“PERDONADOS LE SON SUS MUCHOS PECADOS, PORQUE AMÓ MUCHO.” Catena Aurea de Santo Tomás de Aquino
Jueves de la I semana de Cuaresma
Comentarios al Evangelio
de la Catena Aurea de Santo Tomás de Aquino
Lucas 7, 36-50 Y le rogaba un
fariseo, que fuese a comer con él. Y habiendo entrado en la casa del fariseo,
se sentó a la mesa. Y una mujer pecadora, que había en la ciudad, cuando supo
que estaba a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro lleno de
ungüento: Y poniéndose a sus pies detrás de El, comenzó a regarle con lágrimas
los pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y le besaba los pies, y
los ungía con el ungüento. Y cuando esto vio el fariseo, que le había
convidado, dijo entre sí mismo: "Si este hombre fuera profeta, bien sabría
quién, y cuál es la mujer que le toca: Porque pecadora es". Y Jesús le
respondió diciéndole: "Simón, te quiero decir una cosa". Y él
respondió: "Maestro, di". "Un acreedor tenía dos deudores: el
uno debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; mas como no tuvieran con
qué pagarle, se los perdonó a entrambos. ¿Pues cuál de los dos le ama
más?" Respondió Simón y dijo: "Pienso que aquél, a quien más
perdonó?" Y Jesús le dijo: "Rectamente has juzgado". Y
volviéndose hacia la mujer dijo a Simón: "¿Ves esta mujer? Entré en tu
casa, no me diste agua para los pies; mas ella con sus lágrimas los ha regado y
los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso, mas ésta, desde que
entró, no ha cesado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con óleo, mas
ésta con ungüento ha ungido mis pies: por lo cual te digo: perdonados le son
sus muchos pecados, porque amó mucho. Mas al que menos se perdona, menos
ama". Y dijo a ella: "Perdonados te son tus pecados". Y los que
comían allí, comenzaron a decir entre sí: "¿Quién es éste que hasta los
pecados perdona?" Y dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado. Vete en
paz". (vv. 36-50)
Beda
Después de
haber dicho antes: "Y todo el pueblo y los publicanos, que le oyeron,
justificaron a Dios, bautizados con el bautismo de Juan", el evangelista
establece con hechos lo que había expresado con palabras, esto es, que la
Sabiduría había sido justificada por los justos y los penitentes, diciendo:
"Y le rogaba un fariseo", etc.
San Gregorio Niceno hom. de muliere peccatrice
Esta
relación encierra un sentido útil: la mayor parte de ellos se creían justos,
hinchados con la ilusión de sus vanos sentimientos. Antes que llegue el juicio
verdadero se separan a sí mismos, como se separarán los corderos de los
cabritos, y rehusan tomar su alimento con la muchedumbre, abominando a todos
aquellos que no van a los extremos, sino que ocupan el medio en el camino de la
vida. San Lucas, que era más médico de las almas que de los cuerpos, nos
muestra al mismo Dios y nuestro Salvador, visitando con bondad a los otros. Por
lo que sigue: "Y habiendo entrado en la casa de un fariseo, se sentó a la
mesa", no para tomar algo de sus vicios, sino para hacerlo partícipe de su
propia justicia.
San Cirilo
Sin embargo,
una mujer de vida deshonesta, manifestando un fiel afecto, viene a Cristo para
que la libre de toda culpa y le conceda el perdón de todos los pecados
cometidos. Prosigue, pues: "Y una mujer pecadora que había en la ciudad,
cuando supo que estaba a la mesa, llevó un vaso de alabastro, lleno de
ungüento", etc.
Beda
El alabastro
es una especie de mármol blanco manchado de varios colores y que suele
destinarse a contener perfumes, porque, según se cree, los conserva
incorruptos.
San Gregorio, in Evang. hom. 33
Como esta
mujer conocía las manchas de su mala vida, corrió a lavarlas a la fuente de la
misericordia, sin avergonzarse de que estaban presentes los invitados. Como se
avergonzaba mucho interiormente no estimó en nada el rubor exterior. Ved cuánto
es un dolor cuando no se avergüenza de llorar en medio de las alegrías del
convite.
San Gregorio Niceno
Dando a
conocer cuánta era su indignidad, estaba por la espalda, ocultándose de las
luces y abrazando los pies, que cubría con sus cabellos y regaba a la vez con
sus lágrimas, manifestando así la tristeza de su alma e implorando el perdón.
