jueves, 25 de mayo de 2023

LA LEY DEL APOSTOLADO MENUDO (II). APOSTOLADOS MENUDOS. SAN MANUEL GONZÁLEZ

 


Textos para meditar ante el Sagrario

LA LEY

DEL APOSTOLADO MENUDO (II)

APOSTOLADOS MENUDOS

 

SAN MANUEL GONZÁLEZ,  OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS

 

Comulgantes de Jesús de cada mañana,

¡Sed los apóstoles de Jesús de cada hora!

 

Del santo Evangelio según san Marcos 3, 13-19

 

En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.

 

I. LA LEY DEL APOSTOLADO MENUDO (segunda parte)

 

Un modelo de puentes de semejanza para uso de apostolados menudos

                                                    

 

Llega a un pueblo un nuevo párroco y la primera dificultad con que tropieza es la locuacidad de las pocas devotas feligresas que concurrían al templo.

          Las conversaciones y tertulias que en voz alta sostenían, en cuanto se acababan los cultos, eran la pesadilla del celoso nuevo párroco.

          Consejos, avisos, exhortaciones, conminaciones en privado y desde el púlpito, y todo era inútil.

          Las devotas comadres seguían sus charlas reunidas unas veces, o mientras arreglaban o desarreglaban los respectivos altares de que cada una cuidaba.

          Tenía este buen párroco una piadosísima sobrina, escandalizada y apenada como él, del mal ejemplo de las feligresas, y de ella se valió para obtener el silencio deseado.

          Procuró trabar amistad ésta con ellas, y valida de la misma les fue invitando, en voz muy baja, a hacer juntas el viacrucis, la visita al Santísimo Sacramento o la lectura espiritual, dando por resultado el silencio y el recogimiento más edificantes de aquellas habladoras contertulias del templo, y de todas las mujeres del pueblo.

          ¡Se había dado con el sillar que faltaba y se había tendido el puente de la semejanza!

 

Receta para obtener muchos modelos

Es muy difícil a un catequista, a un apóstol social llegar a dar con el secreto de la semejanza con todos sus catequizandos; pero no le será tanto dar con el secreto de alguno o algunos.

          Se observa que en toda agregación, sea de hombres, sea de niños, sea de doctos, sea de ignorantes, no todos tienen igual ascendiente sobre los demás; generalmente hay uno o dos que se imponen a los otros y a quienes éstos acatan de buen grado y quizá sin saber por qué.

          Entre los niños he observado que ese papel de mandón, indispensable, perdonavidas o de métome en todo lo ejerce, ordinariamente, no el más guapo, ni el más bueno, ni el más rico, ni el más corpulento o valiente, sino uno cualquiera que, para colmo de contrastes, no pocas veces es cojo, tuerto, raquítico de cuerpo o lisiado.

          No lejos precisamente de donde escribo estas páginas veo que está jugando a los legionarios una turba de chiquillos, y el capitán que los manda, y que lleva como distintivo de su jerarquía una olla agujereada por montera, es un cojito de unos cuatro palmos de alto. Y ¡con qué desenfado organiza y manda y con qué prontitud es obedecido de niños mucho más altos y presentables que él!

Pues bien, ¿sabéis en dónde está el secreto de las imposiciones de esos jefes indocumentados y de las sumisiones y adhesiones inconscientes de esas masas, sea de niños, sea de obreros, sea de doctos?

          En que hay apostolado con puente de semejanza.

          En esos apostolados profanos, muchas veces del propio demonio y para fines endemoniados, el lugar del amor lo suplanta la simpatía, la adulación, la hipocresía, la fogosidad de carácter o simplemente la osadía del que da primero y cuenta con la borreguez de la masa, que no sabe andar sino detrás de otro. Y el puente de semejanza se lo da hecho la misma natural condición del improvisado apóstol, que es niño entre niños, obrero entre obreros, despechado y rebelde entre despechados y rebeldes.

          Y con estos dos solos elementos el apóstol obtiene lo que quiere y hasta lo inesperado y, al parecer, imposible. Como que ése ha sido el secreto de las grandes revoluciones.

