10 DE MAYO
SAN JUAN DE ÁVILA
APÓSTOL DE ANDALUCÍA (1500-1569)
LA de Juan de Ávila es una de esas vidas colmas que desconciertan a los biógrafos, por ser la clave del enigma de una época de gran conmoción para la Historia. Le han llamado «arca del Testamento, director espiritual del Siglo de Oro, campeón de la verdadera Reforma, oráculo de Trento, columna de la Iglesia, maestro de Santos, apóstol de Andalucía, padre del Clero secular...». ¿Cuál es el rayo principal que más orienta en la perspectiva histórica y substancial de su vida? Votamos por el viejo título Maestro Ávila: que así le nombran Santa Teresa de Jesús y San Francisco de Borja y San Juan de Dios y Paulo III y Luis de Granada y todos sus coetáneos. Maestro en el sentido más excelso de la palabra; lo demás es achicar su talla de gigante: sólo bajo este dictado cobra su estampa vivos y auténticos perfiles...
El Maestro Juan de Ávila nace con el Siglo de Oro, en Almodóvar del Campo, para ser —usamos la frase, bordada de realce, del Padre Ayala— «Reformador del mundo: sol en su ejemplo, luz en sus palabras, fuego en sus escritos». De su niñez sabemos muy poco con certeza, aunque no faltan datos curiosos acerca de sus primeros fervores y austeridades. Hijo único de los ricos propietarios Alfonso de Ávila y Catalina Chicona, le sorprendemos, ya adolescente, estudiando leyes en Salamanca por voluntad de su padre, que no suya. Cada día crece su íntimo desdén por la dialéctica leguleya o «leyes negras», como él dice. Y, como no van por ahí sus aficiones, regresa a Almodóvar. En su alma lleva el firme propósito de consagrarse a Dios. Encerrado en la panera de su casa, vive durante tres años como asceta, estudiando con ahínco su vocación. Un Padre Franciscano, «viendo tanta virtud en tal edad», le da este sabio consejo:
—No te es lícito esconder bajo el celemín los talentos que te ha dado el Cielo. Has de hacerlos fructificar: en vez del Derecho, estudia las Ciencias Sagradas. Así alimentarás tu espíritu y servirás mejor a Dios y a las almas...
Juan pasa a Alcalá, en cuya Universidad —fundada recientemente por Cisneros y regentada ahora por Domingo de Soto— oye Filosofía y Ciencias, Teología y Artes, «saliendo de los más aventajados del curso», según testimonio de Fray Luis de Granada, su discípulo y primer biógrafo.
Ordenado de sacerdote en 1525, celebra su primera misa en Almodóvar «por honrar los huesos de sus padres». Inmediatamente, vende todo su patrimonio, da el dinero a los necesitados y, pobre de solemnidad, comienza el apostolado de la predicación — ¡su apostolado! — No pasa un año, cuando el amor de Dios le inspira las mismas. santas locuras que por estos días sueñan en Alba de Tormes Teresa y Rodrigo: ir a tierra de infieles en busca del martirio. Vedle, en sus veinticinco años, esperando en Sevilla la partida de las naos que llevan a las Indias soldados y misioneros. El Obispo de Tlascala le ha ofrecido un puesto en su nave. Pero se interpone el Arzobispo don Alonso Manrique, «mandándole por precepto de santa obediencia que apostolice en su diócesis».
—Si tal es la voluntad de Dios —dice humildemente Juan—, no haya más.
Aquí empieza el magisterio sublime del Maestro Ávila; magisterio que, encuadrado en una intensa vida de oración y ascetismo, abarca radios diversos.
Escribe el abate Latour Dupin: «Poseía entonces Granada un hombre poderoso en obras y palabras, prodigio de penitencia, gloria del sacerdocio, edificación de la Iglesia por sus virtudes, apoyo por su celo, oráculo por su doctrina: Juan de Ávila, en suma, varón de ingenio vasto, profundo y universal ; director prudente y predicador insigne; venerado en Andalucía, respetado en España, conocido en el universo; hombre de consejo y autoridad, cuyas decisiones acataban los príncipes, de quien aprendían los sabios y a quien los Santos consultaban como a guía y modelo».
En afán misionero recorre los púlpitos de Écija, Priego, Montilla, Granada, Baeza, Zafra. casi todos los pueblos de Extremadura y Andalucía. Para ello renuncia prebendas y dignidades: canonicatos en Granada y Jaén, obispado de Segovia, arzobispado de Granada, y el capelo cardenalicio. Su modelo en la predicación es el Apóstol, a quien comenta con maestría y con cuya vida conjuga la suya. Lo que hace exclamar a un teólogo dominico: «He oído a San Pablo explicado por San Pablo». Y a Fray Luis de Granada: «Sentado cabe el púlpito de Juan de Ávila, he aprendido más que en los libros». Y a Cienfuegos: «Su lengua y su pluma eran dos clarines por donde articulaba fuego el Espíritu Santo».
No sólo esto: al calor del apostolado nacen sus obras maestras —Audi, filia y Epistolario— con las que inicia el movimiento ascético-místico del siglo XVI. Más aún: director de la reconquista espiritual de España, proyecta su luz sobre tres hechos cumbres del momento: la Reforma Carmelitana, la Institución de la Compañía de Jesús y el Concilio tridentino. Es, en fin, como un sol, en torno al cual giran astros de la magnitud de Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Juan de Dios, Pedro de Alcántara, Luis de Granada, Teresa de Jesús, Sancha Carrillo unos, por ser hechura suya; otros, porque los atrae con el magnetismo de su santidad.
El día 10 de mayo de 1569 se ponía —en Montilla— este Sol maravilloso que arrancara los primeros reflejos de gloria a nuestros Siglos de Oro…