SAN JOSÉ, MAESTRO Y MODELO DE LA ORACIÓN. (10)
Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
MEDITACIÓN
San Enrique de Ossó
San José, maestro y modelo de la oración.
Composición de lugar. Contempla a san José orando con Jesús y María en la casita de Nazaret o en el templo.
Petición. San José, enseñadme a orar, vos que sois maestro de tan soberana virtud.
Punto primero. ¿Qué es oración? Oración es levantar la consideración a Dios y pedirle mercedes. No hay cosa más necesaria ni más fácil que la oración. –El que ora se salva, y el que no ora se condena. Es alma de nuestras obras, muro de la ciudad de nuestra conciencia, cimiento del edificio espiritual, lastre del navío de la gracia, nervio del alma, agua en que viven nuestras potencias, arma para pelear contra los enemigos invisibles y leña con que se enciende el fuego del amor divino. (San Crisóstomo, lib. de or. dom.). Y así como el cuerpo sin alma queda muerto, la ciudad sin muros es saqueada de los enemigos, el navío sin lastre se trastorna en el mar, el cuerpo sin nervios no tiene fuerza, el soldado desarmado fácilmente es vencido, y los peces fuera del agua se mueren, y sin leña no se enciende el fuego; así también nuestra alma, batida con tanta artillería de tentaciones, oprimida de sus malas inclinaciones y cercada de tantos vicios, si la oración le falta, muy a peligro está de ser saqueada, y puede con razón temer que se caiga el edificio de nuestro aprovechamiento, y quede inquieta e inconstante y vacilando entre las ondas del mundo, a peligro de ahogarse y perder el aliento del espíritu, quedándose apegada a la tierra de sus apetitos, hasta llegar a perecer miserablemente en su amor propio. –No hay por otra parte, cosa más suave y fácil; porque son tan dulces las palabras interiores del alma que habla con Dios en la oración, que el Esposo las compara al panal de miel y al incienso, diciendo en los Cantares: “Tus labios, esposa mía, son como el panal que destila miel, y el olor de tus vestiduras como el olor del incienso”. Llama incienso a los buenos pensamientos que los ángeles del cielo ofrecen delante del trono de la divina bondad con el fuego del amor, en el incensario del corazón humilde, presentándole a este Señor nuestras peticiones y deseos. ¿Quién no deseará, pues, gustar de esta miel y asegurar su salvación?
Punto segundo. Oración de san José. –¿Quién podrá explicar a qué alteza de espíritu voló san José, lo subido de la oración y contemplación del Santo? Si la oración es el fundamento de todos los bienes interiores, el alma del cuerpo de todas las buenas obras, por quien viven los buenos deseos y tienen ser los firmes propósitos; si la oración es luz del espíritu, alegría del corazón, fervor de la voluntad, consuelo de la conciencia, sustento de la gracia y engendradora de los dones y frutos del Espíritu Santo; si aquel varón es más privilegiado de Dios, más privado del Rey eterno, más allegado al Emperador de la gloria que más fácilmente y más íntimamente trate con él en la oración y entre y sale cuando quiere de los palacios reales del espíritu a conversar familiarmente con los moradores del cielo, sin haber para él puerta cerrada, ¿cuál no debía ser la oración de san José, que a solas y en compañía de María gozaba de la presencia del Rey de la gloria, y era este su Hijo, sumiso, obediente a su voz por espacio de treinta años? –No hay para mí cosa más encantadora que una bella imagen de san José con el Niño Jesús que descansa dormidito en sus brazos, y no hay cosa más a propósito para declararnos la cumbre de la oración, la alteza de la contemplación del Santo. Allí se ven los seis fines o excelencias espirituales a que llegan las almas, según los santos padres. Sueño que derrite, silencio interior, oscuridad que transforma, pureza levantada, descanso en el Amado, firme allegamiento o apegamiento con Dios. Dormía san José, pero estaba más despierto y atento y velaba su corazón abrazado con su Amado, deshecho y convertido en Dios; su oscuridad se transformaba en altísimo conocimiento de Dios y, embestido por la fuerza de algún rayo del infinito sol de justicia, encerrado primero en el seno de María, su esposa, y después en sus manos descansando sobre su pecho, se arrojaba san José al ímpetu de su voluntad en el amor de aquel soberano bien, y se transformaba en el Amado; su silencio interior dábale paz y sosiego de la conciencia, y quietud de todas sus potencias, nacida de las palabras secretas que, cual dardos de fuego escondido, Dios lanzaba dentro del corazón del Santo.
