domingo, 6 de diciembre de 2020

ES PRECISO PASAR POR MEDIO DE MUCHAS TRIBULACIONES PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS. San Alfonso María de Ligorio

 

COMENTARIO AL EVANGELIO

II DOMINGO DE ADVIENTO

San Alfonso María de Ligorio 

SOBRE LA UTILIDAD DE LAS TRIBULACIONES

Joanes auten cum audisset in vinculis opera Christi, etc.

Juan habiendo en la prisión oído las obras de Cristo, etc.

(Matth; XI, 2)

«Dios enriquece en el tiempo de la tribulación a las almas que ama con mayores gracias. Ved a San Juan, que entre las cadenas y estrecheces de la cárcel, conoce las obras maravillosas que hacía Jesucristo: Cum audisset Joannes in vinculis opera Christi. Grande e inapreciable es la utilidad que nos resulta de las tribulaciones. Y el Señor nos las envía, no porque quiera nuestro mal, sino porque anhela nuestro bien; y por lo mismo, debemos recibirlas cuando las envía, y darle también rendidas gracias, no solamente resignándonos a cumplir su divina voluntad, sino alegrándonos de que nos trate como trató a su divino hijo Jesús, cuya vida sobre la tierra fue un tejido de penas y de dolores. Procuraré haceros ver en mi breve discurso:»

 

Cuán útiles son las tribulaciones: Punto 1

Como debemos portarnos en ellas: Punto 2

Punto 1

CÚAN ÚTILES NOS SON LAS TRIBULACIONES

1. El que no ha sido tentado, ¿que es lo que puede saber? El que tiene mucha experiencia, será reflexivo; y el que ha aprendido mucho, discurrirá con prudencia: Qui non est tentatus, quid scit? Vir in multis expertus, cogitabit multa, et qui multa didicit, enarabit multa. (Eccl. XXXIV, 9). El que siempre ha vivido en la prosperidad y no tiene experiencia de la adversidad, no sabe nada acerca del estado de su alma. El primer buen efecto de la tribulación es, abrirnos lo ojos que la prosperidad nos tiene cerrados. Ciego estaba San Pablo cuando se le apareció Jesucristo, y entonces conoció los errores en que vivía. Recurrió a Dios el rey Manasés, estando preso en Babilonia, y conocío sus pecados e hizo penitencia de ellos: Postquam coangustiatus est, oravit Dominum… et egit pænitentiam valde coram Deo. (II. Paral. XXIII, 12). Cuando el hijo pródigo se vió reducido a guardar cerdos y angustiado del hambre, dijo: Surgam et ibo ad patrem meum. (Luc XV)Iré y me echaré a los pies de mi padre. ¿Cuándo arieron los ojos para ver y detestar sus culpas San Pablo, Manasés y el hijo pródigo? Habéis visto que en la tribulación. Mientras vivieron en la prosperidad, solamente pensaban en el mundo y los vicios.

El segundo buen efecto de la tribulación es, separarnos del apego que tenemos a las cosas de la tierra. Cuando la madre quiere destetar a su hijo de pechos, pone hiel en el pezón, para que el niño le aborrezca y se acostumbre a comer. Lo mismo hace Dios con nosotros para apartarnos de las cosas terrenas, para que hallándolas nosotros amargas, las aborrezcamos, y amemos los bienes celestiales. San Agustín dice: Dios hace amargas las cosas terrenas, para que busquemos otra felicidad cuya dulzura no nos engañe. (Serm. 29 de verb. Dom).

El tercero consiste, en que aquellos que viven en la prosperidad son estimulados de la soberbia, de la vanagloria, del orgullo, del deseo inmoderado de adquirir riquezas, honores y placeres. De todas estas tentaciones nos libran las tribulaciones, y nos hacen ser humildes, y contentarnos con el estado y condición en que Dios nos ha colocado. Por esto escribía el Apóstol: A Domino corripimur, ut non cum hoc mundo damnemur. (I. Cor. XI, 32). El Señor nos castiga con tribulaciones para que no seamos condenados juntamente con este mundo.