Por esto sigue: "Y postrándose a sus pies detrás de El, comenzó a regarle
con lágrimas los pies", etc.
San Gregorio
Con los ojos
había apetecido las cosas de la tierra, pero ahora lloraba con los mismos en
señal de penitencia. Con sus cabellos que antes había adornado para engalanar
su rostro, ahora enjugaba las lágrimas. Por lo que sigue: "Y los enjugaba
con los cabellos de su cabeza". Con la boca había hablado palabras de
vanidad, pero ahora, besando los pies del Señor, consagra sus labios a besar
sus plantas. Por esto sigue: "Y le besaba los pies". Había usado los
perfumes para dar buen olor a su cuerpo, pero esto, que hasta aquí había
empleado en la inmodestia, lo ofrecía ahora al Señor de una manera laudable.
Por lo que sigue: "Y los ungía con el ungüento". Todo lo que había
tenido para su propia complacencia ahora lo ofrece en holocausto. Todos sus
crímenes los convirtió en otras tantas virtudes, para consagrarse
exclusivamente al Señor por medio de la penitencia, tanto como se había
separado de El por la culpa.
Crisóstomo in Mat. hom. 6
Así sucedió
que esta mujer pecadora se hizo más honesta que las vírgenes, después que se
consagró a la penitencia y se dedicó a amar a Dios. Y todo esto que se ha
dicho, se hacía exteriormente, pero lo que revolvía su intención, y que sólo
Dios veía, era mucho más ferviente.
San Gregorio
Cuando el
fariseo vio a esta mujer, la despreció. Y no sólo vituperó a aquella mujer
pecadora que había venido, sino también al mismo Jesucristo que la recibía. Por
lo que sigue: "Y cuando esto vio el fariseo, que le había convidado, dijo entre
sí: Si este hombre fuera profeta, bien sabría quién y cuál es la mujer que le
toca". He ahí a ese fariseo, verdaderamente soberbio en sí mismo y
falsamente justo, que reprende a la enferma de su enfermedad, y al médico por
el socorro. Si esta mujer hubiera venido a los pies del fariseo, la hubiera
rechazado con desprecio porque se habría creído manchado con los pecados
ajenos, puesto que él no estaba lleno de la verdadera justicia. Así, algunos
sacerdotes, porque ejecutan exteriormente algunos actos de justicia, desprecian
a sus subordinados y desdeñan a los pecadores de la plebe. Es necesario, pues,
que cuando tratemos con los pecadores, nos compadezcamos antes de su triste
situación. Porque también nosotros, o habremos caído en los mismos pecados, o podremos
caer. Conviene distinguir con cuidado entre los vicios, que debemos aborrecer,
y las personas, de quienes debemos compadecernos. Porque si debe ser castigado
el pecador, el prójimo debe ser alimentado. Mas cuando ya él mismo ha castigado
por medio de la penitencia lo malo que ha hecho, deja de ser pecador nuestro
prójimo, porque éste castiga en sí lo que la justicia divina reprende. El
Médico se encontraba entre dos enfermos: uno tenía la fiebre de los sentidos y
el otro había perdido el sentido de la razón. Aquella mujer lloraba lo que
había hecho. Pero el fariseo, enorgullecido por la falsa justicia, exageraba la
fuerza de su salud.
Tito Bostrense
El Señor, no
oyendo las palabras de este último, sino conociendo sus pensamientos, se da a
conocer como Señor de los profetas. De donde prosigue: "Y Jesús le
respondió diciendo: Simón, te quiero decir una cosa".
Glosa
Y como dijo
esto en contestación a los pensamientos que tenían, el fariseo se mostró muy
atento a las palabras del Señor, por lo que sigue: "Y él respondió:
Maestro di".
San Gregorio
Le presenta una parábola de dos que tenían deudas, uno de los cuales debía menos y otro más. De donde prosigue: "Un acreedor tenía dos deudores", etc.
Tito Bostrense
Como
diciendo: Ni tú tampoco estás libre de deudas. Por lo tanto, si tú debes
también, aun cuando sea poco, no te ensoberbezcas, porque tú también necesitas
perdón. Hablando del perdón, añade: "Mas como no tuvieran de dónde
pagarle, se los perdonó a entrambos".
Glosa
Ninguno
puede decir respecto de sí mismo que carece de la deuda del pecado si no
consigue el perdón por la gracia divina.
