17 DE JUNIO
SANTA TERESA
REINA DE LEÓN (+1250)
EL nombre de Santa Teresa, Reina de León —hija del rey Sancho I de Portugal y de doña Dulce, y hermana de Santa Sancha tiene alto relieve no sólo en el Martirologio, sino también en el mundo de la política. El artista que quisiera pintarla habría de ponerle en la mano una paloma blanca con la ramita del olivo simbólico en. el pico. Y al pie, esta sencilla leyenda: Regina pacis. Porque tal es el significado histórico de la primera aureola de nuestras Reinas...
El biógrafo, en cambio, no sabe cómo admirarla más: si princesa, esquivando los frívolos pasatiempos cortesanos; si madre, consagrada en cuerpo y alma a la educación de sus hijos; si reina, sacrificando sus más legítimos derechos y aspiraciones de madre en pro de la paz y unidad españolas; si monja, en fin, volando, que, no corriendo, por la senda florida de la santidad.
Nace antes de que su padre suba al trono. Su abuelo, don Alfonso, primer monarca del Reino, cautivado por las gracias de Teresita, se la lleva a Palacio mal cumplidos los siete abriles. La infancia en la Corte es un preludio feliz de su futura grandeza: la blanca rosa de su alma empieza a esmaltarse con los vivos cambiantes de la virtud. Su piedad, sobre todo, cobra un brillo intenso. Dios la había enriquecido —dicen las viejas crónicas— «con unos dotes Y prendas sobrenaturales en el alma que la hacían parecer una imagen pintada por mano del Supremo Artífice para tener en ella sus delicias». Teresa es, en efecto, una criatura excepcional: corazón recto y generoso, clarividente espíritu, inclinación natural a la virtud, compasión caritativa, santidad eminente.
Y además es bella. Sí. La. fama de su hermosura ha recorrido ya las Cortes de Europa; pero muchos príncipes que pretenden su mano acaso ignoran que los dones de la gracia, que se traslucen en todas sus obras, sobrepujan con mucho en ella a los encantos de la naturaleza...
El elegido es el Rey de León, Alfonso IX, muy conocido por su gran valor y conformidad de sentimientos con Teresa. Ella preferiría permanecer doncella toda su vida, o meterse a monja; pero altas razones de estado aconsejan este matrimonio; y se somete de grado a la voluntad de sus padres. Sin reparar en el impedimento de consanguinidad —Alfonso y Teresa son primos hermanos— se celebra la boda el año 1190.
Cinco solamente vive con su esposo en la Corte leonesa, aromándolo todo con el perfume de sus virtudes, como hiciera en la de Portugal, y sin que el esplendor de la corona altere en un punto su modestia y devoción habituales. Si de algo le sirve el trono, es para mejor practicar la caridad y para que su santidad brille desde más alta esfera. Durante este tiempo alumbra tres vástagos: Sancha; Fernando y Dulce. Fernando muere niño. Las Princesas tampoco continuarán la Casa Real, como veremos.
¡Perspectiva desoladora de una inmolación ignorada, dolorosa y fecunda! Surge el problema del parentesco. El Sínodo provincial de Salamanca declara nulo el matrimonio, y Roma no concede la dispensa. Teresa, resignada, renuncia al mundo y va a encerrarse en el monasterio de Santa María de Lorvaón, cerca de Coimbra. Alfonso casa en segundas nupcias con Berenguela de Castilla, de la que tiene un hijo, a quien la Iglesia y la Historia llamarán Fernando III el Santo… Pero el Rey señala herederas del reino leonés a Doña Sancha y Doña Dulce, habidas con Teresa, y excluye a Fernando. Es este uno de los momentos más decisivos de la Historia de España. Castilla y León están frente a frente. La guerra, parece inevitable, va a dar al traste con los viejos sueños de unidad nacional. La poderosa máquina de la Reconquista española se tambalea...
Mas, he aquí que Teresa sale de su convento de Lorvaón y va a entrevistarse con Berenguela. El amor maternal y el amor a la Patria de las dos Reinas conjura la catástrofe. El día 25 de diciembre de 1231, mientras los ángeles .de Belén proclaman a los cuatro vientos la paz de Dios, se hace la concordia entre los hermanos: las Infantas renuncian a sus derechos en aras de la paz. El papa Gregorio IX lo aprueba. León y Castilla se abrazan para siempre en la persona del Rey Santo. Teresa —Reina de la paz— acaba de hacer posible el sueño del Imperio, iluminando la ruta de nuestro destino histórico.
Ya la Reina monja se ha vuelto a su palomarcito de Lorvaón a seguir sublimando su sacrificio entre rezos y penitencias. Sus bondades y milagros son una bendición de Dios. Una monja tuberculosa cura instantáneamente al recibir un abrazo de la Santa. Otra, asmática, bebe el agua en que Teresa ha lavado sus manos y sana al punto. ¡Y ella tan humilde!
¡Y tan penitente! Vedla vestida de áspera estameña, despojada de cuanto pueda oler a soberanía, ceñidas las delicadas carnes de todo cilicio, sirviendo a todas con amable caridad, gustando las dulzuras de la contemplación y dejando que (dos pobres lleven sus caudales al cielo»... Hasta que el día 17 de junio de 1250, la dulce muerte de los Santos viene a poner sobre su regia frente corona de inmortalidad. Dios manifestó la gloria de Teresa dejando ver sobre el monasterio un milagroso globo de luz. Pero los reflejos de esta gloria permanecieron en la penumbra de la humildad hasta que Clemente XI la elevó a los altares en 1705. Desde entonces, Portugal celebra su. fiesta con solemnidad inusitada.