2. El cuarto buen efecto de la tribulación es, satisfacer por los pecados cometidos, mucho mejor que las penitencias que nosotros nos imponemos voluntariamente. San Agustín dice: Intellige medicum esse Deum et tribulationem medicamentum esse ad salutem. Sepas que Dios es el médico que da salud, y la medicina que para esto aplica, es la tribulación. ¡Oh que remedio tan eficaz es la tribulación para curarnos las llagas y heridas que nos abrieron los pecados! Por esta razón reprende el Santo a los pecadores que se quejan a Dios cuando los atribula: Unde plangis? quot pateris medicina est, non pæna. ¿Porqué te quejas? La tribulación que sufres una medicina no un castigo. (S. Aug. in Ps. 55). Job llama dichoso al hombre a quien el mismo Dios corrige, con sus manos: Beatus homo, qui corripitur  Deo, quia ipse vulnerat et medetur, perculit et manus ejus sanabunt. (Job. v, 17 et 18). Por esto se gloriaba San Pablo: Gloriamur in tribulationibus (Rom. v, 3)

3. El quinto efecto es, que las tribulaciones hacen que nos acordemos de Dios, y nos precisan a recurrir a su misericordia, viendo que solamente El es que puede aliviárnoslas, ayudándonos a sufrirlas: In tribulatione sua mane consurgent at me. (Oseas VI, 1). Por eso dice el Señor, hablando a  los atribulados: Venite ad me omnes qui laboratis et onerati estis, et ego reficiam vos. (Matth. XI, 28). Y por esto se hace llamar: Adjutor in tribulationibus; el ayudador en las tribulaciones, como dice David. El mismo real profeta, refiriéndose a los mismos castigos que Dios enviaba a su pueblo para que se convirtiese, añade: Cum occideret eos, quœrebant eum, et revertebantur ad eum. (Ps. 77, 34). Cuando el Señor hacía en ellos mortandad, entonces recurrían a Él, y acudían solícitos a buscarle.

4. El sexto es, que nos hacen contraer grandes méritos ante Dios, dándonos ocasión de ejercitar las virtudes que más ama, como son: la humildad, la paciencia, y la conformidad con la voluntad divina. El venerable Juan de Ávila decía, que vale más en la adversidad  “un bendito sea Dios, que mil acciones de gracias en la prosperidad”. San Ambrosio (in Luc. cap. 4), dice: Tolle martyrum certamina, tulisti coronam. Despoja a los mártires de sus tribulaciones, y los despojarás de la corona del martirio. ¡Que tesoro de los méritos consigue el cristiano sufriendo con paciencia los desprecios, la pobreza y las enfermedades! Los desprecios que se reciben de los hombres son los verdaderos deseos de los santos que anhelan ser despreciados por el amor de Jesucristo, para hacerse semejantes a Él.

5. Además; ¡cuánto ganamos sufriendo las incomodidades de la pobreza! “Tú eres mi Dios, y todas mis cosas”, decía San Francisco de Asís: y diciendo esto se tenía por más rico que todos los grandes de la tierra. Demasiado cierto es lo que decía Santa Teresa: “Cuanto menos tengamos en este mundo, más gozaremos en el otro. ¡Dichoso el que pueda decir: Jesús mío, tú sólo me bastas” Si te crees infeliz porque eres pobre, dice San Juan Crisóstomo, realmente eres infeliz y digno de compasión; no porque eres pobre, sino porque siéndolo, no abrazas tu pobreza y te tienes por desdichado. (S. Joan Chrysost. Serm. II. Epist. ad Philip).

6. También es alcanzar de antemano una gran parte de la corona que nos está preparada en el Cielo, sufrir con paciencia los dolores y las enfermedades. Si se queja un enfermo de que por estar así no puede hacer nada, se equivoca; porque lo puede hacer todo, ofreciendo a Dios con paz y resignación cuanto padezca e su enfermedad. El Crisóstomo escribe: que la Cruz de Jesucristo es la llave del ParaísoCrux Christi clavis est paradisi. (Homil. in Luc. de Virg.)

