jueves, 15 de mayo de 2025

16 DE MAYO. SAN JUAN NEPOMUCENO, PRESBÍTERO Y MÁRTIR (1330-1383)

 


16 DE MAYO

SAN JUAN NEPOMUCENO

PRESBÍTERO Y MÁRTIR (1330-1383)

EL velo sagrado del sigilo sacramental jamás se ha descorrido. Acaso sea éste el único secreto inviolado, el único «secreto de Dios». Ya en el siglo IV escribía San Juan Clímaco: «Nunca he oído decir que un sacerdote haya revelado las culpas confesadas en en el tribunal de la penitencia». Pero esta inviolabilidad sagrada —timbre de honor para el Sacerdocio católico— ha constituido, a veces, una conquista heroica, como lo ejemplifica la actitud de San Juan Nepomuceno.

Un epitafio grabado sobre la tumba del Santo nacional checoslovaco —en la catedral de Praga— resume así su vida: «Yace aquí el muy venerable Juan Nepomuceno, doctor, canónigo de esta Iglesia, confesor de la Reina, ilustre por sus milagros, quien, por haber guardado el sigilo sacramental, fue cruelmente martirizado y arrojado desde el puente de Praga al río Moldava, por orden de Venceslao IV, el año 1383».

¡Venceslao de Bohemia!... ¿No le conocéis? Leed el pasquín aparecido en las paredes del palacio real: Wenceslao alter Nero —Venceslao es otro Nerón—. Y la respuesta que él ha mandado escribir debajo: Si non fui, ero —si no lo he sido, lo seré—. ¿No habéis descubierto ya al monstruo?

Otro rasgo. Presentan en la mesa imperial un ave mal asada. Venceslao —tiembla la pluma al escribirlo— sin más averiguaciones, manda asar al infeliz cocinero. De Beodo y Holgazán le moteja la Historia, y aún se muestra benigna con este baldón de la humanidad, indigno de los altos ejemplos de su padre, el emperador Carlos IV, con este hombre sanguinario que llama al verdugo «su mejor camarada».

Pero a su lado, viven en Palacio dos personas santas: su esposa, la emperatriz Juana de Holanda, hija de Alberto de Baviera, y Juan Wolfflein, su confesor y director espiritual. Ambos van a ser víctimas de la más tremenda de las suspicacias.

En efecto. Algún impío ministro susurra al oído del Monarca una infame sospecha acerca de la fidelidad de la Emperatriz. ¿Para qué más? Escéptico hasta lo ridículo y crédulo hasta la ingenuidad, Venceslao concibe unos celos tan terribles, que ni la dulce presencia de su esposa, ni la santidad y prestigio del Nepomuceno bastan a disipar.

Una mañana la Reina se acercó a la Sagrada Mesa. Antes se había confesado con el Padre Juan. «Ya está —se dijo el Monarca, mientras cruzaba por su loca imaginación una idea repugnante y diabólica—; he dado con la clave del enigma: hoy mismo lo sabré todo».

Y mandó llamar al Confesor.

— Majestad...

— Padre Juan, vos conocéis la acuciante duda que me atormenta, pero ¿habéis pensado que está en vuestras manos el disiparla? Basta una palabra, una insinuación... La Emperatriz se ha confesado esta mañana...

— Majestad, ¿cómo es posible que me propongáis tal infamia? Nada puedo revelar; es secreto de confesión.

Momento dramático. Es la primera vez que alguien se atreve a contradecir al tirano. Juan Nepomuceno sabe que le va en ello la vida, y, no obstante, permanece irreductible. Venceslao le pone desde el primer momento entre la espada y la pared.

— Padre Juan, vuestro silencio quiere decir que renunciais a la libertad.

El santo Capellán, con respetuosa firmeza, repite una y otra vez su negativa valiente, inflexible, definitiva:

— ¡Jamás, jamás consentiré en tan sacrílega infamia! Y sabed, Majestad, que estáis atropellando los derechos de Dios, único a quien compete el discernimiento de las conciencias. Mandad cualquier otra cosa y os obedeceré al punto; pero en esto, os respondo con San Pedro: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».

Horas después está ya en la cárcel, sometido a indecibles torturas. Por un momento la Reina obtiene la libertad del Confesor y puede curar piadosamente sus heridas; pero él sabe que está rubricada su muerte.

—Mi fin se acerca —profetiza un día en la catedral de Praga— Sí, yo moriré; más, ¡pobre Bohemia! La ira de Dios descargará sobre ti la tormenta. ¡Ay de los que caigan en las manos de los falsos profetas!...

A los pocos días, enterado el tirano de que Juan Nepomuceno ha ido a postrarse a los pies de Nuestra Señora de Bunzel, le tiende una celada para la vuelta. Los verdugos han de esperar al Mártir junto al puente y arrojarle de improviso al río Moldava.

Fue el 19 de abril de 1383, víspera de la Ascensión. Las tinieblas de la noche ampararon el crimen; pero el río se tiñó de purpúreo y celestial resplandor, nuncio milagroso de la. gloria y santidad del Mártir.

Juan Wolfflein era oriundo del pueblecito de Nepomuk, sito entre Praga y la frontera bávara. Desde su niñez fuera objeto de las predilecciones divinas: nacimiento prodigioso, padres santos, dotes preclaras de inteligencia y bondad, vocación sacerdotal, dones de profecía y milagros. Sus triunfos como predicador en Nuestra Señora de Tyn le valieron una canongía en la catedral, cargo en el que se abrillantaron sus virtudes y talentos. Se hizo pronto célebre por su santidad y eminentes cualidades. Y la piadosa emperatriz Juana de Holanda le nombró capellán y limosnero de la Corte, y, más tarde, su confesor. De la Corte terrena iba a pasar a la celestial.

Benedicto XIII lo aureoló con los resplandores de la santificación.