Comentario al
Evangelio
XI DOMINGO DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO
“¡Oh
pecador!, tu eres el único sordo a toldas las palabras de Dios. ¿Quién es el ciego sino mi siervo? (Is.
42,19).
Dios
lanza sus voces por medio de las criaturas, grita a nuestros corazones por
medio de sus inspiraciones. ¡Oh y que gritos tan fuertes dejan oír el sol, el
firmamento y todos los seres creados! El sol dice: Dios me formo criatura bella
y magnifica, yo guardo la ley que me impuso desde el principio y, obedeciendo a
su sola mirada vivifico todas las cosas. El firmamento proclama: Yo cumplo su
ley, todos los días ejecuto los mismos movimientos; -Y tú, hombre, eres el
único que desprecias mi ley, y, sin embargo, hombre débil y frágil, ¿Qué puedes
sin mí?”
David
compara a los pecadores con áspides
sordos, que cierran sus oídos para no oír la voz del encantador, por hábil que
el encantador sea (ps. 57,5-6,7). San Agustín, a propósito de este salmo
(cf. Enarrat. In ps. 57,7), explica
la leyenda antigua sobre ciertos áspides, que aplicaban una oreja al suelo y se
tapaban la otra con la cola para no oír al encantador que les llamaba. “Eso es
lo que ha ocurrido desde el primer día de la Iglesia. El mártir San Esteban
predicaba la verdad y encantaba a los espíritus tenebrosos para llevarles la
luz; recordables a Jesucristo, a quien rehusaban escuchar obstinadamente. Y
¿qué nos dice la Sagrada Escritura, que nos cuenta? Taparonse los oídos (Act. 7,5-6). ¿Qué hicieron a continuación? El
martirio de este gran Santo, nos los enseña. No eran sordos, pero se volvieron
voluntariamente sordos. No abrían los oídos de su corazón, y, sin embargo, el
poder de las palabras, precipitándose por los oídos de la carne, llegaba hasta
los oídos del corazón para hacer allí violencia, y por eso ellos cierran hasta
los oídos carnales y se arrojan sobre las piedras. Sordos áspides, más duros
que las piedras, con las cuales apedrean al encantador.
Y
lo que decimos del sordo debemos aplicárselo al mundo, porque, lo mismo que
somos sordos, somos también mudos para dar gracia a Dios y alabarle.
Es,
pues, necesario que no humillemos, que levantemos los ojos al cielo, que
gimamos y suspiremos para que Dios nos abra todos los sentidos”
Santo Tomas de
Villanueva