jueves, 4 de febrero de 2021

La Vida Natural, La Vida de La Gracia. (87)Hora Santa Con San Pedro Julián Eymard

LA VIDA DE LA NATURALEZA Y LA VIDA DE LA GRACIA

Hoc sentite in vobis quod et in ChristoJesu

“Tened los mismos sentimientos quetuvo Jesucristo” (Fil 2, 5)

 

La vida de amor no es sino el vivir Jesucristo en nosotros su mayor enemigo es el amor propio. Así que tenemos en nosotros dos vidas, natural la una, y la otra sobrenatural. Si de veras queremos ser de Jesucristo, es preciso que ésta triunfe y que aquélla sea vencida, cambiada, transformada en vida divina, en esa vida que anima al justo: Justus meus ex fide vivit. Veamos qué es la vida natural para después compararla con la de Jesús en nosotros, de lo cual inferimos cuán necesario nos es vivir con Jesús para vivir de Él.

I.- La ley de la vida natural es el espíritu propio, el espíritu personal; su divisa es: todo para mí; sus medios, los que le proporciona la sabiduría humana; sus luces, las de la razón natural; su fin, todo para mí y para el momento presente.

La ley de la vida sobrenatural es, al contrario, el espíritu de fe; sus medios, la gracia de Jesucristo y su ley; su fin, la gloria de Dios. Es lo que decía san Agustín: “La ciudad del mundo comienza por amarse a sí misma y acaba por odiar a Dios; la ciudad de Dios comienza por amar a Dios y acaba odiándose a sí misma”.

La vida natural se desliza en la piedad y por el claustro, y se encuentra por dondequiera. He aquí los caracteres por los que se la conoce:

1.º Naturaliza todo cuanto puede las acciones sobrenaturales. Las comenzamos por Dios y las acabamos por nosotros mismos; hemos dejado que nuestras miradas se desvíen y nuestra intención se vicie, de suerte que nuestros actos no son ya cabales ni perfectos a los ojos de Dios: Non invenio opera tua plena –porque veo que tu conducta no es perfecta delante de mi Dios (Ap 3, 2). La diferencia entre dos actos radica, por consiguiente, en la intención: la una, hecha por Dios, es santa y divina, en tanto que la otra, hecha para nosotros mismos, resulta inútil para el cielo y acaba con nosotros.

2.º Naturaliza las virtudes cristianas y religiosas. Puede uno muy bien hacer actos de todas las virtudes morales, sin que haya una sola de entre ellas que cuente ante Dios. Es una verdad que enseña la experiencia. ¡Qué desdicha! La falta de elemento sobrenatural vicia nuestras virtudes y las torna estériles: les falta el estar unidas a la divina vid, sin cuya savia nada podemos para el cielo.

3.º Somos naturales en nuestras gracias de piedad y de vocación cuando andamos sólo en pos del honor, de la dulzura, de la gloria, y rehusamos el sacrificio que nos ofrecen y piden.

4.º Naturalizamos el amor de Jesucristo cuando le amamos por nosotros mismos; en lo que nos halague y redunde en gloria nuestra, y no en lo que nos humille y nos mantenga ocultos; cuando nos amamos a nosotros mismos en Jesucristo.

5.º Hasta en la Comunión se nos desliza el elemento natural, cuando en lugar de buscar la fuerza y la virtud que contiene, sólo andamos tras la dulzura, el reposo y el goce que nos queda proporcionar.

“Natura collida est... et se semper pro fine habet: La naturaleza es de suyo astuta y a sí misma se propone siempre por fin” (Imit. L. III, c. 55, n. 2).

¡Qué poder más espantoso el nuestro, que nos permite disminuir y rebajar así los dones de Dios haciendo que sean naturales e inútiles, o de poco fruto sus gracias sobrenaturales y divinas! ¿Cómo reconocer en sí misma esta vida puramente natural? Viendo cuáles son sus principios y motivos determinantes. ¿Por quién, por qué obramos?

