jueves, 2 de diciembre de 2021

La Sagrada Comunión (I). San Pedro Julián Eymard

 

La Sagrada Comunión (I). Sa... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

 

LA SAGRADA COMUNIÓN (I)

CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL

 

¡Que bueno es Dios! Suple al mundo entero, sobrevive a todo y siempre es padre bondadoso.

Sed siempre suyos mediante el santo abandono que convierte al alma en la ciega de Dios, en su pobre y dichoso mendigo.

¡Ah! Si conociésemos bien a nuestro Señor, ¡cuán vivientes y fuertes nos sentiríamos!

Arrojaos con frecuencia a sus pies; abismaos más frecuentemente todavía en el horno divino de la Eucaristía, que ella os inflamará.

 

Comulgad todos los días

Continuad, en buena hora y siempre, comulgando diariamente.

Por encima de todo, vivid según el régimen de vida prescrito por el mismo nuestro Señor. Alimentad vuestra alma con este alimento por la mañana para todo el día. Dejad entonces todos los escrúpulos y perplejidades y proseguid viento en popa o viento en proa, mas virando de bordo, confiados en Dios, y marchando a toda vela.

Puesto que sois de Dios y siempre de Dios, necesitáis en todo tiempo vivir de Él, descansar en Él, regocijaros en Él. Pero ¿cómo efectuarlo si no es por la sagrada Comunión?

Un amo da de comer a su criado. Comulgad todos los días.

¿Qué será de vuestro trabajo, si no coméis el pan de vida? Debéis reparar y aumentar en esta fuente divina el desgaste sufrido en vuestras fuerzas. La Comunión os es necesaria como la respiración a los pulmones.

 

El festín de familia

Siendo vosotras cual esposas viandantes de Jesús, sedle fieles, por honor y por amor. Dejad que Él os consuele y fortifique.

Ofrendadle la gloria en todo.

Dejar la Comunión diaria sería renunciar a vuestro puesto de familia en el festín de los hijos de Dios.

No conviene reparar en la propia indignidad ni en la propia esterilidad, sino más bien en nuestra pobreza, en la amorosa invitación del divino maestro y en la compañía que nos hace nuestra buena madre.

Id siempre a la sagrada mesa, aunque sea arrastrándoos y sufriendo: allí se os espera. Volveréis de ella curados, como el paralítico de Siloé.

Comulgad, por tanto, impulsados por el corazón de Jesús, que os llama, y por la voz de la obediencia, que os dice: ¡Id! No consideréis vuestras acciones o vuestras virtudes. Cuando la Comunión sacramental os resulte imposible. Dios la reemplazará con la comunión de su presencia de gracia y de amor. Con todo, habréis de desear la primera, porque Jesucristo y la Iglesia la quieren.

 

La Comunión del enfermo

Por lo demás, la sagrada Comunión, al igual que el pan material que alimenta nuestros cuerpos, no es una recompensa.

Nuestro Señor no viene a nosotros a coronar nuestras virtudes, sino a comunicarnos la fuerza necesaria para la práctica de la virtud, a proporcionarnos los medios de vivir como buenos cristianos y a ayudarnos en la obra de nuestra santificación.

De ahí que dejar la Comunión sería dejar el remedio y privaros de la vida.

No se os la da porque sois amables, buenos, humildes y recogidos, sino para que lleguéis a serlo y podáis soportarlo todo con humilde paciencia.

La sagrada Comunión es la vida y vuestra única virtud. Digo única porque es Jesucristo formándose en vosotros. Considerad la sagrada Comunión como puro don de la bondad misericordiosa de Dios, como una invitación al banquete de las gracias, debida a vuestra pobreza, debilidad y miseria. ¡Con qué gozo os acercaréis entonces!

No habléis con nuestro Señor de responsabilidades, sino de sus gracias; es lo mejor.

Partid de este principio; cuanto más pobre sea tanta mayor necesidad tengo de Dios; sea ésta la tarjeta de entrada cuando hayáis de veros con el divino maestro. Así es la comunión del enfermo; nuestro Señor la ama y cura con ella todas vuestras enfermedades.

Id a nuestro Señor como lo hizo la Magdalena por primera vez, arrojándose a sus pies.

Despreciad las turbaciones, las tentaciones, los temores y, aún diría más, vuestros mismos pecados, y llegaos a Jesús con vuestros harapos.

Nuestro Señor no exige de vosotros más que esta disposición o al menos esta obediencia.

Comulgad como unos pobres leprosos, con mucha humildad; ofreced al buen Jesús vuestras tentaciones y temores, cual harapos de vuestra miseria.

No examinéis, por tanto, no razonéis sobre esas penas; os basta el sentimiento de vuestra pobreza.

¡Oh! Por favor, no dejéis vuestras comuniones; quedaríais desarmados; caeríais de inanición; alimentad vuestra pobreza y seréis fuertes. Recordad que la sagrada Comunión es una hoguera que devora en un instante las pajillas de nuestras imperfecciones.

En la meditación de cada día recoged a los pies de nuestro Señor algunas migajas divinas; proveeos de maná por la mañana y nunca os faltarán paz y fuerza.