo mismo afirman los Padres arriba mencionados.
2. Missit me Domine, ut mederer contritis corde. Dios está pronto a sanar a los que tienen voluntad de enmendar su vida; no puede, empero, compadecerse de los que viven obstinados en el pecado. Perdona los pecados, más no puede perdonar el propósito de pecar. Nosotros no podemos reconvenir a Dios, porque perdona cien pecados a uno, y quita la vida y condena al Infierno a otro al tercero o cuarto pecado que comete. Acerca de esto es necesario adorar los juicios divinos, y exclamar con el Apóstol: «¡Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios; cuan incomprensibles son tus juicios!» (Rom. XI, 33). El que es perdonado, -dice San Agustín-, lo es por la sola misericordia de Dios; y el que es castigado, lo es por la justicia. ¡A cuántos ha enviado Dios al Infierno por el primer pecado que cometieron! San Gregorio escribe, que un niño de cinco años, que tenía ya uso de razón, fue llevado a los Infiernos por los demonios, por haber dicho una blasfemia. A Benita de Florencia, gran sierva de Dios, reveló la Virgen María, que un muchacho de doce años se condenó por el primer pecado que cometió. Pero diréis vosotros: Yo soy joven, y hay muchachos que tienen más pecados que yo. ¿Y que se infiere de eso? ¿Está Dios obligado a esperarte si pecas, porque eres joven? En el Evangelio de San Mateo leemos, que la primera vez que nuestro divino Salvador halló una higuera que no daba fruto, la maldijo diciendo: Numquam ex te nascatur fructus, y se secó. Es preciso temer, pues, de cometer un pecado mortal, y mucho más cuando es el primero que se comete.
3. Dios dice: Del pecado perdonado no quieras estar sin temor; ni añadas pecados a pecados: De propitiato peccato noli esse sine metu, neque adjicias peccatum super peccatum. (Eccl. V, 5). No digas, pues, pecador, así como Dios me perdonó los otros pecados, así también me perdonará éste si lo cometo. No lo digas; porque si tu añades un pecado nuevo al pecado que ya se te perdonó, debes temer que éste se una al primero, y que de este modo se complete el número y seas abandonado por Dios. Oye como lo explica más claramente la Escritura en otro lugar: Dominus patienter expectat, ut eas cum judicii dies advenerit, in plenitudine peccatorum puniat: «El Señor sufre ahora con paciencia para castigar a las naciones el día del juicio, colmada que sea la medida de sus pecados». (II, Mach. VI, 4) Dios, pues, espera con paciencia hasta el número prefijado; cuando empero se ha llenado el número, ya no espera más y castiga. Los pecadores amontonan pecados sobre pecados sin contar el número de ellos: sin embargo, ya los cuenta Dios para castigarlos cuando se ha llenado el número.
4. De estos ejemplos hay muchos en la divina Escritura. Hablando el Señor de los Hebreos dice: «Me han tentado ya por diez veces» Ya veis como cuenta los pecados. «No verán la tierra». Veis pues, como castiga cuando se ha llenado el número: Tentaverunt me per decem vices, non videbunt terram. (Num. XIV, 22 y 23). Hablando de los Amorreos, dice en otro lugar: que difería su castigo, porque no habían llenado todavía la medida del número de sus maldades. Necdum enim completae sunt iniquitates Amorrheorum. (Gen. XV, 16). En otro lugar tenemos el ejemplo de Saúl, que habiendo desobedecido a Dios dos veces, fue abandonado por Él: de manera, que suplicando a Samuel que intercediese con el Señor, para que le obtuviese el perdón de su pecado: Porta quaeso peccatum meum, et revertere mecum, ut adorem Deum (I. Reg XV, 25): Samuel, que sabía que estaba abandonado por el Señor, le respondió: Non revertar tecum, quia abjecisti sermonem Domini, et projecit te Dominus: «No hará tal, porque tu has desechado las palabras del señor, y el Señor te ha desechado a ti» (I. Reg. XV, 26). También está el ejmplo de Baltasar, que profanó los vasos del templo comiendo con sus mujeres, y vió aquella mano prodigiosa que escribió en la pared: Mane, Thecel, Phares. Vino Daniel, y habiéndole suplicado que explicara el contenido de estas palabras, dijo al rey, explicando la palabra Thecel: «Has sido pesado en la balanza, y has sido hallado falso»: Appensus es in statera, et inventus es minus habens (Dan. V, 7). Dándole con esta explicación a entender, que el peso de sus pecados había inclinado la balanza de la justicia divina; y con efecto, Baltasar, rey de los Caldeos, fue muerto aquella misma noche. ¿A cuántos desgraciados sucede lo mismo? Ellos siguen ofendiendo a Dios; más, cuando sus pecados llegan al número determinado, los asalta la muerte, y los merge en el Infierno: «Pasan en delicia los días de su vida, y en un momento bajan al sepulcro»: Ducunt in bonis dies suos, et in puncto ad inferna descendunt. (Job. XXI, 13). Temed, hermanos míos, no os mande Dios al Infierno, si cometéis un pecado mortal más.
