06 DE JUNIO
SAN MARCELINO CHAMPAGNAT
FUNDADOR (1789-1840)
AL lado de los grandes Fundadores modernos de Congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza —José de Calasanz, Juan Bautista de la Salle, Juan Bosco, etc.— hay que colocar la figura excelsa del Beato Marcelino Champagnat, Fundador del Instituto de los Hermanos Maristas: pedagogo insigne, apóstol de la juventud, preclaro devoto de María, eximio y santo sacerdote, cuya frente —ennoblecida con la púrpura de numerosos Hermanos mártires— está reclamando imperiosamente la corona de los Santos. ¡Vida admirable en todos los aspectos la del ínclito Fundador de los Hermanos Maristas! ¡Vida dulce y heroica —ígnea estela, camino apretado y recóndito— que proyecta una pauta gloriosa sobre esta desquiciada y trepidante sociedad de hoy!
Se llama Marcelino José Benito Champagnat. Rosey —en Francia— es el nombre de la aldehuela que le ve nacer un florido 20 de mayo de 1789. El estallido impetuoso y dramático de la Revolución francesa nubla los tranquilos años de su infancia. Pero el hogar de Juan Bautista Champagnat y María Chirat —corazones simples y ardientes, almas temerosas de Dios— es un huerto cerrado, una reserva espiritual: un hogar donde todavía se reza el rosario y se lee en familia la Vida de los Santos. Por eso, al amor de las rudas faenas agrícolas, al sol y al aire puro de los campos del Forez, crece Marcelino como un pimpollo de oro; más sin que nada delate su alto destino, a no ser la lucecita milagrosa que doña María ve una vez sobre el pecho del niño.
Su cuna marca su espíritu. Y es que la misma sencillez de su origen realza aún más la suprema aristocracia de una existencia colma de fervor evangélico. inundada de fe, de amor, de sacrificio, de mansa energía interior, de tensión indeclinable frente a todas las realidades de la materia y del espíritu. Lo dirán sus feligreses de Lavalá: «Es de Rosey; por eso sus palabras son dulces como las rosas». Dulces sí, pero enérgicas: dulces y enérgicas a la par, sublime peripecia de apóstol.
¡Gran carácter el del Beato Marcelino Champagnat!
— ¡Dios quiere que seas sacerdote! —le dice un Profesor del Seminario.
Marcelino tiene dieciséis años. El misterio de su vocación se ha esclarecido de pronto. A lo ojos humanos parece un sueño tan alto ideal. Sólo él lo cree posible, contra todo y contra todos, sencillamente, porque «Dios lo quiere». En Verriàres y Lyon cursa la carrera eclesiástica. El ímpetu de su propio espíritu de sacrificio, la amistad de dos santos —el «Cura de Ars» y el Venerable Colín— y, primordialmente, el patrocinio de María —su «Refugio Ordinario» — le desbrozan un camino erizado de dificultades. El 22 de julio de 1816 recibe la ordenación sacerdotal y es nombrado Vicario de la parroquia de Lavalá, en el Departamento del Loira.
¡Eximio y santo sacerdote, Marcelino Champagnat!
Sí. Animado de noble empuje espiritual, con una gran dosis de buena voluntad y una confianza ilimitada en la Providencia, graba profunda huella en cuantas actividades interviene: culto, vida parroquial, asociaciones piadosas, catequesis, confesonario, sermones, correrías por los caseríos impartiendo el pan de la verdad. «Ver a Dios ofendido y a las almas perderse —dice con frase gráfica — son para mí dos cosas insoportables que me parten el corazón». Ocho años le bastan para cambiar la faz de la parroquia y desterrar de ella toda inmoralidad. De su vida sin tacha da fe el abate Rebaud. —Cura de Lavalá—: «Nunca he podido sorprenderle en la menor falta —testifica— al contrario, me he visto siempre obligado a moderar su celo, su amor al trabajo y su espíritu de penitencia».
¡Imposible seguir, ni de lejos, la trayectoria estelar de Marcelino!
Un día, después de catequizar a un jovencito moribundo, sumido en la más crasa ignorancia religiosa, brota incontenible en su alma la idea, acariciada largo tiempo, de fundar una Congregación de catequistas. Y el 2 de enero de 1817 —dos jóvenes aldeanos y una pobre casita adquirida con el importe de un préstamo— nace el Instituto de los Hermanos Maristas de la Enseñanza. Nace de la nada y se forja en el yunque de la contradicción, sellos nazarenos y providentes de las obras de Dios. «El Señor se ha servido de la «miseria misma para fundar esta Congregación» —dirá el humilde Fundador.
Pero Marcelino no es un instrumento ineficaz en las manos de la Providencia. No. Es un proyectista formidable. Proyecta y realiza, al arrimo de María, Primera Superiora de su Instituto. Las malas lenguas, al verle edificar la gran casa de L'Hermitage, dicen que tiene «el mal de la piedra»...
No. i Lo que tenía era fiebre de apóstol y dos brasas —fe y amor— en el pecho! Y Dios le bendijo copiosamente. Al morir —6 de junio de 1840— su Obra, con 48 Colegios y 280 Hermanos, era ya una magnífica realidad.
Hoy, al correr de un siglo la vitalidad de la misma es asombrosa: más de 13.000 miembros que, en 700 colegios esparcidos por el mundo entero, instruyen y educan a unos 250.000 alumnos. ¡La imagen viva de Marcelino Champagnat —nimbada con la aureola dé los Beatos por Su Santidad Pío XII, en sigue perpetuándose triunfalmente en el Instituto de los Hermanos Maristas, mentores y apóstoles de la juventud!