          Pues bien, formar esos apóstoles no sólo entre semejantes, sino entre iguales, ésa es la gran obra de apostolado. ¿Cómo?

 

 

¿Cómo obtener apóstoles de entre los mismos sobre los que se ha de ejercer el apostolado?

Lo he dicho ya: para que la doctrina del apóstol llegue no sólo a la mente, sino al corazón y a la práctica de los apostolizandos, es menester que entre uno y otro se tienda el puente de la semejanza y, a ser posible, de la igualdad.

          Es menester llegar al apostolado del niño por el niño, del obrero por el obrero, del ignorante, si no por el que lo sea, por el que no alardee de sabio y así de los demás.

¿Cómo? Esto sí que es difícil, y para poner en aprieto a los más templados y en ejercicio complicado de ingenio, paciencia, caridad, humildad y oración a los que se lo propongan.

 

 

Como lo hacía el Maestro

Por lo pronto, tomemos nota del proceder de Nuestro Señor Jesucristo, para adoctrinar a la muchedumbre de los pueblos.

         Comienza su misión en la tierra, como dije antes, por hacerse Él semejante en todo a nosotros, haciéndose hombre y viviendo a lo hombre, y prepara su predicación y su obra de atracción por la selección de un grupo de semejantes, o, mejor, iguales a los que iba dirigida su misión. Escoge un grupo de pobres, rudos, jornaleros y judíos para ser apóstoles de muchedumbres, en las que abundarán los pobres, los rudos, los jornaleros y los judíos, y de esta suerte organiza el apostolado del judío por el judío, del obrero por el obrero y del igual por el igual.

 

Sin dejar de adoctrinar Él mismo a las masas, dedicaba sus más largos ratos y explicaciones más luminosas y al pormenor, sus confidencias más íntimas y sus predilecciones más efusivas a un grupo de escogidos, a más de los oficialmente llamados apóstoles, como discípulos, Marías y amigos, de los que se valía después para disponer a las muchedumbres a recibir, entender y aplicarse sus predicaciones y ejemplos.

         Y cuenta que esto lo hacía quien tenía virtud y gracia para llegar por sí mismo a todos y a cada uno y atraérselos sin necesidad de intermediarios. 

          Así y todo, antes de ir Él a un pueblo mandaba por delante no sólo de esos apóstoles, sino de entre los discípulos y amigos, parejas de enterados de Él y de entusiasmados por Él para prepararle oídos y corazones propicios. Y a las veces, llegada la hora de retirarse de esos pueblos, allí dejaba a algunos de sus amigos anteriormente o en aquella misma ocasión conquistados, como se lee en el Evangelio en el caso de Gerasa.

 

¿Y quién pudiera contar los ratos empleados por el divino maestro en formar esos núcleos de escogidos, y los gastos de paciencia, humildad y caridad que le harían la machaconería de preguntar muchas veces lo mismo, la grosería de sentimientos, la rudeza de ingenios, las murmuraciones, los prejuicios y los resabios de raza de sus amigos?

          Ya el santo Evangelio, sin decirlo a las claras, apunta lo que costaría a la paciencia de Jesús esta formación de amigos enterados, cuando pone en sus labios quejas como éstas proferidas en el seno de la intimidad «¿Aún no os habéis enterado?». «No sabéis lo que pedís.» «Tanto tiempo con vosotros y ¿todavía no me habéis conocido?».

 

¿Y nosotros?

¡Qué falta nos hace a los predicadores y organizadores de turbas, como párrocos, misioneros, maestros, catequistas, escritores, Marías, traer a la memoria esos ejemplos del maestro para que, en vez de arrojarnos a la conquista de ellas, confiados en el poder de nuestra palabra, de nuestro prestigio, de los premios o cebos que ofrecemos o de alguna otra influencia extraña, nos dediquemos a ese trabajo callado de tanta paciencia como poco lucimiento, y de constante recurso a la oración, como al ingenio, para obtener el grupo de feligreses apóstoles entre feligreses, de niños apóstoles entre los niños, de obreros apóstoles entre obreros, etc., etc.!

Quizá y sin quizá no serán rápidos nuestros triunfos; pero, seguramente, lo que los triunfos pierdan de rapidez y presentación escénica lo ganarán en solidez, fondo, fecundidad y duración.