5. Si Dios castigara inmediatamente que el hombre le ofende, no se vería tan despreciado como se ve. Y porque no lo hace así, movido de su misericordia nos espera, y retarda el castigo, se llenan los pecadores de orgullo y siguen ofendiéndole. Los hijos de los hombres, dice el Eclesiastés, viendo que no se pronuncia luego la sentencia de los malos, cometen la maldad sin temor alguno. Debemos empero persuadirnos, que Dios espera y sufre; más no espera y sufre siempre. Siguiendo Sansón tratando con Dálila, esperaba librarse de las asechanzas de los Filisteos, como lo había hecho otras veces; pero esta vez fue preso por ellos y le quitaron la vida. No digas, -advierte el Señor– «yo pequé»; ¿y que mal me ha venido por eso? Porque el Altísimo, aunque paciente y sufrido da el pago merecido. Ne dixeris, peccavi, et quid accidit mihi triste>? Altissimus enim est patiens redditor. (Eccl. V, 4). Dios tiene paciencia hasta cierto término, pasado el cual, castiga los mayores pecados y los últimos; y cuanto mayor haya sido la paciencia de Dios, tanto mayor será su castigo.
6. Por eso dice el Crisóstomo, que más debemos temer a Dios cuando tolera, que cuando castiga inmediatamente. Y ¿porque? Porque como dice San Gregorio, aquellos con quienes Dios usa de más misericordia, son castigados con mucho mayor rigor si abusan de ella. Quos diutius expectat (Deus) durius damnat. Y añade el Santo: que estos tales frecuentemente son castigados por Dios con una muerte repentina, y no tienen tiempo de arrepentirse: Sæpe quidiu tolerati sunt, subila morte rapiuntur ut nec flere ante mortem, liecat. Y cuanto mayor es la luz que el Señor comunica a algunos para que se enmienden, tanto mayor es su obcecación y pertinacia en el pecado. San Pedro, en su Epístola segunda, escribió: Mejor les fuera a los pecadores no haber conocido el camino de la justicia, que no después de conocido volver atrás: Melius enim erat illi non cognoscere viam justiciae quam post agnitionem retrorsum converti. (II. Cetr. II, 21) ¡Ay de aquellos pecadores, que tornan al vómito después de haber visto la luz! porque, dice San Pablo, es moralmente imposible, que sean renovados por la penitencia: Impossible est enim eos, qui semel illuminati sunt, gustaveunt etiam donum cæleste… et prolapsi sunt, rursus renovarri ad pænitentiam (Hebr. VI, 4 y 6).
7. Oye, pues, oh pecador, lo que te dice Dios: Fili, peccasti? non adjicias iterum; sed et de pristinis deprecare ut tibi dimittantur. Hijo, ¿has pecado? pues no vuelvas a pecar. Antes bien haz oración por las culpas pasadas, a fin de que te sean perdonadas. (Eccl. XXI, 1). De otra suerte puede muy bien suceder, que si cometes otro pecado mortal, se cierre para ti la para ti la puerta de las divinas misericordias, y quedes perdido para siempre. Así, hermanos míos, cuando el enemigo os tiente, incitándoos a cometer otro pecado, decid en vuestro interior: Y si Dios no me perdonase más, ¿cuál sería mi suerte por toda la eternidad? Pero si el demonio os dice: No temáis, Dios es misericordioso; respondedle al instante: ¿Y que seguridad tengo yo de que Dios usará de misericordia conmigo y me perdonará, si vuelvo a pecar? Oid la amenaza que hace el Señor a los que desprecian sus divinos consejos: Quia vocavi et renuistis… ego quoque in interitu vestro ridedo et subsannabo vos: «Ya que estuve yo llamando, y vosotros no me respondisteis… Yo también miraré con risa vuestra perdición, y me mofaré de vosotros». (Prov. 1, XXIV y XXVI). Observad estas dos palabras: «Yo también»; esto es, que asi como vosotros os habéis burlado de Dios, confesando vuestros pecados, prometiendo la enmienda, y volviendo a pecar de nuevo, así Dios se burlará de vosotros a la hora de la muerte. El Señor no sufre que nadie se burle de Él: Deus non irridetur (Gal. VI, 7). Y el Sabio dice: que como el perro que vuelve a lo que ha vomitado, así obra el imprudente que recae en su necedad: Sicut canis, qui rivertitur ad vomitam suum, sic imprudens qui iterat stultitam suam (Prov. XXVI, 11). Dionisio Cartusiano explica muy bien este texto, diciendo: que así como es abominable y repugnante es el perro que come lo inmundo que acaba de vomitar, del mismo modo es abominable a los ojos de Dios, el pecador que reincide en las mismas culpas que detestara al tiempo de confesarlas: Sicut id, quot per vomitum est rejectum, resumere est valde abominabile ac turpe, sic peccata deleta reiterari.
