Homilía en Lugo, 6 de octubre de 2018
Hemos comenzado el mes de
octubre, el mes de Nuestra Señora del Rosario. Rosario que el Papa Leon XIII
llamaba Santísima Devoción, la fórmula más eximia y más excelente de oración.
¿Qué es lo que tiene esta devoción mariana para los santos pontífices hayan
escrito más de 500 documentos acerca de él?
El rosario es llamado el
Salterio de la Virgen María. Este nombre nos ayuda a explicar su origen.
De la combinación y distribución
en distintas horas y días de los salmos del Rey David, libro canónico de la
biblia, surge lo que llamamos el salterio. Ya el pueblo de Israel en sus
oraciones diarias hacía uso de este libro real para dirigir el culto de alabanza
a Dios. Los primeros cristianos –a imitación de Nuestro Señor Jesucristo- siguieron con la costumbre de recitar los
salmos alabando a Dios con las mismas palabras que él había inspirado. Los
clérigos y los monjes tuvieron desde un principio como tarea propia la
recitación del oficio divino, de los salmos. Pero con el desarrollo de la vida
monástica y la creación de grandes monasterios, era necesario que algunos de
los monjes se dedicasen al trabajo temporal para el sostenimiento de la
comunidad. Trabajo que les ocupaba gran parte de su día haciéndoles imposible
asistir a los rezos corales en la iglesia donde la comunidad ofrecía a Dios el
sacrificio del canto divino día y noche recitando la salmodia. Para no dejar la
oración, comenzaron a sustituir los 150 salmos por 150 padrenuestros. Era una
forma sencilla de poder mantener la vida de oración a la vez que desarrollaban
su trabajo. Con el tiempo y la explosión
de la devoción a la Virgen María, esos 150 padrenuestros se convirtieron en 150
avemarías, dando lugar así a la forma que conocemos del santo rosario: 150
avemarías como cántico de alabanza y súplica a la Madre de Dios.
Aquella oración no era simplemente
una repetición mecánica de fórmulas, sino que de la oración vocal pasaban a la
contemplación de los misterios de la fe, que darán lugar a los 15 misterios
tradicionales del santo rosario: misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. A estos
quince misterios, quiso el Papa Juan Pablo II añadir en homenaje a la Virgen
María en la vida pública de Jesús los misterios de luz, siendo así el rosario
una contemplación continua de la vida de Nuestro Señor Jesucristo y de su
Madre.
Tan importante es el rezo del
santo rosario, que muchos han intentado desde la misma iglesia quitarle el
valor, y desterrar de los fieles esta hermosa oración a la Madre Dios. Se ha
dicho que el rosario es una oración mecánica, que responde a una mentalidad
desfasada y no se amolda al hombre moderno, incluso que no favorece la unión de
los cristianos por estar dedicada a la Madre de Dios.
Pero todo lo contrario. Esta
oración ha sido querida por la Iglesia como atestiguan todos los papas. El
rosario ha sido la devoción preferida de los santos de todos los tiempos, y la
misma Virgen María en Lourdes y en Fátima, como en otras apariciones, ha pedido
el rezo del rosario como oración grata a sus ojos, siendo un canal de gracias
para el mundo entero.
Cuando un cristiano reza el
rosario, no hace otra cosa que imitar a la Virgen Santísima: ella es alma
contemplativa por excelencia. Nos los dice el Evangelista San Lucas: guardaba
todas las cosas en su corazón y las meditaba. Al recitar los misterios del
rosario, contemplamos como la Virgen la vida, pasión y gloria de su Hijo: los
misterios del Nacimiento del Hijo de Dios que es su mismo hijo, los misterios
de vida oculta y sus años de predicación, los misterios de dolor a los que ella
se une muy especialmente como corredentora y los misterios triunfales de la
resurrección a los que ella es asociada con su propia resurrección y
coronación.
Rezar el rosario es mirar a Nuestro Señor
Jesucristo con los ojos de su Madre y Madre nuestra, y está mirada es la mejor
que podemos tener porque ella es testigo privilegiada y socia única en el
misterios de la Encarnación y Redención.
¿Quién mejor que la Virgen María nos puede enseñar a conocer a su Hijo?
¿Quién mejor que la Virgen María nos puede enseñar a servir a su Hijo? ¿Quién mejor que la Virgen María
nos puede enseñar a amarle?
Ella es la mejor maestra y al
rezar el rosario recordamos a Nuestro Señor guiados de su mano. Un recuerdo que nos es
simplemente hacer memoria sino que en el sentido bíblico de algún modo nos une
al mismo misterio haciendo que podamos comprender al Maestro, introducirnos en
el misterios, vivirlo en nuestra propia vida. Así, como oración contemplativa,
el rosario dispone y prepara nuestro corazón para recibir aquel que es la
Palabra del Padre; que “a cuantos le recibieron le dio poder ser hijos de Dios”
configurándonos más y más a él, llevando a la perfección la gracia recibida en
el bautismo.
