martes, 6 de mayo de 2025

07 DE MAYO. SAN ESTANISLAO DE CRACOVIA, OBISPO Y MÁRTIR (1030-1079)

 

07 DE MAYO

SAN ESTANISLAO DE CRACOVIA

OBISPO Y MÁRTIR (1030-1079)

QUEDE afirmarse que la mayoría de las verdades católicas tienen sus mártires especiales. Cabría multiplicar los ejemplos, ciertamente aleccionadores en el clima de temple heroico que la sociedad moderna exige a cuantos nos llamamos cristianos. He aquí algunos: San Tarsicio, mártir de la Eucaristía; San Pedro de Verona, de la integridad de la fe; San Juan Nepomuceno, del sigilo sacramental; San Eulogio de Córdoba, del celo apostólico...

San Juan Bautista y San Estanislao de Cracovia son mártires de la moral católica, o, más propiamente, de la santidad del matrimonio. Ambos a dos lanzan su non licet en el palacio de un rey incestuoso; ambos a dos denuncian a plena voz la ilicitud nefanda; ambos a dos ofrendan su vida en aras de la única postura defendible y defendida —ayer, hoy y siempre— por la Iglesia.

Estanislao es polaco. Ha nacido en Sezepanow —diócesis de Cracovia— el día 26 de julio de 1030, hijo del caballero Wielislao y de Bogna, señora de la alta nobleza. Fruto pedido largamente y esperado contra toda esperanza en treinta años de esterilidad, es recibido por sus padres como don precioso del Cielo. En el hogar halla Estanislao la primera escuela de virtud. Y así, si un bello natural le inclina a todo Io bueno, una educación exquisita le confirma en el bien y un ejemplo vivo de santidad le arrastra irresistiblemente hacia él.

A los ocho años es ya copia exacta de sus piadosísimos padres. Examinémosle: inclinación profunda a la piedad, docilidad encantadora, ternura filial, preocupación por agradar a Dios, afán de penitencia, amor a los pobres, vivo deseo de aprender, sobre todo, las cosas divinas. Este cuadro hermoso nos descubre la senda que seguirá mañana; que así prepara Dios para el combate a sus caballeros.

Ha llegado el momento de emprender los estudios. En las famosas Universidades de Gniezo y París dejan huella de luz su ahínco, su talento y su ejemplaridad. Durante más de ocho años es el ídolo de maestros y condiscípulos. Empero, una idea le domina intensamente: trocar los claustros universitarios por los claustros de un convento. No está hecho para vivir en fervor de multitudes. El tumulto del mundo le aturde, le acobarda. Y, sin embargo, Dios, que —según gráfica expresión de San Francisco de Sales— «odia la paz de los que han nacido para la guerra», tiene unos planes muy distintos...

Así fue. A poco de tornar a Polonia, murieron sus piadosos progenitores, dejándole en posesión de una fortuna inmensa. Estanislao creyó llegado el momento decisivo. Cumpliendo el consejo evangélico, vendió todos sus bienes y repartió el dinero entre los pobres de la Ciudad. Ya sólo esperaba ocasión propicia para llevar a la práctica sus ardientes deseos, cuando Lamberto, obispo de Cracovia, le llamó a Palacio, lo ordenó de sacerdote y le nombró canónigo de su Catedral. Era el año 1062.

El nuevo ministro del Señor posee un alma dotada de los mejores talentos, templados ahora con el carácter sacerdotal: erudición membruda, clara razón para ver la justicia, tesonera voluntad para abrazarla, lengua intrépida para defenderla; el corazón austero, sobrio el deseo y, sobre todos, una santa ilusión de hacer el bien sin ruido ni alharacas. Ya lo reconoce el pueblo al exclamar: «Este hombre es admirable, es un santo».

Hacerse sacerdote es subir las gradas del sacrificio. Estanislao experimenta bien pronto los efectos de esta bella, pero dura verdad, al tener que aceptar —en 1072— la mitra de Cracovia por imposición del Papa.

Son los días en que Boleslao II, el Cruel, empaña sus glorias guerreras con una vida crapulosa. Déspota y sensual, lo avasalla todo para satisfacer sus bajas pasiones. Nada está seguro: ni la vida, ni la hacienda, ni la inocencia. Su palacio es un harén. Últimatnente acaba de levantar una ola de odio, al arrebatarle a un caballero su legítima esposa. Pero nadie se atreve a reconvenirle. Sólo Estanislao, juez, por su nueva dignidad, de los desafueros del soberano ante la conciencia de la nación, se presenta frente a Boleslao y, respetuosamente, pero con gallarda independencia, le afea su torpe proceder. La escena del Bautista frente a Herodes se repite.

— No te es lícito vivir con esa mujer —dice el Santo.

Y el Rey dice:

— Hay que quitar de delante a ese importuno.

El primer ardid fue propalar una calumnia, según la cual Estanislao usurpara unos terrenos a un tal Pedro, muerto hacía tres años. Un portento extraño —la resurrección del difunto— puso en claro su inocencia. Poco después se vio obligado a excomulgar al Monarca.

La respuesta de este no se hace esperar. El santo Obispo dice misa en San Miguel. Es el 8 de mayo de 1079. De pronto, Boleslao, acompañado de sus sicarios, irrumpe violentamente en la iglesia y, espada en mano, se lanza contra su indefenso enemigo. Estanislao —sacerdote y víctima— cae sobre el altar del sacrificio como hostia de martirio, golpeado y herido, según parece, por el propio Rey. Su cuerpo, despedazado bárbaramente y esparcido por el campo, no tarda en irradiar maravillas.

Hoy —flor de santidad y fragancia de milagros— reposa en magnífica urna de plata y oro en la catedral de Cracovia.

Polonia lo ha proclamado su Celestial Patrono.