domingo, 28 de febrero de 2021

SAN JOSÉ, MODELO Y MAESTRO DE ESPERANZA. (14) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

SAN JOSÉ, MODELO Y MAESTRO DE ESPERANZA. (14)

Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

MEDITACIÓN

San Enrique de Ossó

SAN JOSÉ, MODELO Y MAESTRO DE ESPERANZA.

 

Composición de lugar. Contempla a san José esperando contra toda esperanza en Belén, Egipto, Nazaret.

 

Petición. En Ti, Dios mío, he esperado; no sea jamás confundido.

 

Punto primero. La esperanza es una virtud sobrenatural que nos inclina a esperar la bienaventuranza eterna y los medios necesarios para alcanzarla. Se apoya en la fidelidad de Dios principalmente. Hace al hombre paciente en sus trabajos, mostrándole el galardón. La esperanza es uno de los grandes tesoros de la vida cristiana, el patrimonio de los hijos de Dios, común puerto y remedio de todas las miserias de esta vida. Por la esperanza es el hombre socorrido en sus tribulaciones, defendido en sus peligros, consolado en sus dolores, ayudado en sus enfermedades, proveído en sus necesidades, pues la virtud de la esperanza cuanto espera tanto alcanza. Si las temerosas ondas de la mar no desmayan a los marineros, ni la lluvia de las tempestades e invierno a los labradores, ni las heridas y muerte a los soldados, ni los golpes y caídas a los luchadores, cuando ponen los ojos en las esperanzas engañosas de lo que por esto pretenden, mucho menos habían de sentir los trabajos los que esperan el reino de Dios. Nadie esperó en el Señor, que le saliese vana su esperanza.

 

La esperanza es un escudo muy fuerte con que se defienden de los mares y ondas de este siglo, es como un depósito de pan en tiempo de hambre, a donde acuden todos los pobres y necesitados a pedir socorro. Es aquel tabernáculo y sombra que promete Dios a sus escogidos, para que en él se escondan y defiendan de los calores del verano y de los torbellinos del invierno; esto es, de las prosperidades y adversidades de este mundo; es, finalmente, una medicina y común remedio de todos sus males. La misericordia de Dios es la fuente de todos los remedios, y la esperanza es el vaso que los coge, y según la cantidad de este vaso, así será la del remedio. Así como Dios aseguró a los hijos de Israel que toda la tierra sobre la que pusieran los pies sería suya; así toda la misericordia, sobre la cual el hombre llegare a poner los pies de su esperanza, será suya. Y según esto, el que movido de Dios esperare de Él todas las cosas, todas las alcanzará. Hace por lo mismo omnipotente al hombre esta virtud, lo cual engrandece el poder de Dios; pues no solo Él es todopoderoso, sino que lo son en su manera todos los que esperan en Él. ¿Quién no se animará, pues, a tener grande esperanza? ¡Oh poder omnipotente de la esperanza, que cuanto espera tanto alcanza!

 

Es la esperanza, áncora, según el apóstol (Hebr. VI), porque así como el áncora aferrada en la tierra firme tiene seguro el navío que está en el agua, y hace que desprecie las ondas y las tormentas, así la virtud de la esperanza viva, aferrada fuertemente en las promesas del cielo, tiene firme el áncora del justo en medio de las ondas y tormentas de este siglo, y le hace despreciar toda la furia de los vientos y tempestades de él. Tan grande es el bien que espero, cantan en los trabajos, que toda pena me deleita.

 

Punto segundo. Esperanza de san José. –La esperanza de san José fue contra toda esperanza; pues, ¿cómo podía esperar de una virgen y casada con él había de nacer el Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo? Esperó en el Señor al ver encinta a su esposa, y no salió confundido, pues le reveló el misterio. Abandonado de todos en Belén, espera en el Señor, y le depara una cueva donde nace el Hijo de Dios, viéndole adorado de ángeles, de pastores, y de reyes.

 

Confían en el Señor al huir fugitivo a Egipto en un viaje de más de setenta leguas por desiertos, de noche y sin provisión: pone su esperanza en el Señor, y no es confundido. Esperaba lo mismo que creía; esto es, que Cristo reinaría en el mundo; que sería adorado por pueblos y reyes de uno a otro polo; que millones de mártires sellarían su fe con su sangre; que por fin, Rey inmortal y de todos los siglos, recibiría los homenajes de todos los ángeles y bienaventurados, y que al solo nombre de Jesús doblarían su rodilla los cielos, la tierra y los abismos, y lo ha visto cumplido. ¡Oh esperanza celestial, virtud de almas grandes, de corazones magnánimos, qué fortaleza y consuelos derramas en el corazón de los atribulados!

 

La vida del Santo, tejida o sembrada de dolores y gozos, no es otra cosa que la demostración de los frutos de la esperanza que tuvo en Dios, nos siendo jamás confundido en ella.

 

Esperó en su vida, esperó en su muerte, y pronto volvió a ver a su Hijo resucitado, que triunfante le subió a los cielos en cuerpo y alma glorioso. La esperanza en el Señor no confunde jamás. La esperanza es el único bien que nos quedó en el suelo cuando todos huyeron para el cielo.

 

¡Bendito Santo! ¡Bendita esperanza! ¡Bendita recompensa! ¡Alcánzanos que sepamos imitarte en tan necesaria y consoladora virtud, Santo mío!

 

Punto tercero. ¿Cuál es nuestra esperanza? Pecamos por presumidos o desesperados. Queremos y confiamos ir al cielo, pero sin practicar buenas obras, o desconfiamos de alcanzar premio por no apoyarnos en Dios. Nuestra esperanza debe de estar en verdad fundada en la bondad de Dios, en su omnipotencia, en su fidelidad: pero esto no basta, debemos por nuestra parte ayudarnos. Dios que nos hizo sin nosotros, no nos salvará sin nosotros, enseña san Agustín; y por lo mismo es necesaria nuestra cooperación y buenas obras. El cielo es un premio, una corona, un reino que no se da a los haraganes, poltrones o desidiosos. Padece violencia, y solo los que se la hacen lo arrebatan. –¡Oh Dios mío!, no son condignos los trabajos de esta vida comparados con la gloria que se nos revelará en la otra; y no obstante nos quejamos que padecemos mucho, que trabajamos mucho para alcanzar este premio: y aún más, ¡oh dureza y ceguedad de corazones humanos!, la mayor parte se quedarían contentos y renunciarían de buen grado a la esperanza y posesión de la eternidad feliz, con tal que se les dejase gozar gruñendo como inmundos animales, comiendo las bellotas de los deleites sucios de este siglo, satisfechos con este gozo. ¡Oh fe santa!, ¡oh esperanza santísima!, ilumina, enfervoriza y despierta nuestras almas dormidas con el gusto de los charquillos turbios y hediondos de las criaturas, y dadnos a gustar la felicidad que está guardada para los que esperan y aman como tu siervo santísimo san José.

 

Obsequio. Esperaré, por intercesión del Santo, socorro en todas mis penas.

 

Jaculatoria. ¡Oh virtud de la esperanza, que cuanto esperas tanto alcanzas!

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.