martes, 17 de junio de 2025

18. EL DESCANSO. MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

DÍA DECIMOCTAVO

El descanso en el Corazón de Jesús

 

MES DE JUNIO

EN HONOR AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

CON SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 

ORACIÓN PARA COMENZAR

TODOS LOS DÍAS:

 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.

Oración de Santa Margarita María Alacoque

 

Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

 

DÍA DECIMOCTAVO

El descanso en el Corazón de Jesús

 

MEDITACIÓN

 

Punto Primero ¿Puede haber nada más consolador, que descansar en el Corazón divino de Jesús, como un hijo que se reclina dulcemente en el seno de su padre? Pues esto es precisamente a lo que nos convida hoy este amoroso Corazón, cuyo amor no le deja descansar, si no proporciona a sus criaturas infieles e ingratas como son, una morada de amor dónde puedan reposar dulcemente al abrigo de todos los peligros ¡Oh, cuánto nos ama el amante Corazón de Jesús, y qué solícito se manifiesta en hacer patente a todas las llamas en que se abrasa! ¡Mira y contempla el lugar de tu refugio, el Corazón llagado de tu Salvador y de tu Dios! Considera. atentamente la entrada. de ese santuario de paz es una herida. de ella brota sangre ¿qué quiere decir esto, sino que, si quieres penetrar allí, primero has de purificarte en la sangre que corre gota a gota a impulso del amor que le consume, y segundo, estar dispuesto a padecer? Porque si la entrada es una llaga ¿qué heridas tan dolorosas no se encontrarán allí? ¡Con estas dos disposiciones, encontrarás el deseado descanso, bebiendo a torrentes la ciencia del amor! ¡Oh Corazón deifico, purificadme, abrasadme, consumid la escoria de mi ser, a fin de que consiga gozar de Vos plenamente!

Punto Segundo. Veamos ahora, cual sea la ciencia que aprenderemos en ese refugio seguro del Sagrado Corazón de Jesús. Nos lo dice la Beata Margarita María de Alacoque: «Amad dice, amad y haced lo que queráis, porque el que tiene amor lo tiene todo. Hacedlo todo en el amor, por el amor y para el amor, pues él es quien da precio hasta a lo que parece más insignificante. El amor desecha un corazón partido, pues lo quiere todo o nada: él os hará fáciles todas las cosas. Devolved, pues, amor por amor, sin olvidaros nunca de aquél que murió por amor nuestro. No le amareis hasta que sepáis sufrir en silencio, dándole la preferencia sobre la criatura y prefiriendo la eternidad al tiempo» ¡Qué caracteres tan marcados del verdadero amor! ¡Sufrir en silencio! ¡Cuánto amor no supone el preferirle a las criaturas! ¡Qué despojo tan completo amar con preferencia la eternidad al tiempo presente! ¡Qué desprecio tan grande de cuanto el mundo encierra! ¡Oh Corazón deifico ¡silencio! ¡olvido! ¡Eternidad! Estas tres palabras, han de formar en lo sucesivo todos mis encantos, puesto que, en el silencio, hablaré con Vos, en el olvido de todo os preferiré a todo y el recuerdo de la eternidad me estará diciendo, que por toda ella os he de amar

 

Jaculatoria. ¡Amad y haced cuanto queráis!

 

Súplicas al Sagrado Corazón de Jesús

Yo os suplico, Jesús, único amor mío, que absorbáis todos mis pensamientos, y apartéis mi corazón de cuanto hay debajo del cielo, por la fuerza de vuestro amor, más ardiente que el sol, y más dulce que la miel. Hacer que yo muera del amor de vuestro amor, como Vos habéis muerto del amor del mío. ¡Ay Señor! herid de tal suerte este corazón, que es vuestro, y atravesadle de modo que no pueda ya contener nada terreno ni humano.

¡Oh Corazón de Jesús! Yo languidezco de deseo de unirme a Vos; de poseeros, de abismarme en Vos, para no vivir más que de Vos, que sois mi mansión eterna. En Vos, Corazón amable, quiero vivir, amar y sufrir. Consumid en mi cuánto hay de mí misma, y poned en su lugar cuanto sea vuestro, para que me trasforme en Vos.

¡Oh Corazón buenísimo y sacratísimo, donde el eterno gozo será sin amargura y lleno de regocijo! ¡Oh Corazón, recompensa de los bienaventurados! ¡ah, cuán amable y deseable sois!

 

PARA FINALIZAR

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

 

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.

18 DE JUNIO. SAN EFRÉN, DIÁCONO Y DOCTOR (306-375)

 


18 DE JUNIO

SAN EFRÉN

DIÁCONO Y DOCTOR (306-375)

LAS noticias que han llegado hasta nosotros acerca de la vida de San Efrén son escasas e inciertas; pero su gran figura —le Iglesia le llama «Profeta de los sirios, Maestro del Orbe y Cítara del Espíritu Santo»— se trasparenta en todas sus obras. Sus escritos son el dibujo de su contextura espiritual, el índice exacto de su alma: tan ingeniosa siempre, tan inquieta, tan soñadora, tan austera, tan sencilla, tan enamorada de lo grande, de lo bello, de lo ideal, de lo santo...