En nuestros momentos de desmayo ante el poco número o el escaso fruto, hagámonos esta reflexión:

          ¿Quién queda junto a Jesús en la hora de la prueba, de su sacrificio?

          ¿Son los ganados en sus triunfos rápidos del Domingo de Ramos, de la multiplicación de los panes y los peces?

          No, sino unos poquitos, muy poquitos... del grupo...

 

 

Cómo lo practica la Iglesia

          Por no alargarme, no me detengo en poner en parangón con la práctica del maestro para obtener apóstoles semejantes o iguales a sus adoctrinados la práctica no interrumpida de la santa madre Iglesia de llegar a la inteligencia y al corazón de sus catequizandos por medio de instructores, catequistas y ministros de categoría, índole y circunstancias las más parecidas y afines a las de aquéllos.

 

 

Las órdenes menores y las diaconisas

         Me contentaré sólo con citar la institución de los clérigos menores, como auxiliares y repartidores al menudeo de las altas enseñanzas y santos oficios de los apóstoles y clérigos mayores, y la acción en la antigüedad de las llamadas diaconisas, para instrucción, auxilio espiritual y consuelo de las mujeres que se preparaban para ser cristianas y de las aún tiernas en la doctrina y novicias en la fe.

 

 

El clero indígena

De la práctica actual de la Iglesia a este respecto, sólo citaré el empeño vivísimo y el interés creciente que por boca del Papa está constantemente manifestando de proveer a las tierras de misiones de clero y personal catequista indígenas o del mismo país.

          El Papa no desperdicia ocasión de instar y urgir la caridad de los católicos para que cooperen de cuantos modos puedan al fomento y mayor fruto de la Obra Pontificia de San Pedro en favor del clero indígena, y no se cansa en repetir que su corazón apostólico no descansará mientras no vea al frente de cada región misionada obispos y sacerdotes y catequistas, hijos de la misma región, esto es, obispos, sacerdotes y catequistas chinos al frente de los católicos de China; y obispos, sacerdotes y catequistas negros o amarillos dirigiendo a los hermanos de esa raza. ¡Con qué gozo -nos dice la prensa- acaba de consagrar, con sus propias manos, a siete obispos chinos nuestro Santo Padre!

 

Y tal confianza tiene el Padre Santo en el fruto y en el arraigo de esos apostolados entre semejantes, que a las propuestas de algunos obispos, y yo entre ellos, de ayudar sus designios y empeños en pro del clero indígena, trayendo a nuestros seminarios jóvenes de esos países para darles absolutamente gratis la más selecta educación eclesiástica, y, así preparados y ordenados, devolverlos a sus respectivos países, ha respondido, sin vacilación, que no solamente quiere sacerdotes chinos, japoneses, indios o africanos para los católicos de esas regiones, sino que los quiere formados y educados a lo chino, a lo japonés, a lo indio o a lo africano y no a lo europeo, y, por tanto, hechos a padecer los mismos apuros económicos y las mismas persecuciones y viviendo las mismas costumbres que sus compatricios católicos.

Tanto, que a los institutos misioneros europeos recuerda constantemente que no se tengan como dueños de esas misiones, sino como introductores e iniciadores provisionales.

          ¡Qué bien entendida está por el Papa la virtud y eficacia del apostolado entre semejantes!

 

 

Un ejemplo

Ved si no una muestra. 

          De muchos de esos seminarios indígenas me cuentan que llevan una vida tan pobre, y más que pobre, miserable, que sus seminaristas no pueden dedicar a sus estudios y vida de seminario más que algunas horas del día o algunos días de la semana, pues necesitan ocupar las otras horas y los otros días en buscarse su sustento con el trabajo de sus manos; unos, pescando; otros, cazando; éstos, como obreros en próximas factorías extranjeras, y aquéllos, en las faenas agrícolas.

          Cierto que esta ocupación quitará profundidad a los estudios y quizá ponga en pruebas duras o peligros inminentes la vocación y formación de no pocos; pero, así y todo, la aureola que siempre da el sacrificio, y el ascendiente que da el presentarse hablando de lo que se sabe, no de memoria, sino por experiencia propia, porque se ha padecido y probado, ¿no adornarán la frente y la acción del sacerdote en tan duro troquel formado y no compensarán de algún modo por su eficacia y virtud las mermas ocasionadas por aquellos riesgos?

