sábado, 29 de enero de 2022

PRIMER DOMINGO DE SAN JOSÉ.

PRIMER DOMINGO

Se consagra a honrar el primer dolor y gozo de san José al ver a María encinta, ignorando el misterio.

 

PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:

 

Ejercicio de los siete domingos de san José.

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

***

 

MEDITACIÓN

 

Composición de lugar. Contempla a san José sumido en mortal angustia por causa del embarazo de María su esposa, y el ángel que le revela el misterio.

 

Petición. Dadme, Santo mío, el meditar con provecho vuestros dolores y gozos.

 

Punto primero. Considera, devoto josefino, la conducta de san José en este paso, lleno de caridad y de prudencia, pues a pesar de la evidencia del embarazo de María, todavía juzgaba a favor de su castidad angelical porque la caridad jamás piensa mal del prójimo, como dice san Pablo. Nunca llegó el glorioso Santo a juzgar mal de su esposa, a pesar de tener motivos al parecer tan poderosos; pues más creía a su castidad que a lo que veía. No pudiendo el Santo, como justo, delatar a María que creía inocente, medita en su prudencia qué partido debía tomar en este caso, y escoge el dejarla o separarse de ella ocultamente o en secreto, dejando solo a Dios el juicio, porque es el único que penetra el interior de los corazones. ¡Oh caridad y prudencia celestial del Santo, cómo confundes mi poca caridad y prudencia en juzgar al prójimo! ¡Ay, Dios mío! Si una acción tiene cien caras siempre la habíamos de mirar por la más hermosa; pero nuestra malicia lo hace todo al revés. Porque vemos leves señales de mal o a nuestro apasionado espíritu se le representan, formamos juicios temerarios del prójimo o sin fundamento. Lo echamos todo, como los fariseos, a la peor parte; lo hablamos con otros, juntando casi siempre al juicio temerario la murmuración, y si no podemos negar la evidente bondad de la obra, juzgamos lo sagrado de las intenciones. ¡Qué refinada malicia! Mira, alma mía, que a Dios solo le toca juzgar del prójimo, porque solo Él pesa las intenciones; pondera que con la misma medida que midieres a tu prójimo serás medido por Dios. Sé, pues, misericordiosa y caritativa en tus juicios, y Dios, lo será contigo al juzgarte.

 

Punto segundo. Contempla la conducta de san José en este gravísimo dolor, angustia y perplejidad de su ánima causada por el embarazo de María, y verás cómo recurre a Dios por medio de la oración y se serena su espíritu, se disipa la tormenta, y un ángel del Señor es enviado para instruirle en el misterio de la Encarnación, quedando su alma purísima inundada de celestial gozo; pues le manda que no tema recibir a su esposa María, y quedarse y vivir en su compañía, porque lo que ha sido concebido en su seno, no es por obra de varón, sino por obra y gracia del Espíritu Santo… ¿Qué lecciones nos da el santo, devoto josefino, en este paso admirable de su vida? No fue a buscar consuelo y ayuda en sus parientes, ni a contar lo que pasaba a sus vecinos o amigos, como haces tú en tus trabajos ordinariamente, sino que acude a Dios por medio de la oración. Por esto el Santo sale consolado, ilustrado en este caso, y tú sales más perplejo y angustiado, porque debiendo unirte por la oración más con tu Dios en el tiempo de la tribulación, en las pruebas que Dios te envía siempre para tu bien, te aferras más a tus juicios, a tu amor propio, y esto aumenta tus tribulaciones… Aprende de san José a recurrir a Dios en todos tus trabajos de alma y de cuerpo, si quieres conseguir perfecto consuelo; ora con fe viva, humildad y perseverancia, que la oración es la llave de las divinas consolaciones, el maná que sustenta el alma, el rocío celestial que refresca el corazón agitado y atrae la misericordia de Dios. ¡Oh, cuán feliz serás en tus dolores y trabajos, devoto josefino, si así lo haces!

 

EJEMPLO

 

Una distinguida señora escribió con fecha de 29 de enero de 1866, a una amiga suya, participándole el favor que acababa de recibir de san José.

Una persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en un completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y cinco años que no había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción. Ni las instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados a esa oveja descarriada, fueron bastantes para ablandar su corazón empedernido. Cayó enfermo ese infeliz, y se puso de cuidado; entonces fue cuando la caritativa señora, alarmada por el estado crítico de su querido anciano, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma que tanto había costado al divino Redentor; y se acordó del grande poder del patriarca san José (de quien era muy devota), para socorro de los moribundos, le suplicó que viniese en su ayuda, llena de fervor le prometió hacer la devoción de los Siete Domingos en memoria de sus dolores y gozos, esperando le alcanzase la conversión del enfermo que ella tanto deseaba. ¡Cosa admirable! Ya en el primer domingo, san José empezó su obra: fue un sacerdote a visitar al enfermo; este lo recibió muy bien; le insinuó que quería confesarse, hizo una confesión entera y muy dolorosa, y pidió le administrasen los demás sacramentos al día siguiente. A pesar de su extrema debilidad, el buen anciano recibió de rodillas en la cama a su Dios, a quien había olvidado por tan largo tiempo, y desde entonces no cesó de demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había perdido la fe, pero la recobró, y con ella una eterna gloria. ¡Ojalá este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los Siete Domingos, mueva a otras buenas almas a practicarla para conseguir la conversión de aquellas personas por las cuales se interesan!

 

Obsequio. Prívate del gusto de ver y ser visto curiosamente.

 

Jaculatoria. Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.

 

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.

 

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Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.