7. San Francisco de Sales decía, que la ciencia de los santos es, sufrir constantemente por Jesucristo para llegar presto a ser bienaventurados. Con los padecimientos prueba Dios a sus siervos  para hallarlos dignos de sí: Deus tentavit eos, invenit illos dignos se. (Sap. III, 5). El Apóstol dice: que Dios castiga al que ama, y prueba con adversidades a los que recibe por hijos suyos: Quem enim diigit Dominus castigat, flagellat autem omnem filium quem recipit (Hebr. XII, 6). Por este motivo Jesucristo dijo un día a Santa Teresa: sepas, que las almas que más ama mi Padre, son aquellas que  padecen mayores tribulaciones. Por esto decía Job, si hemos recibido los bienes de la mano del Señor ¿porqué  no recibiremos también los males? Si bona suscipimus de manu Dei, mala quare non suscipiamus? (Job. II, 10). Justo es, que el que recibió con alegría la vida, la salud, las riquezas temporales, recibía también las tribulaciones, las cuales nos son más útiles y provechosas que la prosperidad. San Gregorio dice, que así como crece la llama si el viento la agita, así se perfecciona el alma fortificada en la tribulación.

8. Las tribulaciones más temibles para un alma buena son las tentaciones con que el demonio nos incita a ofender a Dios: pero, quien las resiste y las sufre, implorando el auxilio divino, adquiere con ellas gran tesoro de méritos “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para que podáis sosteneros”. (I. Cor. X, 13)Bienaventurados los que lloran, dice el Señor, porque ellos serán consolados. Beati qui lugent, quoniam ipsi consolbuntur. (Matth. V, 5).

9. Es necesario, pues, dice San Juan Crisóstomo, sufrir las tribulaciones con resignación, porque así ganaremos mucho; empero, de otro modo, no disminuiremos nuestros males, sino que los acrecentaremos. Si no sufrimos con paciencia la tribulación no mejoraremos nuestro estado, y será mayor el peligro. No hay remedio; si queremos salvarnos, es preciso pasar por medio de muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Un siervo de Dios decía: que el Paraíso es el lugar de los pobres, de los humildes y de los afligidos. Tales han sido los mártires y los santos. Por esto dice San Pablo: “Os es necesaria la paciencia, para que haciendo la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Heb. X, 36). Hablando  San Cipriano de las tribulaciones de los santos dice: ¿Que es para los siervos de Dios el sufrir aflicciones en esta vida, cuando en recompensa les están prometidos los bienes eternos del Paraíso?

10. En suma, las tribulaciones con que Dios nos prueba, o nos corrige, no vienen para nuestra perdición, sino para nuestro provecho o nuestra enmienda (Judith. VIII, 27). Cuando se ve a un pecador atribulado en esta vida, señal es que Dios quiere tener misericordia de él en la otra. Al contrario, es desgraciado aquel que no es castigado por Dios en este mundo, porque es señal de que el Señor está desdeñoso con él y le tiene reservado para el eterno castigo.

11. El profeta Jeremías pregunta a Dios: ¿Quare via impiorum prosperatur? (Jerem. XII, 1) Señor, ¿por que motivo a los impíos todo les sale prósperamente en este mundo? Y el mismo Jeremías se responde diciendo Congrega eos quasi gremem ad victimam, et santifica eos in die occisionis. (Ib. V, 3). Así como en el día del sacrificio vienen reunidos los animales destinados a la muerte, así los impíos son destinados a la muerte eterna como víctimas de la ira divina.

12. Cuando nos veamos, pues, cercados de las tribulaciones que Dios nos envía, digamos con el santo Job: Peccavi, et vere deliqui, et ut eram dignus, non recipi. (Job. XXXIII, 27)Señor, mis pecados no han sido castigados según yo merecía. Así debemos orar a Dios con San Agustín: Señor, quema, despedaza y no perdones en este mundo para que me perdones en el otro, que es eterno. Terrible es el castigo de aquel pecador de quien dice el Señor: Téngase compasión del impío, y no aprenderá jamás la justicia. (Is. XXVI, 10). Dejemos de castigar al impío mientras vive sobre la tierra; así seguirá viviendo en el pecado y será castigado eternamente. Por lo que dice San Bernardo, considerando este pasaje: Señor, no quiero esta misericordia, porque es el castigo más terrible que hay. (S. Bern. Serm. 42, in Cant).