De mí os digo que me conmuevo representándome en mi imaginación, bajo un techo de paja y caña, la primera misa de uno de esos sacerdotes, elevando la sagrada Hostia, con sus manos encallecidas y recibiendo en ellas el beso de enhorabuena de los gruesos labios de sus compañeros de trabajo hasta entonces y de sus hijos en la fe desde ahora.

          Decía Su Santidad Benedicto XV, de feliz memoria, y repite Su santidad Pío XI:

         «Es indecible lo que vale para infiltrar la fe en las almas de los naturales, el contacto de un sacerdote indígena del mismo origen, carácter, sentimientos y aficiones que ellos, pues que nadie puede saber como él insinuarse en sus almas. Y así, a las veces, sucede que se abre a un sacerdote indígena sin dificultad la puerta de una misión, cerrada a cualquier otro sacerdote extranjero».

          Sacerdote indígena de pies duros, por andar descalzo, y de manos encallecidas, por ganar tu sustento, ¡como te pareces a nuestros Pedro y Pablo, Andrés y Juan...! ¡A nuestros apóstoles! ¡A los conquistadores del mundo...!

 

 

Cómo lo practicamos por acá

          Hora es ya de rematar este sencillo, al par que interesante estudio, sobre la necesidad de establecer el puente de semejanza o igualdad entre los que toman por amor a Dios el oficio de apóstoles del bien y de la verdad, y los que por ellos han de ser adoctrinados o apostolizados.

          Y el remate que quiero poner a estas reflexiones, que juzgo de grande utilidad para la fecundidad de nuestras propagandas, sea contar algo de cómo por acá echamos ese puente y la red de las grandes pescas.

 

 

Las Marías de Málaga

         El grupo de Marías enteradas de Málaga, y que para mejor enterarse y vivir enteramente como Marías, viven hace años en comunidad, sin apariencia exterior de religiosas, tienen por norma en sus propagandas eucarísticas y catequísticas no dar nada como cambio, premio, pago o atractivo material a los que asisten o atraen.

          Se contentan con darles buen trato, buena instrucción, buen ejemplo, y el fruto de sus oraciones y comuniones.

Debo confesar que, con el procedimiento de vales, rifas, premios y pagas a los que vengan a misa, a la catequesis, a la confesión y a la comunión se obtienen triunfos más rápidos y de momento más numerosos que con el procedimiento que usamos acá de no dar nada material por la asistencia y participación de esas cosas espirituales. Pero también puedo y debo declarar que los triunfos por este último procedimiento obtenidos son tan lentos como sólidos y duraderos.

 

 

Modos de edificar el puente

 

Nuestras Marías en sus visitas a los pueblos o a las catequesis parroquiales no se preocupan del número ni se entusiasman con las muchedumbres ruidosas, sino que sus ojos y su atención toda se van detrás del niño o de la niña o muchacha o persona que más pronto pueda servir para apóstol entre sus iguales. 

         Siempre se encuentra alguno o alguna que manifiesta más prontamente su buena voluntad, su docilidad, sus deseos de aprovechar, sus ganas de amistad, y en éste o ésta se trabaja por conquistarlos al más claro conocimiento y a la más fiel adhesión y compañía del Corazón de Jesús sacramentado en aquel pueblo o parroquia. 

 

Sin despreciar a los demás, cada una de las Marías visitantes va internándose en el interés y en el cariño de aquellos primeros elegidos, y, ejerciendo con ellos el apostolado de la amistad, no paran hasta encender en sus corazones el cariño, el enamoramiento por el Corazón de Jesús sacramentado. 

         A ese fin tienen sus ratos de conversación y de lectura comentada de libros a propósito, como Mi comunión de María, Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, Florecillas de Sagrario, Partiendo el pan a los pequeñuelos, etc., y, según a la distancia en que los encuentran de Jesús, les van recomendando la hora más temprano de levantarse, la comunión y visita más frecuente, el orden de las ocupaciones del día para que les quede tiempo para su vida de piedad. Y, cuando los van sintiendo más ganados y próximos a Jesús, les proponen la busca de amiguitos, si se trata de niños; o de amigas, si se trata de muchachas, para que hagan en su grupo de amistades lo que la María está haciendo en ellos.