De pureza levantada fue el Santo, porque libre de pecados y con su corazón limpio, puro y cristalino, no tenía impedimento para la unión, y por secretas y escondidas maneras Dios le levantaba para sí, y le imprimía perfectísimamente su semejanza; y después de así levantando el corazón por la oración, no se abajaba a cosa criada y tornábase todo fuego, junto con el fuego infinito que es Dios. Descansaba san José en el Amado, arrojándose con seguridad en los brazos de Cristo Jesús, movido de compasión y amor inenarrables. Sucedía tal vez que el Santo volvía a su casa fatigado de sus trabajos y tomaba al Niño Jesús en sus brazos, para que la Madre más libremente pudiera darse a los ministerios caseros; y descansando el Niño en los brazos de san José; san José descansaba en los brazos de Dios, y se le olvidaban todos los cuidados, quitaban las congojas y apartaban las aflicciones, porque arrojaba sus pensamientos en Dios, que le amaba y cuidaba como a niño, en paga de que él criaba como niño a Dios.
Firmemente allegado o apegado a Dios estuvo el Santo más que ningún otro después de la Virgen Santísima, pues no contento con la divina presencia y habla interior, se juntó y allegó fijamente a su Criador con grande ímpetu de su corazón. ¡Oh, quien viera al bendito Niño colgado en algunas ocasiones los brazos al cuello de san José, y al mismo san José querer meterse su Niño dentro de las entrañas y darle el corazón, no contentándose con los besos y abrazos exteriores! ¡Bendito Él sea, que por satisfacer este deseo se puso en figura de pan y vino para que le metiésemos dentro de nuestras entrañas! ¡Qué cosas son estas tan delicadas! ¡Oh, quién supiese orar a lo menos con san José! Santo maestro de oración, enseñadme a orar.
Punto tercero. ¿Cuál es nuestra oración, devoto josefino? ¡Oh Dios! Tal vez no oramos, no tenemos oración, y si la hacemos, la hacemos tan sin atención ni devoción, que más bien que oración deberíamos llamarla insulto a Dios, como observaba san Agustín. Por esto está perdida, enferma, paralítica, pobre, desolada nuestra alma, porque no hacemos oración. ¡Oh!, qué razón tenía la santa Madre Teresa de Jesús, de querer subir a un monte el más elevado del mundo, y clamar desde allí día y noche a todos los mortales, de modo que pudiesen oírla: “Almas, orad, orad, orad; porque el que ora se salva, el que no ora se condena”. Si bien quieres orar, oh devoto josefino, procura tres cosas: la primera, pureza de conciencia; la segunda, quietud y sosiego de espíritu; la tercera, rectitud de intención. Si estas cosas no procuras, nunca será buena tu oración. Cuando estarás con Dios te tirará el mundo y el pecado, y cuando estarás con el mundo te tirará Dios a Sí con el recuerdo de la dulzura de su trato y la inmensidad de sus beneficios. Mas aunque esto no hagas desde el primer día, no dejes por eso la oración cotidiana, aunque no sea más que por un cuarto de hora, pues con esto tienes seguro el cielo; porque pecado y oración no se compadecen, y si no dejas la oración, aunque tengas caídas y recaídas, ten por cierto que llegará al puerto de salvación.
Imita a san José, acude a su escuela, si no tienes maestro que te enseñe oración, y el Santo te enseñará, y no errarás el camino, como asegura su devota santa Teresa de Jesús.
¡Oh santo mío san José, maestro de oración!, péguese mi lengua al paladar, y olvídeme de comer mi pan, si me olvidare de tener cada día a lo menos por un cuarto de hora mi oración. Quiero salvar mi alma, oh Santo mío, cueste lo que costare, y así oraré como vos, y seré salvo.
Obsequio. No pasaré ningún día de mi vida sin hacer el cuarto de hora de oración.
Jaculatoria. Bondadoso san José, maestro de oración, enseñadme a orar y conversar con Jesús.
Oración final para todos los días
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.