13. Por consiguiente, el que se ve afligido por Dios en esta vida, tiene una señal segura de que es amado por Él: Et quia acceptus eras Deo, dice el ángel a Tobías, necesse fui ut tentatio probaret te. (Tob. XII, 13). Por lo mismo que eres amado de Dios, fué necesario que la tribulación te probase. Por esto Santiago llama bienaventurado al que sufre con paciencia tribulaciones, porque después que haya sido probado, recibirá la corona de  vidaBeatusvir qui suffert tentationem, quoniam cum probatus fuerit, accipiet coronam vitæ. (Jbc. I, 12).

14. El que quiera ser glorificado con los santos, debe padecer en esta vida como los santos padecieron. Ninguno de ellos ha sido bien tratado ni querido del mundo, sino que todos fueron perseguidos. Por eso es demasiado cierto lo que escribió el mismo Apóstol: Ya se sabe que todos los que quieren vivir virtuosamente según Jesucristo, han de padecer persecución (II. Tim. III, 12). San Agustín dice que no ha comenzado todavía a ser cristiano el que no quiere la persecución. Cuando estamos atribulados, debe servirnos de consuelo, saber que entonces el Señor está cerca de nosotros, y nos acompañaJuxta est Dominus ils qui tribulatio sunt corde (Ps. XXXIII 10) Cum ipso sum in tribulatione. (Ps XC, 15).

 

Punto 2

COMO DEBEMOS PORTARNOS EN LAS TRIBULACIONES

15. El que se vea combatido de tribulaciones en este mundo necesita, ante todas cosas, dar de mano al pecado y procurar ponerse en gracia de Dios. De otro modo, todo lo que padezca estandoen pecado, será perdido para él. San Pablo decía: Aún cuando entregara mi cuerpo a las llamas, y padeciese los tormentos de los mártires, sin la gracia de nada me aprovecharía. (I. Cor. XIII, 3).

16. Al contrario; el que padece con Dios y por Dios con resignación, todos sus padecimientos se convierten en consuelo y alegría: Tristitia vertetur in gaudium. (Joann. XVI, 20). Y por esto los Apóstoles, después de haber sido injuriados y maltratados de los judíos, se retiraron de la presencia del concilio llenos de gozo, porque habían sido hallados dignos de sufrir por el nombre de Cristo. (Act. V. 41). Así cuando Dios nos envía alguna tribulación es menester que digamos con Jesucristo: El cáliz, que me ha dado mi Padre celestial, ¿he de dejar yo de beberlo? Porque además de que debemos recibir la tribulación, como venida de la mano de Dios, ¿cuál es el patrimonio del cristiano en este mundo sino los padecimientos y las persecuciones? Cristo murió en una Cruz; los Apóstoles sufrieron martirios crueles; ¿y nos llamaremos nosotros sus imitadores, cuando ni sabemos sufrir las tribulaciones con paciencia y resignación?

17. Cuando nos veamos muy atribulados y no sepamos que hacernos, debemos volvernos a Dios, que es el único que puede consolarnos. El rey de Josafat, hablando con el Señor, decía así:Cuando no sepamos lo que debemos hacer, no nos queda otro recurso que volver a Tí nuestros ojos (II. Paral. XX, 12). Esto hacía David cuando se veía atribulado: clamaba al Señor en su tribulación, y el Señor le atendía (Ps. CXIX, 1). Debemos recurrir a Él y suplicarle, sin dejar de hacerlo hasta que nos oiga. Conviene fijar los ojos en Dios y no apartarlos de Él, y seguir suplicándole hasta que tenga compasión de nosotros. Conviene que tengamos  gran confianza en el corazón de Jesucristo, que está lleno de misericordia, y no hacer lo que hacen algunos que se abaten si no los oyen al punto que han comenzado a suplicar. Para estos dijo el Señor a Pedro(Matth. XIV, 31) : Hombre de poca fe, ¿por qué has desconfiado? Cuando las gracias que deseamos obtener, son espirituales, y pueden contribuir al bien de nuestras almas, debemos estar seguros de que Dios nos oirá siempre que le supliquemos con tesón, y no perdamos la confianza. Es por consiguiente necesario, que en la tribulación no desconfiemos jamás de que la piedad divina nos ha de consolar: y debemos repetir con Job, mientras dura nuestra aflicción:Etiam si occiderit me, in ipso sperabo (Job. XIII, 15). Aunque el Señor me quitare la vida, en Él esperaré.

