02 DE JUNIO
SAN JUAN DE ORTEGA
CONFESOR (1080-1163)
INDUDABLEMENTE, todos los frutos del cristianismo integral logran en San luan de Ortega —como en todos los santos— sazón de plenitud. Pero nosotros vamos a fijarnos tan sólo en tres rasgos cardinales de su fisonomía moral; a saber: su vigoroso ascetismo, su espíritu gigante de caridad y su amor a la paz y a la concordia. Creemos que bastan para definir su personalidad recia e impulsiva.
Es burgalés. Nace en Quintanaortuño —región de Ubierna—, allá por el 1080. Vela Velázquez y doña Eufemia, sus progenitores, lo reciben como regalo del Señor, tras veinte años de esterilidad, de oración y de esperanza. Hijo de casa acomodada, es educado exquisitamente: primero, en la escuela familiar, al calor de una acendrada vida cristiana, se moldean esas virtudes raciales y católicas, tan suyas, que proyectará austera y luminosamente a través de los siglos; más tarde, ya adolescente, bajo la férula amable y santa de Domingo de la Calzada, se robustece y tamiza su formación con los estudios eclesiásticos. Los biógrafos dicen de él que tenía la serena actitud de un anciano. Por su ponderación y dulzura de carácter predisponía favorablemente. Su espíritu cultivado, su corazón leal y su alma grande, en fin, le abren las puertas del Sacerdocio, que recibe de manos del obispo de Nájera, don Pedro Aznar.
En 1109 muere Santo Domingo. El noble y austero Juan de Velaz, roto el idilio santo, siente la atracción de los consejos evangélicos —imán de las grandes almas— y se recluye en las soledades de los Montes de Oca, dispuesto a proseguir la vida admirable de su gran maestro. Y no se queda en zaga. Verdad que pudiera destacarse en el mundo, dadas su inteligencia clara y penetrante, su fresca memoria, su fina sensibilidad, su voluntad roquera; pero, sordo hl halago alharaquiento y facilón, elige el camino más difícil para arribar a Dios: el de la penitencia; el de esa penitencia que a él le fascina y a nosotros nos pasma. Porque es sabido que ayuna tres cuaresmas cada año, que hace una sola y frugal comida al día que lleva ceñido a las carnes un cinto de hierro, y que duerme sobre guijos, cuando no pasa las noches en claro como una lámpara votiva...
Las revueltas políticas y las hondas discordias civiles provocadas por las divergencias surgidas entre Alfonso I el Batallador y su esposa doña Urraca de Castilla, vinieron a turbar también la reclusión de nuestro Santo. Entonces, Juan, no queriendo presenciar los males de su amada Patria, e impulsado por su vocación de paz, vendió su heredad opulenta, dio el importe a los que habían sido víctimas de la guerra, y emprendió una peregrinación a Tierra Santa.
¡Si Dios quisiera, en tanto, pacificar a España!...
Un año pasa cabe los Santos Lugares de nuestra Redención; transcurrido el cual, confirmado en sus santos propósitos, se embarca, de retorno a la Patria. En Urtica —ahora Ortega— el lugar más intrincado de los Montes de Oca, fija definitivamente su morada. Trae un plan bien estudiado; o bien inspirado, si así lo preferís. Ante todo, piensa erigir un templo en honor de San Nicolás, por haberle librado de un naufragio seguro a su regreso de Palestina; luego construirá un refugio junto al Camino de Santiago, para albergue de los peregrinos; después, un monasterio que sea asilo de oración y amor. Más tarde, abrirá calzadas nuevas y levantará tres puentes —Cubo, Najerilla y Santo Domingo—, para facilitar el vado de ríos y pantanos. La caridad de Dios le urge, le apremia, como al Apóstol. ¡Oh!, ¿qué no hará con esas manos ungidas, con esos pies curtidos por el polvo de todos los caminos, con esa energía indómita, con esa alma fogueada al contacto de los Santos Lugares? Será el caballero andante de Cristo, el defensor y amparador de los peregrinos jacobeos, el continuador de la obra humanitaria empezada por aquel otro héroe de la caridad, que fue su maestro, Santo Domingo de la Calzada...
Con la protección del rey Alfonso de Aragón, la ayuda de algunos discípulos y —¡sobre todo!— la del Cielo, las obras avanzan rápidamente entre afanes Y prodigios.
Una noche le roban la pareja de bueyes. Los ladrones creen huir leguas y más leguas, pero al amanecer están a la vista del Santo. Sería interminable referir todos los milagros que Dios obra por las manos santificadas de su fiel siervo.
Por fin, recostado amorosamente en la falda del monte, surge el Monasterio de San Nicolás —más tarde Priorato de San Juan de Ortega —, que con sus casas filiales de Villalgura, La Salceda, Valdefuentes y Quintana Suso, irradiará benéfica influencia social sobre media España. Los discípulos —entre ellos dos sobrinos de Juan— afluyen como traídos por la Providencia. El Santo les impone la Regla de los Canónigos Regulares de San Agustín, que aprueba Inocencio III. Andando el tiempo, la austeridad y la caridad acendradas de estos monjes, suscitarán las simpatías de reyes y próceres: Alfonso VII, su hijo Sancho y la reina Isabel la Católica colmarán de mercedes al célebre Monasterio.
En cuanto al Santo Fundador, rindió su alma a Dios eh día 2 de junio del año 1163, cargado de años y de méritos e ilustre por sus milagros.
Allí, en lo más intrincado de los Montes de Oca, se conserva aún —bálsamo y luz— su bendito cuerpo, cuyo traslado impidió en el siglo XV un enjambre de blancas abejas.