sábado, 27 de mayo de 2023

27 de mayo. SAN BEDA EL VENERABLE, CONFESOR

27 de mayo. San Beda el Venerable, confesor

Beda, presbítero, nacido en Jarrow en los confines de la Gran Bretaña y Escocia, a la edad de 7 años fue confiado a San Benito Biscop, abad de Wearmouth. Habiendo abrazado la vida monástica, ordenó su vida dedicándose al estudio de las artes y las letras, sin nunca omitir nada de la regla profesada. No hubo ninguna ciencia en la que no estuviese versado, pero principalmente se dedicó asiduamente al estudio de las divinas Escrituras, y para conocerlas mejor estudió el griego y el hebreo. A la edad de 30 años, por mandato de su abad, fue ordenado sacerdote y, a petición de Acca, obispo de Exham, se dedicó a la explicación de los libros sagrados. En estas explicaciones se apoyó en la doctrina de los santos Padres, y nada enseñó que no estuviese corroborado por su autoridad, sirviéndose casi de sus mismas palabras. Enemigo del ocio, de las lecciones pasaba a la oración, y de ésta a las lecciones, en las que su alma se enardecía por los temas que trataba, y las lágrimas acompañaban a sus explicaciones. Rehusó el cargo de Abad que le habían ofrecido, con el fin de no distraerse con lo temporal.

El nombre de Beda brilló tanto en breve tiempo por su ciencia y piedad, que el papa San Sergio pensó llamarle a Roma, para trabajar en las cuestiones difíciles que la teología estudiaba en aquel tiempo. Escribió varios libros para enmendar las costumbres de los fieles y para la exposición y defensa de la fe; gracias a ellos creció tanto su reputación, que San Bonifacio, obispo y mártir, le consideraba como lumbrera de la Iglesia; Lanfranco le llamaba doctor de los ingleses, y el concilio de Aquisgrán le proclamó doctor admirable. Sus escritos eran objeto de tanta veneración, que aun durante su vida se leían en las iglesias. Y no siendo posible en esta lectura llamarle santo, le daban el título de Venerable, con el cual, después ha sido siempre designado. Pero su doctrina era tanto más eficaz cuanto iba confirmada por la santidad de vida y por sus virtudes religiosas. Por lo cual, gracias a sus enseñanzas y ejemplos, sus numerosos e ilustres discípulos se distinguieron no sólo en las letras y las ciencias, sino también en la virtud.

Quebrantado por la edad y los trabajos, cayó gravemente enfermo. Esta enfermedad, que duró más de 50 días, no interrumpió sus oraciones y explicaciones de la sagrada Escritura. Durante su enfermedad tradujo el Evangelio de San Juan para uso de los fieles ingleses. Y como en la mañana de la fiesta de la Ascensión presintiese la hora de la muerte, se fortaleció con los últimos sacramentos de la Iglesia. Por último, tras abrazar a sus hermanos, al repetir, postrado en tierra sobre el cilicio, las palabras: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”, se durmió en el Señor. Su cuerpo, según se refiere, despedía un olor suavísimo, y fue sepultado en el monasterio de Jarrow, y después llevado a Dublín, junto con las reliquias de San Cutberto. Venerado como Doctor por los Benedictinos, otras familias religiosas y algunas diócesis; el papa León XIII le declaró por decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, Doctor de la Iglesia, y ordenó que rezasen la Misa y el Oficio de Doctores en su honor.

Oremos.                                                 

Oh Dios, que ilustraste a tu Iglesia con la doctrina del bienaventurado Beda, tu Confesor y Doctor: concede propicio a tus siervos, que sean iluminados con su sabiduría, y auxiliados con sus méritos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.

Conmemoración de S. Juan I, Papa y Mártir

Juan, nacido en Toscana, gobernó la Iglesia en tiempo de Justino el Viejo. Para oponerse a Teodorico, hereje que asolaba a Italia, se dirigió a Constantinopla pidiendo auxilio al emperador. El Señor señaló el viaje con diferentes milagros. Un noble le prestó el caballo de su mujer, para dirigirse a Corinto; y ocurrió que al devolverlo a su dueño, se mostró tan intratable, que todas las veces la mujer probó de cabalgarlo, la echaba al suelo, como si se indignara de llevar a una mujer después que había servido para el Vicario de Jesucristo. Por este motivo sus dueños regalaron el caballo al Papa. Mayor milagro fue el que hizo en Constantinopla, en la entrada de la puerta de Oro: ante la multitud que junto con el emperador había acudido para venerar al Pontífice, restituyó la vista a un ciego. Ante este milagro, el emperador se postró a los pies del Papa y le veneró. Después que hubo arreglado los asuntos con el emperador, regresó a Italia. Llegado a Roma, escribió una carta a todos los obispos de aquel país, ordenando que consagraran todas las iglesias de los arrianos con el rito católico; y añadía: “Durante nuestra permanencia en Constantinopla, para el bien de la religión católica, y por causa del rey Teodorico, consagramos al culto católico todas las iglesias que pudimos recuperar”. Esto disgustó a Teodorico, el cual, con falso pretexto hizo venir al Pontífice a Ravena, y le encerró en la cárcel. Allí, consumido por la miseria e indigencia, a los pocos días murió. Gobernó 2 años, 9 meses y 14 días, en los que consagró a 15 obispos. Al poco murió Teodorico; San Gregorio narra que un ermitaño le vio caer en el cráter de Lípari, en presencia del papa Juan y de Símaco, al cual también había condenado a muerte; así estos dos hombres a quienes había hecho morir, asistieron como jueces a su fin desastroso. El cuerpo del Papa Juan fue llevado de Ravena a Roma, y sepultado en la Basílica de San Pedro.

Oremos.

Oh Dios, que todos los años nos alegras con la fiesta de San Juan, mártir y obispo: al celebrar su entrada en la gloria, danos el gozo de hallar en él un protector. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.