Un día —probablemente del 370— Efrén, acuciado por el deseo de conocer a San Basilio, cuyo nombre llenaba la Cristiandad, se encaminó a Cesarea de Capadocia. Él mismo nos da cuenta de su entrevista con 'el gran Doctor:

— « ¿Eres tú Efrén, el que ha inclinado noblemente la cabeza y ha llevado el yugo del Verbo salvador? —me dijo.

— »Sí, soy Efrén, corredor perezoso del hipódromo celeste —le respondí.

»Entonces aquel hombre divino, poniendo la mano sobre mí, me confirmó con un santo abrazo y me dio los alimentos de su alma fiel, comida de doctrina incorruptible y de pensamientos inmortales. Y le dije llorando:

» ¡Oh padre mío, guárdame de mi debilidad y de mis negligencias; dirígeme por el camino recto; el Dios de las inteligencias me ha traído hasta ti para que seas mi médico. Detén mi navío en la onda del reposo!».

Estas últimas palabras parecen el grito angustioso de un hombre agitado por el huracán de todas las inquietudes. Y son ciertamente reveladoras, pues su vida toda se ha reducido a una continua lucha por conciliar dos voces aparentemente antagónicas que, aún ahora, a sus setenta años, siguen gritándole en el alma: soledad y apostolado.

Nacido en Nísibe de Mesopotamia, durante el reinado de Constantino, abraza desde niño la vida monástica y, pobre entre los pobres, no tiene otro tesoro que la bondad de su corazón. Más tarde podrá gloriarse, en medio de su humildad, de no haber discutido nunca, ni hablado mal de nadie. Pero la voz de la soledad no ahoga en él la de la caridad. Por eso, cuando Nísibe es sitiada por Sapor II de Persia, Efrén no duda en abandonar su retiro para desplegar entre sus conciudadanos una actividad salvadora con su beneficencia y consejos. No es la primera vez, ni será la última, que deja temporalmente la soledad para dedicarse a obras de celo. Ya en el 325 acompañara a su obispo, Santiago, al Concilio de Nicea. También ha regentado una escuela en su Ciudad natal, por indicación del mismo Prelado. Y es que Efrén se expresa con tal sabiduría cual si Dios hablase por su boca. Nadie sabe dónde ha estudiado. Sin duda ha bebido su ciencia en la oración, en la meditación, en el desprecio y abandono del mundo, en la lectura asidua de la Escritura Sagrada y de las Actas de los Mártires. De este modo ha aprendido a conocer a Dios con toda su justicia y misericordia y a la Religión con toda su verdad y su virtud salvadora.

Mas no es sólo eminente en luces y genio: lo es, sobre todo, por la perfecta pureza e integridad de su vida. San Juan Crisóstomo le llama «despertador de espíritus pusilánimes, consuelo de los afligidos, disciplina y enseñanza de la juventud, espejo de los monjes, maza poderosa de la fe, aposento de todas las virtudes y morada del Espíritu Santo».

Por la paz de Joviniano, Nísibe es cedida a los persas, en 363. Efrén, con la mayor parte de los cristianos nisibenos, busca asilo en territorio romano. Los diez últimos años de su vida los pasa en Edesa, donde recibe el diaconado —nunca quiso ordenarse de sacerdote, por humildad— y escribe casi todas su; obras. En un monte cercano a la Ciudad vive santamente dedicado a la ascesis, si bien, a las veces, quebranta su amable reclusión para practicar el apostolado de la caridad o de la enseñanza.

Entretanto, el raudal cristalino de su poesía celestial ha empezado a aclarar la turbia corriente de las herejías. No escribe grandes tratados: versos sencillos, recamados de hermosas metáforas, sin especulaciones dogmáticas ni filosóficas, en los que el pueblo halla un estupendo antídoto contra las doctrinas de Manes, Aecio, Marción, Arrio y Apolinar. El nombre de Efrén raya tan alto, que en muchas iglesias se leen sus composiciones después de los Sagrados Libros. Sus «Comentarios. de la Escritura» y sus «Himnos fúnebres» parecen divinamente inspirados. No se pueden leer sin emoción. Su alma —«cítara del Espíritu Santo»— vibra con más suavidad aun cuando celebra las glorias de Cristo y de la Virgen: «Vos y vuestra Madre — le dice al Señor— sois enteramente hermosos: ni en ti, oh, Cristo, hay mancha, ni mancilla alguna en tu Madre».

Temiendo, con razón, ser venerado después de su muerte, prohíbe —¡qué humildad y qué santidad revela esta sola cláusula! — ostentar pompa en sus funerales, guardar sus hábitos como reliquias y sepultarle en la iglesia. «No me enterréis, oh edesanos, en vuestros monumentos, ni cerca del altar, ni a la sombre de la casa del Señor... Llevadme con la túnica y el manto que usaba ordinariamente; acompañadme con himnos y salmos, y haced ofrendas por mi alma». Pero los edesanos no respetaron la prohibición del Santo, y hasta se atrevieron a decirle con sus mismas palabras: «Tú has vencido el sueño con la vigilia y el ayuno; tú has domeñado las pasiones con la penitencia; tú te has ofrecido todo entero a Dios como una víctima... ¡Tú no has muerto: tú reposas en Cristo!».