18. Las almas que tienen poca fe, en vez de recurrir a Dios en el tiempo de tribulación, recurren a los medios humanos, desdeñándose de acudir al Señor, y no pueden ver socorridas sus necesidades. Nisi Dominus aedificaverit domun, in vanum laboraverunt, qui edificant eam. (Ps. CXXVI, 1). Si el Señor no es el que edifica la casa, en vano se fatigan los arquitectos.

19. De este modo se lamenta el Señor, diciendo: Nunquid Dominus non est in Sion… ¿Quare ergo me ad iracundiam concitaverunt in sculpitibus suis? (Jerem. VIII, 19) Pues qué, no está ya el Señor en Sión?… ¿Porqué los hombre me provocan la ira volviéndome la espalda, y prosternándose ante los ídolos que han invocado, y en quienes colocan toda su esperanza? 

20. En otro lugar dice el Señor: ¿Nunquid solitudo factus sum. Israëli aut terra serotina! ¿Quare ergo dixit populus meus: Recessimus non veniemus, ultra ad te? (Jerem. II, 31, 32¿Porque motivo decís, hijos míos, que ya no queréis recurrir a mí? ¿Por ventura he sido para vosotros tierra sombría que no da fruto? Con estas palabras explica el gran deseo que tiene de que recurramos a Él, a buscar consuelo en las tribulaciones, para podernos dispensar sus gracias. Y al mismo tiempo nos hace saber, que cuando le suplicamos, no se hace mucho rogar, sino que está presto a socorrernos y consolarnos.

21. No duerme el Señor, -dice David-, cuando nosotros recurrimos a su bondad, y le pedimos algunas gracias útiles a nuestras almas, porque entonces nos oye cuidadoso de nuestro bien. Y San Bernardo dice, que cuando le pedimos gracias temporales, o nos dará lo que pedimos, u otra cosa mejor. O nos concederá la gracia perdida, siempre que nos sea provechosa para el alma, o alguna otra más útil, por ejemplo, la de acomodarnos con resignación a su santísima voluntad, y a sufrir con paciencia aquella tribulación, que nos aumenta los méritos para conseguir la vida eterna.

-Aquí se añade un propósito de penitencia y de conformidad en las tribulaciones, con la voluntad de Dios, y una súplica a Jesús y a María para que nos ayuden en ellas-.

 

EVANGELIO DEL DOMINGO: ID Y DECIDLE A JUAN LO QUE HABÉIS VISTO Y OIDO

II DOMINGO DE ADVIENTO
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo: Al oír Juan desde la cárcel las obras de Cristo, envió dos de sus discípulos a preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? Y, respondiendo Jesús, les dijo: Id y contad a Juan lo que habéis oído y visto. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el Evangelio a los pobres y bienaventurado el que no se escandalice en mí. Luego que se fueron éstos, comenzó Jesús a hablar de Juan al pueblo: ¿Qué sa­listeis a ver al desierto? ¿Una caña movida del viento? O ¿qué salisteis a ver, a un hombre vestido con ro­pas delicadas? Los que visten finos vestidos están en casas de reyes. ¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Ciertamente, y a uno más que profeta. El es de quien está escrito: He aquí que envío mi ángel ante tu faz, para que prepare tu camino ante ti.
Mt 11, 2-10
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Benedicto XVI ¿ERES TÚ, SEÑOR, EL QUE HAS DE VENIR?
 DISPONER VUESTROS CORAZONES. San Juan Bautista de la Salle

 

sábado, 5 de diciembre de 2020

EL ROSARIO DE HOY EN EL PRIMER SÁBADO DE MES EN REPARACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA CON SAN JUAN CALABRIA

 

Santo Rosario.