San Gregorio in Evang. hom. 33
Habiendo
perdonado la deuda a uno y a otro, es interrogado el fariseo respecto de que
cuál de los dos deudores debe estar más agradecido al que les ha perdonado la
deuda. Sigue, pues: "¿Cuál de los dos le ama más?". A cuyas palabras
el fariseo respondió inmediatamente, diciendo: "Pienso que aquel a quien
más perdonó". En lo cual debe advertirse que, mientras el fariseo se condena
por sus propias palabras, lleva como frenético la cuerda con que ha de ser
atado. Por lo que sigue: "Y Jesús le dijo: Rectamente has juzgado".
Se le cuentan las buenas acciones de la mujer pecadora y las malas del que se
considera justo sin fundamento. Por lo que prosigue: "Y volviéndose hacia
la mujer, dijo a Simeón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, no me diste agua
para los pies; mas ésta, con sus lágrimas, ha regado mis pies".
San Ambrosio
Como
diciendo: Es fácil el uso de las aguas, pero no lo es la efusión de las
lágrimas. Tú no has empleado lo que es fácil y ésta ha derramado lo que es
difícil. Lavando con lágrimas los pies, ha purificado sus propias manchas. Los
ha enjugado con sus cabellos, para recibir el premio de sus aflicciones por
medio de ellos. Y como con ellos también ha contribuido a los pecados de su
juventud, ahora los emplea en su santificación.
Crisóstomo in Mat hom. 6
Así como
después de un crudo invierno, aparece la calma de la primavera, así después de
la efusión de lágrimas, aparece la tranquilidad y termina la tristeza que
ocasionan las culpas. Y así como por medio del agua y del espíritu nos
purificamos, así también por medio de las lágrimas y de la confesión. Por esto
sigue: "Por lo cual le dijo: que perdonados le son muchos pecados, porque
amó mucho". Los que con violencia obraron el mal, también con el mismo
fervor se dedican a obrar bien cuando conocen lo mucho que deben.
San Gregorio ut sup
Tanto más se
destruye la malicia del pecado cuanto más se abrasa el corazón del pecador en
el fuego de la caridad.
Tito Bostrense
Sucede
muchas veces que el que ha pecado mucho se purifica por medio de la confesión.
Pero el que peca poco, y confiesa por arrogancia, no busca en la confesión el
remedio oportuno. De aquí sigue: "Mas al que menos se perdona, menos
ama".
Crisóstomo in Mat hom. 38
Necesitamos
que nuestra alma sea fervorosa, porque no hay impedimento alguno para que el
hombre se engrandezca. Ninguno de los que pecan mucho desespere ni tampoco se duerma
el que practique la virtud. Este no debe confiar porque muchas veces le
precederá una prostituta, ni tampoco desconfíe aquél, porque es posible que
aventaje aun a los más santos. Por esto se añade: "Dijo a ella: Perdonados
te son tus pecados".
San Gregorio
He aquí cómo
la que vino enferma al Médico se ha curado, pero a causa de su salud, todavía
enferman otros. Porque sigue: "Y los que concurrían allí, comenzaron a
decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?". Pero el
Médico celestial no se fija en aquellos enfermos a quienes ve hacerse peores
con su medicamento, sino que confirma por una sentencia de misericordia a
aquella que había sanado. Por esto sigue: "Y dijo a la mujer: Tu fe te ha
hecho salva". Ella no había dudado de poder recibir lo que pedía.
Teofilacto
Después que
le hubo perdonado sus pecados, no se detuvo en el perdón, sino que añadió un
beneficio. Por lo que sigue: "Vete en paz" (esto es, en justicia),
porque la justicia es la paz del hombre con Dios, así como el pecado es la
enemistad entre Dios y el hombre. Como diciendo: Haz todo lo que pueda conducir
a la amistad de Dios.
San Ambrosio
Acerca de
este pasaje hay muchos que tienen cierto escrúpulo, si los evangelistas están o
no en contradicción.
Griego
Cuando los
cuatro evangelistas dicen que Jesucristo fue ungido con un ungüento por una
mujer, parece, por la cualidad de las personas, por el modo de obrar y por la
diferencia de tiempo, que son tres mujeres diferentes. Así San Juan refiere de
María, hermana de Lázaro, que seis días antes de la Pascua, ungió los pies de
Jesús en su propia casa. San Mateo, después que el Señor ha dicho: "Sabéis
que después de dos días se celebrará la Pascua" ( Mt 26,2), añade que en
Betania, en la casa de Simón el leproso, había derramado una mujer sobre la
cabeza del Señor un ungüento y no que había ungido sus pies como María. San
Marcos dice lo mismo que San Mateo. En fin, San Lucas refiere esto en medio de
su Evangelio y no cerca de la Pascua. San Juan Crisóstomo asegura que fueron
dos estas mujeres: una como refiere San Juan y otra según lo que refieren los
demás evangelistas.