El rosario es una escuela donde aprendemos de manos
de María el seguimiento del Señor; un aprendizaje mucho más eficaz que si solo
por nuestras fuerzas quisiéramos llegar al conocimiento de Cristo, porque Ella
como en Pentecostés hace que el Espíritu Santo derrame sobre sus devotos sus
abundantes dones.
El Rosario es a la vez meditación
y súplica. Meditamos en los misterios de nuestra salvación y al mismo tiempo, invocamos a la Virgen como
intercesora nuestra. Como se puso de manifiesto en Caná de Galilea, la Santísima Virgen intercede constantemente
por el mundo, por la iglesia, por todos los hombres. No hay gracia que Dios concede al mundo, que
no sea por mediación de la Virgen. Y esto, ha de llevarnos a una gran confianza
en su intercesión y en el rezo del rosario.
Cuando la Virgen visita a su prima Santa Isabel
después del misterio de la Anunciación se convierte en la primer apóstol de su
Hijo. Rezar el rosario es anunciar a Cristo como María, porque de la
contemplación nos llenamos de él y podemos darlo a los demás. Anuncio que
comienza en la oración y en el descubrimiento y aceptación de la voluntad
divina. No es casualidad que el mes del rosario sea también el mes de las
misiones, porque toda obra de apostolado ha de empezar en la oración.
Y, ¡qué fácil es evangelizar con el rosario! Es un
compendio del Evangelio. El enunciado de los misterios nos centran en los
misterios más importantes de la vida de Cristo, siendo así un resumen de su
vida y de su obra de salvación para con nosotros. Misterios de la vida del
Señor que nos llevan al conocimiento interior del Misterio, al conocimiento
interior de Jesucristo, al conocimiento interior de Dios.
Misterio de Jesucristo del que nosotros no somos
ajenos, pues como en la recitación de los salmos podemos vernos reflejados en
tantas situaciones nuestras, así podemos ver nuestro propio rostro y el de la
humanidad en el rostro de Cristo y en sus misterios: la vida, la familia, el
trabajo, el sufrimiento, el dolor, la injusticia, la muerte, la eternidad… y
todo ello nos ayuda a encontrar el sentido de nuestra vida iluminado desde
Jesucristo, luz del mundo.
¡Qué el rosario no sirve para el hombre moderno! es toda una falacia. El hombre de hoy como el
de ayer necesita la oración y sin ella su vida espiritual no puede subsistir.
Hoy quizás más que nunca, pues el hombre moderno se ve metido en una vorágine de
activismo que los desborda, los deshumaniza y le hace perder el sentido de las
cosas y de su vida. El rosario sigue siendo un método válido de oración y de
unión con Dios. Recordad: “El peor rosario es el que no se reza.”
Es cierto, que hemos siempre de esforzarnos para
rezar el salterio de la Virgen como la iglesia le pide a los clérigos: con más
piedad, atención y devoción. Para ello, es una gran ayuda iluminar los
misterios con el texto bíblico o con una pequeña exhortación o pensamiento y
guardar un tiempo de pausa meditativa entre misterio y misterio.
No hemos de pasar de alto que el rosario es oración
vocal, pero las fórmulas que se repiten no son invenciones humanas sino la
misma palabra de Dios. El Padrenuestro
y las diez
Avemarias son todo ellas sacadas de la Sagrada Escritura. El padrenuestro la
oración por excelencia del cristiano, enseñada por el mismo Redentor, y que
como decía san Ildefonso de Toledo “en ella está todo lo que tenemos que pedir,
y lo que en ella no se contiene es que no lo tenemos que pedir.” El Avemaría
compuesto con las palabras de saludo del Arcángel y la exclamación de Santa
Isabel al recibir la visita de la Madre de Dios. La segunda parte del Avemaría
es la prolongación de esa jaculatoria antiquísima de la Iglesia: Sancta Maria,
Mater Dei, ora pro nobis.
El Gloria final es la alabanza a la Trinidad Santísima
a quien ha de ser dirigida toda nuestra vida, nuestras oraciones y nuestras
acciones.
Es hermosa esa imagen de la Virgen sacando almas
del purgatorio agarradas a su Escapulario y
a su Rosario, que nos ha de recordar la promesa de la Virgen de la
predestinación a la salvación de aquellos que devotamente recen el rosario
todos los días.
Encomendemos en el rosario a Nuestra Señora las
grandes causas de la humanidad y de la Iglesia, y como no también nuestras
necesidades, con la confianza de los hijos que acuden a su Madre y saben que
son escuchados.
Al ser primer sábado de mes, recordarles como la
Virgen en la ciudad de Pontevedra (España) por medio de Sor Lucía, vidente de
Fátima pidió el rezo del rosario para reparar su Inmaculado Corazón. Le dijo la
Virgen: "Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres
ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos,
procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer
sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan
compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin
de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias
necesarias para su salvación."
Como los sirvientes de Caná de Galilea, obedezcamos
a la Virgen María y rindámosle con el rezo del rosario nuestro amor y devoción,
reparando su Inmaculado Corazón por nuestros pecados y los pecados del mundo
entero.