EL PUEBLO CRISTIANO, MODELO DE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ. (7)
Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
MEDITACIÓN. San Enrique de Ossó
El pueblo cristiano, modelo de la devoción a san José.
Composición de lugar. Mira al pueblo cristiano que en todo el mundo en sus necesidades exclama: Vayamos, recurramos a san José.
Petición. Glorioso san José, dadme la gracia de conoceros y amaros con todo mi corazón.
Punto primero. La voz del pueblo cristiano es voz de Dios, porque así como hay un sentido común en la naturaleza racional, que es la expresión fiel del alma racional, así hay un sentido común entre el pueblo fiel, que es expresión acabada de lo que cree el alma cristiana. El alma naturalmente racional es en este caso, según la expresión de un sabio apologista de los primeros siglos, alma naturalmente cristiana. Y ¿qué dice el pueblo fiel acerca de la devoción al Santo? Dice que es el Santo más grande de los cielos, el más amado y amante de Dios y de los hombres, el tesorero y dispensador de todos los tesoros del Rey de la gloria, el protector y provisor universal de la gran familia cristiana, el socorredor en toda necesidad, consolador en toda tribulación, amparador en todo peligro, para todos los cristianos, de todas las edades, sexos y condiciones, sin que exista uno solo que haya acudido a él pidiéndole socorro y no haya sido atendido. ¡Oh que es gran Santo el glorioso san José, Santo sin igual, Santo bendito! Asistidnos y aparadnos. Santo glorioso, el más honrado y amado de Dios y de los hombres, socorrednos y protegednos en todo peligro y necesidad. Amén.
Punto segundo. Si lo que se dice es reflejo en las almas sencillas de lo que se siente, y la fineza del sentir, como atinadamente observa el gran filósofo Fray Luis de León, es del campo y la soledad, claro está que la rudeza de la lengua y de los conceptos del pueblo sencillo y fiel no puede declarar todo lo que siente acerca de las excelencias del Santo. Percibió el pueblo cristiano la fragancia divina que esparce esta humilde violeta del bosque, san José, en los primeros siglos de la Iglesia con sus celestiales virtudes, y aunque oculta por su humildad, prendado no obstante, de su aroma divino, ha querido tributarle inmenso honor, colocándola en el punto más principal del jardín de la Iglesia, al lado de María y de Jesús. Y ha dicho al Señor (Esdras, lib. 4): “Vos, señor de todas las selvas y campos con sus árboles, escogisteis una sola viña, de toda la tierra, una sola morada; entre todas las flores, un lirio o azucena; entre todos los abismos del mar, una sola fuente; de todas las ciudades, a sola Sion; entre todas la aves, una paloma; entre todo el ganado, una oveja”; y he ahí que entre todos los hombres del mundo, para guarda de esta paloma, para pastor de esta oveja, de quien nació el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, por patrón y cabeza de esta ciudad y morada, por defensor y custodio de la pureza de este lirio, escogisteis a nuestro señor san José. ¡Gloria, honor, claridad, bendición y acción de gracias a tan privilegiada criatura! Y este himno de honor y gratitud resuena en todo el mundo, y resonará hasta la consumación de los siglos. ¡Oh, bendito seas, ensalzado, honrado y venerado, glorificado e invocado sobre todos los santos, glorioso padre mío y señor mío, san José!
Punto tercero. Pero nada nos demuestra mejor lo que siente y lo que dice el pueblo cristiano acerca de la devoción a san José, que el ver lo que hace, pues la expresión más fiel de sus sentimientos son las obras. Y ¿qué ha hecho y hace el pueblo fiel por san José? ¡Oh! Es inexplicable; menester serían tomos en folio para relatarlo. Léase el propagador de la devoción al Santo, y se verán las funciones, obsequios, etc., etc., que de mil maneras demuestran el amor al Santo bendito. No hay ciudad que no tenga alguna iglesia de san José, ni iglesia que no le venere en alguno de sus altares, ni pueblo que no tenga alguna calle de san José, ni familia que no tenga alguno de sus vástagos que lleve el nombre de José, ni fiel cristiano que no le rece y no le obsequie más o menos cada día o en su fiesta.
¡Oh! bendito Santo mío, san José, ¡Santo de mi corazón! Bendito seas por esta explosión de amor y gratitud, de entusiasmo, honra y estimación del pueblo fiel hacia ti. Tú, humilde violeta del bosque en los primeros siglos de la Iglesia, aunque esparces siempre fragantísimo olor a lo divino por tus virtudes, no obstante estábanos oculto, y solo a algunas almas privilegiadas dabas recreo con tu devoción. Mas hoy, colocado sobre los altares, venerado por los sumos pontífices, que claman a todo el pueblo fiel, acosado por el hambre del pan espiritual: “Id a José, e invocadle”, todos a porfía te levantan templos (y España el más grandioso del orbe, el de Barcelona); te erigen altares, piden tu fiesta de precepto… ¡Bendito seas, Santo mío, san José, Santo de mi corazón, bendito seas! Toda criatura te honre y glorifique como tú mereces. Amén. Amén.
Obsequio. Rezaré siete Padrenuestros, Avemarías y Gloria, dando gracias a la beatísima Trinidad, por habernos hecho nacer en estos días de devoción a san José.
Jaculatoria. Jesús y María, haced que todos conozcan y amen y honren a vuestro padre y esposo san José.
Oración final para todos los días
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.