San Ambrosio
San Mateo
cita a esta mujer derramando perfumes sobre la cabeza del Señor. Por eso no
quiso decir pecadora, porque la pecadora, como dice San Lucas, los derramó
sobre sus pies. Puede también no ser la misma y entonces no aparece
contradicción entre lo que dicen los evangelistas. Para resolver esta cuestión
de la diferencia de mérito y de tiempo, se puede decir que aquélla era todavía
pecadora y que ésta era ya más perfecta.
San Agustín, De cons. Evang., lib. 2. cap. 39
Yo creo que
debe entenderse que fue la misma María la que hizo esto dos veces. Una vez,
como dice San Lucas, cuando se acercó primeramente con humildad y lágrimas, mereciendo
el perdón de sus pecados. De aquí, San Juan, cuando empezó a hablar de la
resurrección de Lázaro, antes que Jesús viniese a Betania, dijo: "Y María
era la que había ungido al Señor con un ungüento y la que había enjugado los
pies de Jesús con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo" ( Jn
11,2). María ya había hecho esto y lo volvió a hacer en Betania, y aunque San
Lucas no lo dice, sí lo refieren los otros evangelistas.
San Gregorio, homil. 33, in Evang
En sentido
místico, el fariseo, que presume de su falsa justicia, representa al pueblo
judío; y la mujer pecadora, que viene llorando a los pies del Señor, representa
a la gentilidad convertida.
San Ambrosio in Lucam 1, 3
O leproso es
el príncipe de este mundo, y la casa de Simón el leproso es la tierra. Luego el
Señor bajó de lo alto a la tierra, porque esta mujer -que figura el alma o la
Iglesia- no podía ser sanada. Si Cristo no hubiese venido a la tierra. Con
razón toma la especie de pecadora, puesto que Cristo había tomado la forma del
pecador. Por eso, si se supone un alma fiel que se acerca a su Dios exenta de
pecados vergonzosos y obscenos, observando piadosamente la palabra de Dios, con
la confianza de una castidad inmaculada, se elevará hasta la cabeza de Cristo,
y la Cabeza de Cristo es Dios ( 1Cor 11). Mas el que no esté a la cabeza de
Cristo, que esté a los pies. El pecador a los pies, el justo a la cabeza. Pues
toda alma, incluso la que pecó, tiene ungüento.
San Gregorio, hom. 33, in Evang
¿Qué otra
cosa significa el ungüento, sino el olor de la buena opinión? Si hacemos buenas
obras con las que perfumemos la Iglesia de buena fama, ¿qué otra cosa hacemos
que derramar ungüento precioso sobre el cuerpo del Señor? La mujer aquella
estuvo junto a los pies. Nosotros estuvimos contra los pies del Señor, cuando,
viviendo en pecado, dilatábamos entrar en sus caminos. Pero si después de
nuestros pecados nos convertimos a una verdadera penitencia, entonces estamos
detrás de El y junto a sus pies, porque seguimos sus huellas, de las que antes
nos apartábamos.
San Ambrosio
Haz tú
también penitencia después de tus pecados, acude siempre doquiera que oigas el
nombre de Jesús. En cualquier casa donde sepas que entra, date prisa a entrar.
Cuando hallares la sabiduría, cuando hallares la justicia sentada en alguna
casa, corre a sus pies, esto es, busca el primer grado de la sabiduría y
confiesa tus pecados con lágrimas. ¿Y acaso Cristo no lavó sus pies para que
nosotros se los lavemos con nuestras lágrimas? ¡Dichosas lágrimas, que no sólo
pueden lavar nuestras culpas, sino que también pueden regar los caminos por
donde viene a nosotros la gracia del Señor! Las lágrimas derramadas con buena
intención no sólo producen el perdón de los pecados, sino también la fortaleza
de los justos.
San Gregorio
Regamos con
nuestras lágrimas los pies del Señor, cuando nos inclinamos a tener compasión
de los siervos más humildes de Dios. Y secamos sus pies con nuestros cabellos,
cuando nos compadecemos de sus santos (con quienes estamos unidos por medio de
la caridad), con todas aquellas cosas que nos sobran.
