sábado, 18 de abril de 2020

ALELUYA ES NUESTRO CANTO. Homilía


 ALELUYA ES NUESTRO CANTO. Homilía
Vigilia Pascual  2020
Queridos hermanos.
¡El Señor ha resucitado, aleluya, aleluya!
Desde la dominica de septuagésima la iglesia había expulsado de sus ritos y oficios la palabra hebrea “Aleluya”. Palabra que es una invitación a dar gloria a Dios y rendirle el cántico de nuestra. Aleluya significa «alabad, cantad, entonad himnos al Señor».  Aleluya es casi actuado como grito de alegría y de júbilo. Es curiosa una tradición arraigada en algunos lugares donde el sábado antes del Domingo de Septuagésima se realiza un “entierro” con todo su ritual exequial del aleluya.
Y hoy, en esta noche santa, ha vuelto a resonar en nuestras iglesias el aleluya. Lo hemos repetido tres veces para hacerlo un cántico infinito. Cántico del aleluya que estará muy presente toda la cincuentena pascual y que se prolongará a lo largo de todo el año en la celebración de la  los misterios de nuestra.
Aleluya es nuestro canto: porque Jesucristo nuestro Señor ha resucitado, ha triunfado de la muerte y del sepulcro, ha tomado la vida que se le había quitado y ha glorificado su cuerpo uniéndolo nuevamente a su alma inmortal. Aquel que es omnipotente porque es Dios, que creó todas las cosas de la nada, que realizó milagros, resucitó su propio cuerpo glorificando y dotándolo de esa nueva realidad que es la vida del cielo. Un cuerpo glorioso no limitado ya a las leyes físicas de nuestra naturaleza, pero un cuerpo real y vivo como experimentará el apóstol Tomás tocando las llagas gloriosas del resucitado.
Aleluya es nuestro canto: porque aquel que murió por nosotros en la cruz, ha vencido al poder de las tinieblas y de la corrupción. De la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo brota una luz, pues él es la luz que ilumina al mundo, que irradia nuestra realidad y nuestra existencia. La muerte no tiene la última palabra, la sepultura no es nuestro destino, no estamos destinados a ser polvo. En él, el Hijo de Dios que asumió nuestra naturaleza, hemos sido salvados y redimidos. Por la victoria de su resurrección, por la gracia del Bautismo que esta noche hemos renovado, somos miembros de su Cuerpo y destinados a la resurrección.
Aleluya es nuestro canto: porque venció el Hijo de Dios, tres veces santo, sobre el pecado. Sí, la muerte de Cristo, el sacrificio del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, se hace efectivo por su resurrección. Sin ella, su muerte, como toda su existencia terrena, no habría servido, no nos hubiese liberado de la esclavitud eterna del pecado y de la muerte. En su resurrección también vencemos nosotros. Vencemos al pecado, porque él ha pagado por nosotros nuestra culpa, y se convierte en fuente de misericordia y perdón para los que arrepentidos de sus pecados, piden perdón y reciben los sacramentos. Vencemos a la muerte, no porque no veamos libres de ella, sino porque vivimos de la esperanza en el Hijo de Dios que nos resucitará. Con el Apóstol, también nosotros podemos decir: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
Aleluya es nuestro canto: porque hoy es la victoria de Dios. Y esta es la certeza que como creyentes, como católicos hemos de renovar cada día. No nos encontramos en medio de nuestra realidad en un combate, en una guerra; no contra los poderes de este mundo, sino contra aquel que puede quitarnos la vida del cuerpo y del alma…. Pero hay una certeza fruto de la resurrección: la victoria es de nuestro Dios –como canta el Apocalipsis. No nos dejemos influenciar por teorías gnósticas y orientales del Bien y el Mal como dos fuerzas iguales… ¡No! ¡La victoria es de nuestro Dios! ¡Él ha resucitado! Y ahí, en él está nuestra fuerza, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad.
Hoy y cada día de nuestra vida, en medio de las adversidades y de la problemática de nuestra existencia, el cristiano como san Pablo se yergue apoyado en Jesucristo resucitado y con tono desafiante puede enfrentarse a la muerte, al pecado, a la enfermedad, a los problemas:
 ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?  (…)
Nosotros entonamos nuestro aleluya, cantamos nuestro cántico porque gracias han de ser dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. (cfr.  1 Corintios 15, 55)
Aleluya es nuestro canto y lo podemos entonar en medio de esta situación que estamos viviendo de la pandemia que asola al mundo entero. ¿Podemos cantar victoria, podemos cantar aleluya?
Sí, podemos cantarla.
Pero no la cantemos pensando que somos nosotros los que venceremos. No cantemos pensando que son nuestros medios, nuestra inteligencia, nuestras técnicas, nuestras políticas y nuestras estrategias quien nos librará de la enfermedad y de la muerte. El coronavirus se pasará si Dios quiere, pero cada día en expresión paulina “estamos expuestos a la muerte, somos corderos preparados para ir al matadero”.  Esta situación nos asusta y angustia, es compresible, pero mientras vivimos estamos expuestos a la muerte de una forma o de otra.  
¿Cómo entonces podremos cantar nuestro cántico? ¿Cómo entonces podemos cantar aleluya? Podremos cantar victoria, podremos cantar aleluya; si  acogemos a Cristo, si  creemos en su poder, en su resurrección.  
En esta noche hay un mensaje para nosotros y para nuestro mundo de hoy. Es lo mismo que san Pedro dijo a los judíos que lo apresaron después de la curación de aquel tullido que pedía limosna en el templo:  —«Jefes del pueblo y ancianos:  (…) Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos».
Se oye en la TV, en las redes sociales: “Después de esto, todo será distinto.” Sí, todo puede ser distinto, todo puede cambiar, podemos hacer un mundo más justo, más fraterno,  podremos construir sociedades con valores fuertes, podremos experimentar como toda la creación se renueva, pero sólo si acogemos a Aquel que es la piedra angular que el mundo moderno ha despreciado, sólo si cada uno de nosotros creemos en el único que nos puede salvar: Jesucristo resucitado.  Todo puede cambiar si instauramos todo en Cristo.
Feliz Pascua de Resurrección. Cantemos aleluya, porque es nuestro cántico. Amén.