10 DE JUNIO
SANTA MARGARITA
REINA DE ESCOCIA (1046-1093)
TAMBIÉN en los palacios puede haber pobres de espíritu merecedores de la primera bienaventuranza. La virtud lo mismo viste andrajos que egregias vestiduras reales. La Historia registra emocionada los nombres perínclitos de Esteban, Canuto, Eduardo, Wenceslao, Fernando, Luis y otros cien, que han levantado sobre el trono la bandera de la santidad.
Margarita —Patrona de Escocia— hija de los príncipes Eduardo de Ultramar y Águeda, nieta, esposa y madre de reyes, figura destacada e interesante, aun históricamente hablando, es uno de los más bellos ejemplos...
Tres Cortes cristianísimas —Hungría, Inglaterra y Escocia—, en las cuales florecen varios santos, son testigos de su vida admirable. Nace en 1046 en la Corte húngara, donde, en atmósfera de cálida piedad, recibe elevada educación conforme a su regia estirpe. De Hungría pasa a Inglaterra, por los años de 1054 a 1057. Allí tiene la dicha de encontrar la misma ejemplaridad de vida y el mismo ambiente de virtud que tanto han contribuido a iniciarla en las vías de la santidad. Así lo dispone la divina Providencia, para robustecer el espíritu y templar el ánimo de la futura Santa, a la que muy pronto va a acendrar en el crisol de la prueba.
En efecto. Apenas transcurren dos años, cuando muere su padre, el príncipe Eduardo de Ultramar, y, a poco —en 1066—, paga también el obligado tributo a la muerte su santo tío, Eduardo III el Confesor. Y para colmo de males, el joven príncipe Edgardo, su hermano, es destronado a los pocos días de su coronación. La adversidad parece cebarse en ellos implacablemente. Edgardo, no pudiendo soportar por más tiempo la odiosa tiranía de Guillermo el Conquistador, concibe un plan temerario: huir en secreto al Continente...
La estratagema tuvo felices y providenciales consecuencias. Lanzada la nave contra las costas escocesas por un vio lento temporal, el piadoso y magnánimo rey Malcomo no sólo acogió con bondad a los egregios fugitivos, sino que se constituyó desde luego en su amparador y defensor, negándose con dignidad y firmeza a entregarlos a Inglaterra. Hizo más todavía: prendado de .la virtud y dones excelentes de Margarita, se casó con ella. ¡Páginas áureas para la historia de Escocia, éstas de la boda y coronación de la amable Princesa en el palacio real de Dunfermline!
Año de gracia de 1070. Veinticuatro tiene la nueva Reina. Empieza ahora a cumplirse la promesa que Malcomo hiciera a los suyos en el momento de su decisiva victoria frente al regicida y usurpador Macbeth: «Yo pagaré a todos el afecto que les debo; volverán a sus casas los que huyeron del hierro y de la tiranía, y, con ayuda de Dios, habrá paz y justicia en Escocia». Así es, efectivamente. En la Corte, perfumada Con la santidad extraordinaria de Margarita, se reúne, al conjuro del buen ejemplo, la flor de la nobleza. La alegría radiante de los hijos —seis príncipes y dos princesas— le han devuelto el calor de hogar cristiano que le robaran la crueldad, la ambición y la perfidia de Lady Macbeth. Más que un palacio real, Dunfermline parece un monasterio: asilo de los pobres, égida de la justicia, templo de oración, escuela de virtud y trabajo. La bondad de la Reina fluye de un manantial que nunca se agota. Su caridad traspasa el límite de lo heroico: es caridad verdaderamente real, realmente sublime. ¿Os la figuráis de rodillas delante de un leproso? ¡Qué cuadro para los pinceles de Gallot!
Malcomo que, si maneja bien el acero, no' sabe ni leer ni escribir, ha encontrado en Margarita un complemento precioso, indispensable, providencial. Por eso, no sólo deja en sus manos el interior del Palacio, más la asocia orgulloso al gobierno del Estado, poniéndola así en trance de desplegar doquiera su sabiduría, prudencia, caridad y celo admirables. Como buen esposo, la ama con locura, y, a fuer de perfecto cristiano, confía más en las oraciones de ella que en sus ejércitos. Vive suspenso de los labios de su santa esposa. Y hace muy bien. La Historia —tan injusta a veces— aplaudirá esta sabia política, al reconocer el reinado de Malcomo III por uno de los más prósperos y Venturosos de Escocia. Y es que Margarita, piadosa y varonil a un tiempo, austera. hasta lo inverosímil, de espíritu eminentemente práctico y de 'una sencillez desconcertante —a lo Teresa de Jesús—, multiplica su actividad de manera increíble. Todos sus gestos son de signo fecundo: preside asambleas y concilios, discute con los sabios, planea con los artistas, erige catedrales y monasterios, dicta normas de justicia y moralidad, organiza la Iglesia escocesa... Su fama llega a convertirse en auténtica veneración.
Pero un día, esta vida clara y gloriosa se llenó de sombras y. tristezas. Malcomo se marcha a la guerra para defender sus derechos frente a Guillermo el Rojo. Por la mente iluminada de la Reina cruzó un triste presentimiento que no tardó en trocarse en dura realidad: Malcomo y Eduardo —su primogénito— murieron víctimas de la traición criminal de un caballero inglés. Margarita, al oír la terrible nueva, exclamó con heroica resignación: (Gracias, Señor; gracias, porque me das paciencia para sufrir tantas calamidades juntas». Pero ya no logró sobreponerse a la tragedia, y dejó este valle de lágrimas el día 16 de noviembre de 1093; siendo inhumada en la iglesia de Dunfermline.
Su muerte, espejo fiel de su vida, fue lección de humildad y esperanza...