San Ambrosio
Extiende
también tus cabellos, arroja delante de El todas tus vanidades corporales, que
preciosos son los cabellos que pueden ungir los pies de Jesucristo.
San Gregorio
Aquella
mujer besaba los pies que había enjugado, lo cual hacemos nosotros también si
con celo amamos a los que hemos socorrido con largueza. También puede
entenderse por los pies el mismo misterio de la encarnación. Así besamos los
pies de nuestro Redentor cuando amamos con todo nuestro corazón el misterio de
su encarnación. Ungimos sus pies con el ungüento cuando anunciamos el gran
poder de su humanidad con la buena fama de la palabra santa. Sin embargo, el
fariseo veía esto con envidia, porque cuando el pueblo judío vio que Jesucristo
predicaba a los gentiles, se enfureció por su propia malicia. Por eso es
reprendido el fariseo, para hacernos ver en él a aquel pueblo pérfido. Porque
aquel pueblo infiel no dio nunca al Señor ni aun lo que estaba fuera de él,
mientras que la gentilidad convertida, no sólo dio por El sus bienes, sino que
también derramó su sangre. Por esto dijo al fariseo: "No me has dado agua
para los pies; mas ésta con sus lágrimas los ha regado". El agua está
fuera de nosotros, pero el humor de las lágrimas dentro de nosotros. Aquel
pueblo infiel no dio el ósculo al Señor, porque no quiso amar por caridad a
quien había servido por temor (y el ósculo es una señal de amor). Una vez
llamada la gentilidad, ésta no cesa de besar los pies del Señor, porque constantemente
suspira en su amor.
San Ambrosio
Y no es
pequeño este mérito, del cual se dice: "Desde que ha entrado no ha cesado
de besarme los pies", para que ella no sepa hablar ya sino de la
sabiduría, ni amar sino la justicia, ni libar sino la castidad, ni besar sino
la pureza.
San Gregorio, hom. 33, in Evang
Pero dice al
fariseo: "No ungiste mi cabeza con el óleo". Es decir, el pueblo
judío no celebró con dignas alabanzas ni el mismo poder de la divinidad en el
cual prometiera creer. "Mas ésta con ungüento ha ungido mis pies",
porque cuando la gentilidad ha creído en el misterio de la encarnación, le ha
predicado con suma alegría.
San Ambrosio
Bienaventurado aquel que puede ungir los pies de Cristo con óleo. Pero todavía es más bienaventurado el que los unge con ungüento, pues así esparce la esencia de muchas flores reunidas en uno solo. Y probablemente, este ungüento no pudiese ser ofrecido sino sólo por la Iglesia, la cual tiene tiene innumerables flores de diverso olor, y por esto nadie puede amar tanto como aquella que ama por medio de sus hijos. En la casa del fariseo, esto es, en la casa de la ley y de los profetas, no es el fariseo quien se justifica, sino la Iglesia, porque el fariseo no creyó, y ésta creía. La ley no tiene el sacramento para purificar las cosas que están ocultas. Por eso lo que es considerado poco en la ley es consumado en el Evangelio. Los dos deudores son los dos pueblos, obligados al Acreedor del tesoro celestial. No es que debamos precisamente dinero a este acreedor, sino el oro de nuestros méritos y la plata de nuestras virtudes, cuyo valor resulta de la gravedad de su peso, del brillo de la justicia y del sonido de la confesión. No es de poco valor esta moneda, en la cual está grabada la imagen del Rey. ¡Ay de mí, si no tuviere todo lo que he recibido! O, como es muy difícil que uno pueda pagar toda esa deuda al Acreedor, ¡ay de mí, si no le suplico que me perdone la deuda! Pero ¿quién es este pueblo que debe más, sino nosotros, a quienes se ha concedido más? A aquéllos se les dieron los oráculos de Dios, a nosotros se nos dio Emmanuel, nacido de una Virgen (esto es, Dios con nosotros), la cruz del Señor, su muerte y su resurrección. Es, pues, indudable que más debe quien más ha recibido. Según los hombres, ofende más el que debe más. Pero se muda la causa por la misericordia del Señor, de suerte que ame más quien más debió, si llega a conseguir la gracia. Y por eso no habiendo nada que podamos ofrecer dignamente a Dios, ¡ay de nosotros si no lo amamos! Devolvamos, pues, amor por deuda, pues ama más aquel a quien más se ha dado.