8. Pero, ¡cosa admirable! Si compráis una casa tomáis todas las precauciones necesarias para asegurar su posesión, y no perder el dinero que os costó: si tomáis una medicina, procuráis aseguraros de que ella no os haga daño: si pasáis un rio, procuráis no caer dentro de él: y por una satisfacción momentánea, por un desahogo de venganza, por un placer bestial, que termina al punto que empieza, arriesgáis la salvación eterna, diciendo «después lo confesaré». Y cuando lo confesaréis, os pregunto yo? Mañana, me responderéis. ¿Y quién os asegura que llegaréis a mañana, y que no os quitará la vida mientras estáis pecando, como ha sucedido a tantos? ¿Os creéis seguros un día -dice San Agustín-, cuando no lo estáis de vivir una hora? ¿Cómo dices, pues, mañana me confesaré? Oye lo que dice San Gregorio: «El que prometió perdón al penitente, no prometió el día de mañana al pecador». (Homil. 12, in Evang.) Dios ha prometido el perdón al que se arrepiente; pero no ha prometido esperar hasta mañana al que le ofende. Quizá el Señor os concederá tiempo de penitencia, y quizá os lo negará. Pero si os lo niega, ¿cuál será la suerte de vuestra alma? Entre tanto os ponéis os ponéis en peligro de perderla por un vil gusto, y de condenaros para siempre.
9. ¿Te expondrías tú, hermano mío, a perder por un gusto del momento, dinero, casa, poder y libertad? No. Pues ¿cómo te expones a perder el alma, el Paraíso y a Dios, por un instantáneo placer? Dime; crees que es verdad de fe, que hay Gloria, Infierno y Eternidad? ¿Crees que te condenarás para siempre, si te sorprende la muerte estando en pecado mortal? ¿Y no es una temeridad, no es una locura propia de un necio, querer condenarse a una eternidad de penas, diciendo: «Espero enmendarme después». San Agustín dice: Nemo sub spe salutis vult ægrotare; «ninguno quiere enfermar con la esperanza que después recobrará la salud». No hay necio que trague un veneno, y diga: después tomaré el contraveneno y me curaré. ¿Cómo, pues, quieres tú condenarte al Infierno, con la esperanza que te librarás después de él. ¡Oh necedad, que ha llevado y lleva tantas almas al Infierno! Según la amenaza de Dios que dice: Tú te has tenido por seguro en tu malicia… caerá sobre ti la desgracia, y no sabrás de donde nace (Isa. XLVII, 10 y 11). Has pecado, confiando temerariamente en la divina misericordia, tu verás presto el castigo, sin acertar de donde viene. ¿Que dices ahora pecador? ¿Que terminas hacer? Si este discurso no te mueve a hacer una firme resolución a Dios, tu eres ya condenado para siempre sin remedio. Tu frialdad acerca de tu salvación y tu apego al pecado, me hacen creer que Dios ha comenzado a abandonarte, según aquellas palabras de la Escritura: Quia tepidus es, incipiam te evomere (Apoc. III, 16) «Por cuanto eres tibio, estoy para vomitarte»; como si dijera: comenzaré a desahuciarte y abandonarte a tí mismo: no te daré los auxilios espirituales que necesitas para salir de este triste estado en que te hallas, porque has ya llenado la medida de los pecados que yo me había propuesto a perdonarte.