18 DE MAYO
SAN FÉLIX CANTALICIO
CONVERSO CAPUCHINO (1515-1587)
HASTA contemplar el cuadro de Murillo. Es una figura dulce y amable —a lo Vicente de Paúl— que ejerce una atracción sobrenatural. Es una flor perfumada que brota en la tierra fecunda de la pobreza, de la humildad y del amor. Es el Protosanto de la rama capuchina. Se llama Félix de Cantalicio.
Pero Cantalicio no es su apellido, sino su pueblo natal. Su apellido es Cataro. El nombre de sus padres, Santo y Santa. Casi una cédula de recomendación para el Santoral, como quien dice. Máxime, siendo como son perfectos cristianos y pobres de cuerpo y espíritu, dignos —de acuerdo con la primera bienaventuranza— de poseer el reino de los cielos…
Vamos a ver, pues, al humilde lego capuchino elevarse a eminencias insospechadas de santidad desde la insignificancia de una vida campesina. Completamente indocto en las ciencias humanas, crece entre las labores de la tierra como flor silvestre y aromosa; pobre y satisfecho con su pobreza, la ama y hace de ella una compañera inseparable. En una palabra: Félix de Cantalicio, mucho antes de llegar a ser Fray Félix, practica, por amor a Jesús Crucificado, grandes mortificaciones, y eleva al Cielo su oración sencilla desde la paz que le brinda la vida pastoril: una oración compuesta de Avemarías y Padrenuestros, aprendida en el regazo materno, porque a la escuela, si ha asistido algo, poco debe de haber sido. Desde muy temprano, el Espíritu Santo ha hecho de maestro para con él. Más tarde confesará candorosamente no haber sabido nunca más de seis letras: cinco rojas y una blanca, a saber: las cinco llagas de Nuestro Señor y la Santísima Virgen María.
Ya de niño siente Félix arraigada en su alma la semilla de una vocación celestial; más, por motivos que ignoramos, tarda en llevar a la práctica sus nobles deseos. Hasta los treinta años no se decide a abrazar el estado religioso; siendo entonces su resolución definitiva y victoriosa contra todo obstáculo, como total su renuncia al mundo. La causa inmediata es un lance vulgar, pero de signo divino.
Pretendía Félix domar unos novillos bravos. Los animales se le revolvieron, dieron con él en tierra, le revolcaron. Afortunadamente, sólo le rompieron los vestidos. El Santo tomó el hecho como un aviso celestial:
— ¡Dios mío —exclamó—, conozco lo que queréis de mí! Heme aquí pronto a obedeceros.
Esto ocurría en Cittaducale el 1544. En 1545 toma el hábito capuchino en el convento de Áscoli, pasando en seguida al de Roma, donde por espacio de cuarenta años —es decir, hasta su muerte— desempeña el modesto oficio de limosnero. Si hasta ahora su vida ha sido pobre y sencilla, en lo sucesivo será paupérrima, seráfica.
Vedle recorrer todos los días las calles de Ja Ciudad Eterna, pidiendo limosna de puerta en puerta, para proveer las necesidades de la Comunidad. Quien, le besa el áspero cordón franciscano quien, se burla de su porte miserable, le escarnece, le atropella, le injuria de palabra y obra. Fray Félix, siempre manso, siempre callado, siempre abatido:
— ¡Caminemos, hermano —dice a su acompañante— la mano en el rosario, los ojos en el suelo, la mente en las alturas!
Si alguien se acerca a besarle la mano, exclama lleno de confusión:
—No, no, a mí no; besadla a mi compañero que es sacerdote.
Otras veces, para más humillarse, grita en medio de la muchedumbre:
— ¡Paso al burro del convento de los Capuchinos!
— Pero, Fray Félix, ¿dónde está el animal?
— ¿Pues no lo veis? — responde el Santo—. El burro del convento soy yo, soy yo.
Y mientras esto dice, prosigue su camino, encorvado bajo el peso de las enormes alforjas.
Lo mismo que en la humildad brilla en las demás virtudes: en la pobreza, en la austeridad, en la obediencia, en el deseo de sufrir. Y siempre encuentra razones para ocultar sus penitencias. ¿Va descalzo? Lo hace por comodidad. ¿Se disciplina duramente? Es para entrar en calor. ¿Se aleja del fuego? Así no pierde el tiempo en charlas inútiles. También halla justificantes a las noches pasadas de claro en claro.
Dios avalora su acción con carismas de prodigios y profecías: Ana Borromea, la Marquesa del Valle, Pedro Mongilio, Fulvio Friseo, Julio Jacomello y Lucrecia Crescencia, son los nombres de otras tantas personas curadas milagrosamente al contacto del rosario bendito de Fray Félix.
Así se explica el respeto y santa admiración con que le miran los hombres más ilustres, como el gran Felipe Neri, con quien le une entrañable amistad. Todos están convencidos de que este santo Lego, con el apostolado del buen ejemplo, produce frutos que serían envidiados por muchos predicadores de campanillas.
Purificado por dolorosos sufrimientos crónicos, que soportó sin queja, Dios le llamó a disfrutar de las alegrías eternas el 18 de mayo de 1587, bajo el pontificado de Sixto V.
Su vida la resume Calpena admirablemente en cuatro palabras: «Félix de Cantalicio, el capuchino ilustre, no sabía nada y lo sabía todo: nulo para las ciencias humanas, supo ser inteligente, despierto, vivo, para la ciencia del espíritu, para el problema final que descifra todas las incógnitas».