         Después de estas primeras conversaciones vienen visitas, y, después de la catequesis en la iglesia, la María saca a sus niños y a las catequistas que quieran, a dar un paseo por el campo más próximo o por la playa, y, mientras las más pequeñas y juguetonas juegan a la cuerda o a la rueda, la María sigue su obra de penetración y conquista de las escogidas, y en un apartado con una y en otro con otra les va preguntado por su oración y su comunión y sus amistades y sus peligros y... al cabo de poco tiempo la muchachita aquella está convertida en una enamorada del Sagrario y en una excelente catequista eucaristizadora entre sus compañeras.

 

La misma labor van haciendo en los pueblos, los que visitan durante una temporada periódicamente, como cada semana, cada quincena o cada mes, y en ellos, de la misma manera, procuran hacerse primero con el apóstol o apóstola que sirva de cabeza y principio de un grupito de almas. 

          Este apóstol y su grupo de amigos o amigas son cultivados por la María con cariño paciente y efusivo y con ellos comulga y hace su preparación y acción de gracias; su ratito de oración mental; de ensayo de cánticos religiosos y de la misa; de catequesis; de visitas de enfermos; de paseo... hasta lograr convertirlos en grupos de chiflados por el divino Abandonado del Sagrario, y de hambrientos por acercarle almas que lo acompañen o imiten.

          ¡Si vierais qué grupos de almas escogidas se van formando en la ciudad y en los pueblos con esta labor silenciosa, paciente, sin prisa y sin apariencias de las Marías Nazarenas!

          ¿Y las cooperaciones y auxilios que van encontrando los párrocos en esos grupos de incondicionales para sus catecismos, busca y preparación de enfermos, introducción del canto litúrgico popular, fomento de la comunión frecuente, y, en una palabra, para la eucaristización de sus parroquias?

 

Y, como el amor es incendiario e ingenioso, ¡qué medios descubre para propagarse!

          Entre muchos citaré el siguiente:

          Aquí, en Málaga, se da un espectáculo que estará alegrando, ciertamente, a los ángeles, y dando mucho consuelo al Corazón Eucarístico de Jesús.

          En los corralones y en casas pobres de muchos vecinos y en la habitación de algunos de ellos, que se brinda generosamente, se reúnen una vez por semana, y en la hora más a propósito, las jóvenes de la casa y de las casas vecinas, alrededor de una de las Marías de esos grupos parroquiales, ¡asombraos! para echar un rato de conversación piadosa.

 

La María, o, mejor, las Marías, que casi siempre van dos, comienzan por explicar a las reunidas un punto de catecismo que procuran aclarar con las estampas del catecismo en imágenes de la buena prensa de París, y después por el procedimiento de la lectura, comentada en los libros dichos, se echa un ratito de conversación de piedad práctica y sabrosa.

         Y es de admirar cómo sin dar ni ofrecer nada, nada de regalos ni premios, y sólo por el atractivo del buen rato y de la gracia de Dios, que no puede faltar a los que en su nombre se congregan, las muchachas y sus madres y hasta no pocas veces sus padres, se van animando y enfervorizando y produciendo frutos preciosos de observancia de los días de fiesta y comunión frecuente y de trato cariñoso e íntimo con el Corazón de Jesús, a quien quizá ni conocían de nombre...

 

Y no creáis que esa María, apóstol de ese corral, es una señora empingorotada que deja su auto en la puerta o una gran letrada muy llena de teologías. De ordinario son unas jovencitas del mismo barrio y de parecida condición a la de sus adoctrinados; una costurera, una empleada, una joven sin relieve social y sin que su nombre aparezca jamás en las revistas y salones; pero muy llenas de fe en su catecismo y de amor tierno y ardiente al Corazón de Jesús de su Sagrario.

          ¡Son apóstoles entre sus iguales!

          ¡Las enamoradas y enamoradoras del divino Abandonado!

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