lunes, 16 de septiembre de 2024

17. LOS PRIMEROS PECADORES. MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD. SAN JUAN EUDES

DECIMOSÉPTIMA MEDITACIÓN

Sobre las palabras de la profesión de humildad: «Los primeros pecadores».

MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD

Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS

San Juan Eudes

 

Para comenzar cada día:

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, digamos la siguiente oración:

 

Profesión de Humildad

 

Señor Jesucristo, nada somos,

nada podemos ni valemos,

nada tenemos a no ser nuestros pecados.

Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad,

últimos de los hombres,

primeros de los pecadores.

Sea para nosotros la vergüenza y la confusión,

y para ti, la gloria y el honor por siempre jamás.

Señor Jesucristo, compadécete de nosotros. Amén.

 

DECIMOSÉPTIMA MEDITACIÓN

Sobre las palabras de la profesión de humildad: «Los primeros pecadores».

 

PUNTO PRIMERO: Nuestro Señor quiso ser tratado como el mayor de los pecadores.

 

Consideremos que el Hijo de Dios se miró y trató, y quiso Ser mirado y tratado como no sólo el último de los hombres sino como el peor de les criminales: «Murió entre bandoleros», en medio de dos facinerosos como si él fuera su jefe. Finalmente se le trató con tal rigor y crueldad como si hubiera ido la personificación misma de la maldad: «Fáctus est pro nóbis maledíctum» «Se hizo objeto de maldición por causa nuestra» Is 53,12 y Ga l,12. Y el motivo no fue otro que el de haber cargado con todos los pecados del mundo y de haberse en cierto modo responsabilizado de todos ellos para poder repararlos debidamente ante su Padre con su muerte en la cruz: «Quiso apropiarse nuestras culpas», dice San Agustín.

Adorémosle y exaltémosle en su profundo anonadamiento, suplicándole que destruya nuestro orgullo y nos haga partícipes de su humildad, abriendo nuestros ojos Para que nos demos cuenta de cómo hemos de estimarnos y de ser tratados por los demás, a la vista de nuestras faltas e imperfecciones.

Alegrémonos de ser tratados y estimados como lo merecemos y no según las pretensiones de nuestro orgullo aprendiendo la lección de humildad del Hijo de Dios.

 

PUNTO SEGUNDO: Muchos santos se trataron a sí mismos como los mayores pecadores.

 

Consideremos que varios grandes Santos, penetrados de los mismos sentimientos de Nuestro Señor, se estimaron y trataron a sí mismos como los más despreciables pecadores del mundo. San Pablo, por ejemplo, decía: «La verdad es que vino el Hijo del hombre a salvar a los pecadores, de los que me considero como el mayor de todos». 1Tim 1,15. Y más o menos en los mismos términos se expresaron acerca de su persona San Francisco, San Bernardo, Santo Domingo y muchos más. Era ciertamente el Espíritu Santo el que les inspiraba tales ideas, sentimientos y palabras llenas de modestia y de humildad cristiana, y el Espíritu Santo es la verdad en persona. Sin embargo se dirá: «¿Cómo puede ser San Pablo el primer pecador, siendo así que otro santo, San Francisco, por ejemplo, pretende para sí el mismo título?; y, ¿cómo serían los mayores pecadores San Pablo y San Francisco, si lo propio afirma de sí San Bernardo? Pues bien, aunque, nuestra pobre razón nada de esto pueda comprender, lo cierto es que para el Espíritu de Dios esto es la pura verdad. Hemos de reconocer que no podemos seguir las luces de nuestro espíritu que no son sino tinieblas, y sacar la conclusión de que si Dios nos iluminara acerca de nuestra miseria espiritual y nos diera las mismas luces de conocimiento personal que concedió a esos santos, también reconoceríamos humildemente corno ellos, y aún con más razón, que somos los pecadores más despreciables y odiosos del universo.

Honremos estos sentimientos de los santos, bendigamos a Dios que les dio tan gran conocimiento de su propia nada, démosle gracias del provecho que ellos supieron sacar para su santificación y supliquemos a Nuestro Señor, que por intercesión de esas santos nos haga participar de las mismas ideas y sentimientos, para, a su imitación, cosechar también grandes frutos de santificación. Roguemos a San Pablo, a San Francisco y demás Santos, modelos y maestros de verdadera humildad, nos alcancen de Dios la gracia inapreciable de la humildad.

 

PUNTO TERCERO: Motivos que tenemos para consideramos como los mayores pecadores de la tierra.

 

Aunque la humana razón no sea sino obscuridad y tinieblas acerca de las verdades de Dios y acerca de las máximas del Evangelio, he aquí, sin embargo, algunas razones que nos asisten para afirmar con toda verdad que somos los primeros pecadores.

1º) Nos es sumamente fácil equipararnos a Lucifer, a Judas y al Anticristo, puesto que, como hijos de Adán, llevamos dentro, el principio de todos los pecados de la tierra y del infierno. Más para caer más hondo que Judas, Lucifer o el Anticristo, hemos de creer con San Francisco, que si Dios concediera al último de los pecadores las gracias que nos ha otorgado a nosotros, ciertamente seria él mucho mejor que nosotros; y que, si Dios nos abandonara y retirara de nosotros sus gracias, como lo hará con el Anticristo, seríamos peores que él.

2º) No debemos comparar nuestros pecados con los ajenos, sino con las gracias que hemos recibido de Dios. Ahora bien, hemos recibido de Dios mayores beneficios espirituales que todos los paganos, judíos, herejes y aún más que todos los demás cristianos, si somos sacerdotes, pues la gracia sacerdotal sobrepuja a toda otra gracia. Por consiguiente, sus pecados son mucho más grandes que los de los demás, y un solo pecado en un sacerdote lo hace más culpable ante Dios que todos los pecados ajenos del mundo entero, que irritan menos la cólera divina contra la humanidad pecadora, que una sola claudicación moral de uno de sus sacerdotes.

3º) Como sacerdotes, estamos obligados, a imitación del Sumo Sacerdote, a cargar con los pecados ajenos y mirarlos como propios para hacer de ellos penitencia humildemente, pues así lo exige nuestro carácter sacerdotal. Y has, cada sacerdote debe humillarse y tratarse, y regocijarse de ser tratado y estimado como si él solo estuviera para soportar el peso de todos los pecados y crímenes del universo, y, por tanto, como si fuera el primero y el más despreciable de todos los pecadores.

Pidamos a Nuestro Señor que grabe en nosotros estas verdades y sentimientos; anhelemos llegar a poseer la plena convicción de ellos; ¡démonos al Espíritu de Dios para mirarnos y tratarnos en lo sucesivo como la escoria moral de la humanidad y para sentir nos felices de ser as! considerados y tratados por los demás.

 

ORACIÓN JACULATORIA: ¡Oh Dios mío!, miradme piadoso a mí, el más vil de los pecadores. Lc 17, 1

 

Para finalizar cada día:

 

LETANÍAS DE LA HUMILDAD

Venerable Cardenal Merry del Val

 

Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.

 

Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús

Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús

Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús

Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús

Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús

 

Del temor de ser humillado, líbrame Jesús

Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús

Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús

Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús

Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús

Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús

Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús

Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús

 

Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo

 

Oración:

Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.