Pero confieso que es difícil: Natura callida est; es grande la astucia del amor propio y sabe ocultar sus artimañas; se esconde, se disfraza bajo buenas apariencias, y como en todo lo que hacemos hay algo bueno, como también algo malo, nos muestra sólo lo bueno: Passione interdum movemur et zelum putamus, creemos obrar por celo puro y desinteresado, siendo así que es el amor propio el que nos mueve. Prácticamente, la norma de la naturaleza es buscarse a sí misma y tender a gozar. En esto la conoceréis, así como también en el fin que se propone, pues ambiciona descansar siempre y no depender de nadie, obra con rapidez por librarse cuanto antes: sólo lo que le place hace con gusto.

Un santo, un varón sobrenatural, es austero en el deber y no siempre simpático, porque el continuo luchar le hace duro para consigo mismo y alguna vez también para los demás. Un cristiano que vive con arreglo a la naturaleza es amable, honrado y diligente; ha naturalizado las virtudes, goza de ellas, no tomando sino lo que le pueda hacer amable para con los demás.

Lo natural, tal es nuestro enemigo; es un ladrón, un Dalila, el demonio; halla medio de hacer humana una vida divina y natural una vida de fe, de sustituir el amor de Dios por el amor propio, de remplazar el cielo por la tierra.

II.-Es por lo mismo necesario revestirnos de la vida sobrenatural de Jesús en el juzgar y en el obrar, en los efectos, en todos los estados del alma.

1.º Los pensamientos del hombre natural van inspirados en el yo y se enderezan al yo, porque todo pensamiento natural procede del amor propio, que no se mueve sino conforme al interés de las pasiones.

Al contrario, el hombre sobrenatural tiene su mira puesta en Dios. ¿Qué piensa Jesucristo de esto o de aquello?, se pregunta, y así conforma su pensamiento con el del maestro. Piensa con arreglo a la gracia de Dios; tiene así como un instinto divino con el que discierne los pensamientos naturales y terrestres, penetrándolos y desbaratando sus ocultos designios; y si por ventura llegara a seguirlos por algún momento, experimenta cierta pena y desorden interior que le advierten que tiene que levantar el corazón hacia lo alto: Quae sursum sunt sapite.

2.º El que obra naturalmente juzga de las cosas según las sugestiones de los intereses personales, del amor propio, del bienestar, de la sensualidad, rechazando, combatiendo o mostrándose indiferente por lo que cuesta.

El varón espiritual para juzgar se fija en Jesucristo, en su palabra cuando ha hablado, o bien en los ejemplos que ha dejado; y cuando todas estas voces se callan, consulta la gracia del momento: Sicut audio judico –Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo (Jn 5, 30), como me lo dicta mi Padre así lo juzgo yo, decía nuestro Señor, y ésta es también la norma del varón sobrenatural, que juzga bien porque Jesucristo es su luz, no queriendo en todas las cosas más que la gloria de Dios y su servicio: Et judicium meum justum est, quia non quaero voluntatem meam, sed voluntatem ejus qui misit me –y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió (Jn. 5, 30).

3.º En su conducta el hombre natural no se presta más que a los que es simpático. ¿Qué gano con esto o con aquello? Quiere gozar de lo presente y hasta cuando trabaja.

El hombre sobrenatural obra para Dios y no para sí. No se encierra en el acto mismo, sino que mira a Dios sin adherirse a otra cosa que al fin superior que le mueve a obrar. No se para en la acción, sino en el fin de la acción, que es Dios. Por eso es siempre libre de sus actos. Sólo la divina voluntad del momento decide lo que debe hacerse, obrando o dejando de obrar según lo que dicte. Como a sólo Dios busca, le encuentra en todo.

Además está dotado del instinto de lo que agrada más a Dios. Que se le presenten dos cosas por hacer: pronto discierne la mejor y la más agradable a Dios, si la elección depende de su libre elección.

4.º Por último, el hombre natural se apega servilmente a los estados interiores que le son simpáticos; como disfrute de paz en la oración, ni aun para cumplir con la obediencia o la caridad querrá dejarla; así también para los demás estados de alma o de vida en que se encuentra: para quedarse tranquilo, rechaza todos los que sean contrarios a su bienestar natural. Mas haga lo que hiciere, y a pesar suyo, siempre se encuentra en guerra porque Dios no permite que goce apaciblemente de su fin natural.

