martes, 13 de mayo de 2025

14 DE MAYO. SAN GIL DE SANTAREM, CONFESOR (1190-1262)

 

14 DE MAYO

SAN GIL DE SANTAREM

CONFESOR (1190-1262)

TODOS. Sin excepción, podemos ostentar más o menos fúlgida sobre nuestra frente la diadema de la santidad. Todos llevamos un alma que en un principio ha sido buena, y, si queremos, podemos recuperar la prístina gracia, regando la flor de la inocencia perdida con lágrimas de sincero dolor. Es la lección que nos da hoy San Gil de Santarem...

Vamos a pasar por alto lo que su vida tiene de leyenda. Ciertos historiadores —paguémosle este ínfimo tributo— aseguran que ha pactado con el demonio la renuncia de su fe, sellando la cédula con su propia sangre; que ha vivido siete años en un antro cerca de Toledo, convertido en príncipe de la nigromancia, y que, al fin, por mediación de la Virgen María, ha alcanzado la restitución del fatal documento, que obraba en manos diabólicas, y la gracia insigne de la conversión...

El hecho de que el Padre Humberto —íntimo amigo y biógrafo de Gil— no mencione siquiera estos maravillosos sucesos es de tanta fuerza, que nos lleva a preferir el sobrio claroscuro de lo histórico, con todo su peso de humanidad, al impresionismo imponderable y facilón de lo legendario.

Y damos paso a los hechos.

El oriente de Gil Páez Toguia —primogénito del Mayordomo Mayor del Rey de Portugal— se fija comúnmente en Santarem, o Santa Irene, por los años de 1184 a 1190. De su primera infancia no hay noticias ciertas. Sabemos —y esto es lo importante— que sigue la carrera eclesiástica por imposición paterna; porque el Mayordomo de Palacio sueña con ver la mitra sobre la cabeza de su hijo. Éste se ve obligado a obedecer, pero es evidente que no tiene vocación. No obstante, como no le faltan prendas, y menos recomendaciones, alcanza en seguida diversos beneficios en las iglesias de Idana, Braga y Coímbra. Aquí está su mal: falto de recta intención, joven e inexperto, la comodidad y el regalo le pierden. Crece su natural vanidad, se despiertan las pasiones insanas en su disipado corazón y empieza a rodar por el abismo del pecado a impulsos de su sangre hervorosa...

El aseglarado clérigo no quiere saber de mitras. Cifrando su ilusión en llegar a ser el hombre más sabio del Reino, arrumba las Sagradas Escrituras y se entrega en cuerpo y alma a las ciencias humanas. Pasa, al efecto, a la Universidad de Coímbra. Estudia y triunfa. El Rey Alfonso II le honra públicamente. Es, sin discusión, el mejor médico de Portugal.

De Coímbra a París. Allí conquista el grado de Doctor y, ungido con el óleo de la fama, emprende el retorno a la Patria.

En este punto —precisamente el más interesante, por ser el momento crucial de su vida — se rompe el hilo de la historia. La desechada leyenda recompone la trama con un prodigio muy parecido al del camino de Damasco. Lo único cierto, en rigor, es que, un día, por un milagro de la Gracia. el pecador aparece trocado en santo. La fecha puede fijarse con seguridad en el año 1224, pues el citado Venerable Humberto —su compañero de noviciado— toma el hábito de Santo Domingo en 1225.

La conversión ha sido fulminante y sincera. En prueba de ello, y como perpetua penitencia, Gil se ciñe una gruesa cadena, la cierra con candado y tira la llave. Toda su vida va a ser un acto de perfecta contrición. Le tentará el demonio, le solicitará el mundo, le aguijoneará la carne; pero su virtud no será desmentida, y cuanto más alejado anduvo de Dios, más se ajustará a las máximas del Evangelio. Su alimento será el ayuno, su sueño la vigilia, su conversación la plegaria y el silencio meditativo. «Toda su conversación —nos dice Humberto— era con Dios o de Dios». Esta segunda faceta de su vida nos trae el espectáculo de una paciencia a prueba de adversidades; de un ascético dominio de sí mismo difícilmente superable, de una avaricia transformada por la fe en noble ambición, de una vanidad mortificada por la piedad y la esperanza.

Diestro ya en todas las vías de la perfección evangélica, es enviado por sus superiores a París, en cuya Universidad se doctora en Teología, reparando los malos ejemplos que diera en otro tiempo, con prodigiosos actos de santidad. Vuelve a Santarem. Su palabra de Apóstol siembra durante varios años de milagros y conversiones todos los caminos de Portugal. Nombrado Superior de la Provincia hispano-portuguesa, recorre a pie todos sus conventos. Con ocasión de los Capítulos generales de la Orden, viaja por Francia, Italia y Alemania, sin dispensarse nunca de sus habituales y rigurosas mortificaciones. En los disturbios ocurridos durante el reinado de Sancho II, Fray Gil de Santarem —ángel tutelar de Portugal— evita con su intervención el hundimiento de la monarquía y apaga la tremenda efervescencia política con mano de santo. Su apostólico celo nunca dice basta: multiplica los conventos de la Orden, fundando, entre otros, los de Oporto y Lisboa; visita casi todos los de España, envía misioneros a Túnez... En Barcelona, a punto de embarcarse para Mallorca, tiene el consuelo de hablar con San Raimundo de Peñafort. En este viaje a las Baleares aplaca milagrosamente una horrorosa tempestad.

Al Cabo, torna por vez postrera a Santarem para- emprender el último viaje: el de la eternidad. Fue un día de la Ascensión, 14 de mayo de 1262.

En su tumba sigue floreciendo todavía el milagro...