domingo, 8 de septiembre de 2024

9. SOMOS HIJOS DE LA CÓLERA (1). MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD. SAN JUAN EUDES

NOVENA MEDITACIÓN

Sobre estas palabras: «Somos hijos de la cólera »

 

MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD

Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS

San Juan Eudes

 

Para comenzar cada día:

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, digamos la siguiente oración:

 

Profesión de Humildad

 

Señor Jesucristo, nada somos,

nada podemos ni valemos,

nada tenemos a no ser nuestros pecados.

Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad,

últimos de los hombres,

primeros de los pecadores.

Sea para nosotros la vergüenza y la confusión,

y para ti, la gloria y el honor por siempre jamás.

Señor Jesucristo, compadécete de nosotros. Amén.

 

NOVENA MEDITACIÓN

Sobre estas palabras: «Somos hijos de la cólera »

 

PUNTO PRIMERO: A causa del pecado original somos hijos de cólera.

 

Debido a nuestra naturaleza corrompida y depravada, somos hijos de ira Y de maldición, puesto que nacimos en el pecado y en la iniquidad. Nuestra herencia primera fue la nada y la segunda, es el pecado: somos hijos de pecado y de perdición, porque nacimos en ese estado, como dice San Bernardo, y tenemos, por ende, en nuestra misma naturaleza la raíz de todo pecado. Examínese el cristiano, y hallará en sí propio la fuente del orgullo, de la avaricia, de la envidia, y en general, de todos los vicios. De suerte que, si Dios nos abandonara a nuestras propias fuerzas, seríamos orgullosos como Lucifer, avarientos como Judas, envidiosos como Caín, golosos como el rico Epulón, coléricas y crueles como Herodes, impúdicos como el Antecristo, perezosos corno el siervo inútil] del Evangelio.

Humillémonos con la consideración de todos los pecados de la tierra y del infierno como s i fueran nuestros; cuando alguno hable mal de nosotros o trate de ofendernos no nos quejemos; antes bien, pongámonos de su lado, recordando cuál es nuestra malicia y perversidad. Cuando oigamos hablar de personas impías y escandalosas, consideremos que, si no fuera por la gracia de Dios, también nosotros seríamos lo mismo, o peor que ellas, y que, por esta razón la Iglesia obliga aún al celebrante a decir humildemente en la Santa Misa entre golpes de pecho: «Perdónanos también a nosotros pecadores».

 

PUNTO SEGUNDO: Dentro de nosotros mismos existe una fuerte inclinación al mal.

 

Tan inclinados estarnos al Mal y sentimos un peso tan grande que nos arrastra al pecado, que s i Dios no nos sostuviera constantemente, caeríamos en un infierno de pecado y de crímenes. Este peso indecible es nuestro amor propio: «Mi amor propio es mi propio peso; por él me veo arrastrado a donde quiera. El peso de mis propias pasiones me domina». Nuestras acciones personales no son otra cosa que nuestros pecados. No nos escandalicemos pues, cuando vemos caer a nuestro prójimo; antes bien, agradezcamos a la infinita misericordia de Dios el que nos libre de caer en la culpa. Compadezcamos las debilidades y miserias ajenas y jamás nos creamos superiores a nuestros semejantes; estemos convencidos de que si Dios otorgara a los demás las gracias que a nosotros nos concede, indudablemente ellos serían mejores que nosotros.

 

PUNTO TERCERO: Nosotros somos esclavos del pecado.

«Quien comete el pecado, es esclavo del mismo. »  Jn 7, 34. Por esta razón, si Dios nos dejara de su mano, el pecado ejercería sobre nosotros el mismo yugo tiránico que el que tiene Sobre los condenados; en forma tal que no podríamos tener ningún pensamiento, ni decir palabra alguna, ni hacer absolutamente nada que no fuera pecado. Nos veríamos materialmente transformados en la maliciosa fetidez de la culpa en la misma Proporción en que los bienaventurados del cielo resplandecen radiantes de santidad. Así, pues, por nuestra propia naturaleza nosotros no somos sino pecado y no mereceríamos ser tratados por Dios y por todas sus criaturas sino como tal.

Este debe ser el concepto que debiéramos tener de nosotros mismos; y debiéramos alegrarnos de que los demás tengan tan desfavorable opinión de nuestra persona y de que nos trataran de acuerdo con nuestra realidad moral. Pidamos a Dios esta gracia.

 

ORACIÓN JACULATORIA: Señor no me reproches con tu cólera ni me corrijas airados». Salmo 6, 2.

 

Para finalizar cada día:

 

LETANÍAS DE LA HUMILDAD

Venerable Cardenal Merry del Val

 

Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.

 

Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús

Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús

Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús

Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús

Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús

 

Del temor de ser humillado, líbrame Jesús

Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús

Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús

Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús

Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús

Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús

Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús

Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús

 

Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo

 

Oración:

Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

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***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.