El varón sobrenatural ama todos los estados en que Dios le pone y de todos ellos saca bienes, pues sabe encontrar en los mismos la gracia, la virtud y la gloria de Dios. En una palabra, vive de Jesucristo. Jesucristo es su medio divino.

III.- Además de esto –y ello vale más todavía–, vive de Jesucristo y en Jesucristo, formando sociedad de vida con Él. Sociedad perfecta en que se encuentran todas las condiciones de una sociedad decorosa.

1.º La honradez de los miembros de la sociedad. Jesucristo es seguramente honorable; digámoslo mejor, adorable. –Mas nosotros, ¡oh!, nosotros, ¿qué título podemos presentar? Jesucristo se contenta con el estado de gracia, con tal que seamos puros y delicados. Él suplirá todo lo demás, porque la gracia, al hacernos hijos de Dios y templos del Espíritu Santo, nos une a Jesucristo como miembros suyos y le permite emplearnos como tales en su grande obra. Mas si nos mancha el pecado mortal, ¡qué desdicha la nuestra! La sociedad queda rota, porque nos falta la honorabilidad necesaria para que Jesús pueda formar sociedad con nosotros.

El pecado venial, aunque no la rompe por completo, hace que la sociedad sea imperfecta y lánguida; molesta a Jesucristo, debilita el lazo de la mutua unión. ¡Oh! Seamos puros, siempre puros aun de pecados veniales, lo cual, por otra parte, es fácil por cuanto podemos purificarnos nosotros mismos con actos de amor o haciendo uso de los sacramentales. Cuanto más puros seamos, tanto mayor será nuestra honorabilidad y tanto más estrechas nuestras relaciones de sociedad con Jesús, porque el grado de pureza da la medida del grado de unión con nuestro Señor.

2.º La segunda condición de una sociedad es que cada miembro aporte fondos para constituir el capital social. Jesucristo trae todo cuanto tiene y todo cuanto es, todos los tesoros de la gracia y de la gloria; para decirlo en una palabra, trae a Dios.

En cuanto a nosotros, debemos aportar todo lo que hemos recibido en el bautismo, todas las riquezas de la gracia santificante y los magníficos dones gratuitos que nos comunica el Espíritu Santo al tomar posesión de nuestras almas, así como también todo lo que hemos adquirido en punto a ciencia, virtud y merecimientos: ¡todo!

Lo que garantiza la duración de la sociedad es que nunca tocaremos al capital ni a los beneficios, hasta que la sociedad se disuelva con la muerte; que nunca volveremos a tomar nada.

Examinémonos a menudo sobre esto. Algunos dan más y otros menos; el religioso, por ejemplo, da la libertad, renuncia a poseer bienes temporales y a amar como fin una criatura ni aun por Dios, y por lo mismo que ha dado más logra también mayor ganancia; sea cual fuere el contingente que hayamos aportado, seamos fieles en no tocarlo ni aun en pequeña cantidad.

3.º Finalmente, cada miembro de la sociedad debe prestar su cooperación personal a la obra común, una cooperación abnegada y desinteresada. Nosotros entregamos nuestro trabajo y nuestra fatiga.

También Jesucristo trabaja en nosotros y por nosotros; Él es quien nos sostiene y nos dirige; sin Él nada podríamos hacer; seamos tan fieles y tan diligentes como Él en trabajar para la obra común, para la gloria de su Padre; no le faltemos nosotros nunca, que lo que es Él nunca nos ha de faltar. Ved cómo describe su acción en nosotros: se llama vid de la viña, y a cada uno de nosotros, que somos sarmientos, da vigor y fecundidad.

Más aún, nos asegura que si queremos formar sociedad con Él, cuanto quisiéremos, cuanto pidiéremos a su Padre, Él, Jesús, lo ha de hacer: Quodcumque petieritis Patrem in nomine meo, hoc faciam, ut glorificetur Pater in Filio –Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre (Jn 14, 13).

Por último, nos conjura a morar en su amor, de igual manera que Él mora en el amor de su Padre, donde realiza todas las obras que le ve hacer. Morar en su amor es, por tanto, participar de su poder de operación, obrar por Él y en Él, y siendo esto así, ¿qué no podemos hacer? Omnia possum in eo qui me confortat: todo lo podremos en este divino centro, que nos comunica su poder infinito.

 

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