sábado, 31 de mayo de 2025

MARÍA CORONADA DE PODER, SABIDURÍA Y AMOR. Homilía de la fiesta de santa María Reina

 


MARÍA CORONADA DE PODER, SABIDURÍA Y AMOR. 

Homilía de la fiesta de santa María Reina

31-5-2025

 

La Virgen María es Reina coronada con triple corona de omnipotencia, sabiduría y amor.

¡Gaudeamus omnes in Domino! Alegrémonos hoy en el Señor al celebrar el misterio de la coronación de la Virgen María como Reina y Señora de cielos y tierra, reina y señora de todo lo creado, Reina y Señora de las almas y de los corazones.

María es reina y no lo es simplemente porque le demos ese título por afecto y cariño, sino que se fundamenta en la realeza del Rey de Reyes y Señor de Señores, Jesucristo, del que ella es Madre Virginal y cooperadora en la obra de la redención con el título propio de Corredentora.

María es Reina y lo es porque ha recibido la potestad real en el misterio de su Coronación por la Santísima Trinidad. Esta potestad se resume en la triple corona de omnipotencia, sabiduría y amor con la que ha sido coronada.

Dios Padre, del que confesamos en el Credo uno de sus atributos -la omnipotencia- para quien todo es posible y nada imposible hizo participar a su Hija predilecta de su poder.

En cierto modo, al elegirla como Madre de su Hijo le dio potestad verdadera sobre él, junto con su castísimo Esposo San José. El Hijo de Dios se sometió a María en la tierra y, en cierto, modo se somete también en el cielo al no desechar ninguna de sus peticiones y deseos.

Así también como el Padre entregó a María a la misma Gracia encarnada, Jesucristo: ahora en la bienaventuranza la ha constituido tesorera y dispensadoras de todas las gracias. Ella tiene en sus manos todos los bienes y no hay gracia que Dios conceda al mundo y a las almas, que no venga a través de ella.

El poder de María es tal que se le llama Omnipotencia suplicante y a ella se le aplican las palabras de la carta a los Hebreos: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”

Dios ha otorgado tanto poder a María para ejércelo sobre nosotros y a favor nuestro, pues “servir es reinar” y ella sirve a las almas de los buenos para acrecentarlos en la justicia y en la santidad por la gracia y ella usa de su poder para con nosotros, pobres pecadores, para obtenernos de Dios misericordia y compasión.

En esta poder se fundamenta la devoción mariana: devoción necesaria para la salvación y que no es optativa. No se puede ser católico sin ser devoto de la Virgen porque no hay otro camino para ir a Dios que él que mismo escogió para venir a nosotros.

 

Dios Padre coronó a María con corona de poder.

Dios Hijo, el Verbo del Padre, la Sabiduría encarnada, por quién fueron hechas todas las cosas hizo partícipe a su Madre de un conocimiento como ninguna otra criatura, mayor incluso que el conocimiento angélico. Tomando un ejemplo del P. Ildefonso Rodríguez dice del Rey Salomón que Dios le otorgó un átomo de su sabiduría y fue el hombre más sabio. ¿Qué sabiduría, entendimiento tendría aquella que es llena de gracia, siempre Virgen e Inmaculada? La Santísima Virgen tuvo un entendimiento especial y privilegiado de la voluntad de Dios, así como una comprensión de los misterios divinos que ni los mismos ángeles poseen. A ella le fue otorgada de una forma superabundante aquel conocimiento del amor de Cristo “lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, (…) que trasciende todo conocimiento.”

Todo ese conocimiento y sabiduría fue otorgada a María para nuestro bien y para conducirnos a la salvación. La sagrada liturgia aplica a María las palabras de la Escritura: “En mí se halla toda la gracia de la doctrina y de la verdad, toda la esperanza de la vida y de la virtud. Venid a mí los que deseáis y hartaos de mis frutos, porque pensar en mí es más dulce que la miel y poseerme, más que el panal de miel. Mi memoria vivirá de generación en generación. Los que me coman tendrán aún hambre, y quienes me beban tendrán aún sed. El que me escucha no sufrirá decepción y los que obran por mí, no pecarán. Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna.” Eclo. 24,23-31

Ella es Maestra nuestra en la escuela de la fe.

Ella es Maestra nuestra en la escuela de oración y de la unión con Dios.

Ella es Maestra nuestra en la escuela de la virtud y de la santidad.

 

Dios Padre coronó a María con corona de poder.

Dios Hijo, el Verbo del Padre, dio a María corona de Sabiduría.

Dios Espíritu Santo concedió a María corona de Amor.

Dios es Amor y al Espíritu Santo se le aplica personalmente ser amor de Dios derramado en nuestros corazones. Él coronó a la Virgen, su esposa fidelísima, con la corona de amor. Ella fue la más amada por Dios y ella fue la que mejor amó a Dios.

María Santísima nos muestra el amor de Dios por cada uno de nosotros: amor y misericordia eterna. Y el amor de María es seguro también para cada uno de nosotros porque es verdadera Madre.  Así lo dice el Profeta Isaías: “¿Acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré. Yo te llevo grabada en mis manos, siempre tengo presentes tus murallas.”

 

Así reza un pecador que se sabe indigno del amor de la Virgen, pero que está plenamente confiado en él:  “¡Oh Madre y patrona mía, dignísima Madre de mi Dios! Mis pecados me hacen indigno de acercarme a vos y yo no debiera esperar de vuestra parte más que castigos, pero aun cuando me desechéis, yo no cesaré de invocaros y de implorar vuestra clemencia, íntimamente persuadido que algún día escucharéis mis súplicas: o si no queréis escucharme, dignaos decirme, en quien debo poner más confianza, o a quien debo acudir para hallar más misericordia que en vos.”

 

Es conocido el argumento del beato Duns Scotto acerca de la inmaculada Concepción: “Potuit, decuit, ergo fecit.” Dios podía hacerlo, vio que convenía hacerlo, luego lo hizo.

De nuestra Reina y Madre podemos esperar la misericordia y la salvación. De ella podemos decir también: “Potuit, decuit, ergo fecit.”

Puede, porque Dios Padre le ha dado el poder. María puede salvarnos.

Convenía, quiere lo que Dios quiere, pues esto es lo más conveniente y Dios quiere nuestra salvación. María también quiere salvarnos.

Luego lo hizo, lo hace. "Es imposible -dice san Alfonso María de Ligorio y con él otros muchos- que ningún devoto de María Santísima se condene, si él procura obsequiarla y encomendarse a Su Patrocinio".

 

Queridos hermanos: No dejemos de obsequiarla y de encomendarnos a su poder. Seamos fieles y devotos hijos y esclavos de amor de tan Augusta Señora y Reina. Pidamos constantemente:

María, Reina y Madre nuestra, sálvanos.

María, Reina y Madre nuestra, defiéndenos.

María, Reina y Madre nuestra, guárdanos en tu corazón.