Por la señal... 

Monición inicial: Hoy, primer sábado de mes, ofrecemos este rosario en reparación al Corazón Inmaculado de María respondiendo así a su llamamiento en la ciudad de Pontevedra (ESPAÑA) por medio de Sor Lucía, vidente de Fátima: "Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación."

Con algunas enseñanzas de san Juan Calabria, sacerdote, que fundó la Congregación de Pobres Siervos y Siervas de la Divina Providencia para el ejercicio de la caridad y entregaba su alma a Dios, el 4 de diciembre de 1954.

Señor mío Jesucristo…

MISTERIOS GOZOSOS

1.- La encarnación del Hijo de Dios en las entrañas purísimas de la Virgen María.

“Permítanme que les diga, con todo mi corazón: amen, amen, amen a Nuestra Señora.”

OFREZCAMOS este misterio en reparación por las blasfemias y ultrajes que se comenten contra la Inmaculada Concepción de María.

2.-La Visitación de Nuestra Señora a su prima santa Isabel.

“Ir a los más pobres, a los más humildes, a los dolientes, a los más desafortunados, que son los más queridos y en los cuales Jesús quiere estar presente. Esta es nuestra característica: no a los grandes, sino a los más pequeños nos envía el Señor.”

OFREZCAMOS este misterio en reparación por las blasfemias y ultrajes que se comenten con la Virginidad perpetua de la Nuestra Señora.

3.-El nacimiento del Niño Dios en el portal de Belén

“Tengamos siempre delante de nuestros ojos el ejemplo de Jesús: El, que era el Hijo de Dios, no se recusó a ser un pobre operario.”

OFREZCAMOS este misterio en reparación por las blasfemias y ultrajes que se comenten contra la maternidad divina de María, rechazando al mismo tiempo recibirla como madre de los hombres.

4.-La purificación de Nuestra Señora y presentación del Niño Jesús en el templo

"Hermanos, oremos, oremos! La oración unida a una vida santa hace milagros y ahora mismo se precisa de milagros para que todo vuelva a su orden. Hermanos, esto es lo que nos corresponde, cosa grande, noble, divina: recen e inviten a otros que recen."

OFREZCAMOS este misterio en reparación por aquellos que infunden en los niños y en los jóvenes el desprecio hacia la Virgen Inmaculada.

5.- El niño Jesús perdido y hallado en el templo

“Volvamos a la práctica del Santo Evangelio, sin mutilaciones y sin interpretaciones arbitrarias, siempre buscando penetrar el significado de nuestro espíritu puro y genuino, para después, confrontarlo con nuestro juicios y nuestra vida.”

OFREZCAMOS este misterio en reparación por las profanaciones e ultrajes que se comenten contra las sagradas imágenes y representaciones de la Virgen María.

*** PARA RECIBIR LA PROMESA DE LOS CINCOS PRIMEROS SÁBADOS ES NECESARIO, DURANTE CINCO SÁBADOS SEGUIDOS: 1) Rezar el rosario y meditar en sus misterios y 2) Confesar y comulgar con esta intención.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

DIOS SALVARÁ A SIÓN. Salmo de san Francisco de Asís para recitar en el Adviento

DIOS SALVARÁ A SIÓN
Salmo de san Francisco de Asís para recitar en el Adviento
Te alabaré, Señor, santísimo Padre,
Rey del cielo y de la tierra,
porque me has consolado.
Tú eres Dios mi salvador;
actuaré con confianza y no temeré.
Mi fortaleza y mi alabanza es el Señor,
y se ha hecho salvación para mí.
Tu diestra, Señor, se ha engrandecido en fortaleza;
tu diestra, Señor, ha herido al enemigo,
y en la abundancia de tu gloria
derribaste a mis adversarios.
Véanlo los pobres y alégrense;
buscad a Dios, y vivirá vuestra alma.
Alábenlo los cielos y la tierra,
el mar y cuanto en ellos se mueve.
Porque Dios salvará a Sión
y se edificarán las ciudades de Judá.
Y habitaran allí, y la adquirirán en herencia.
Y la descendencia de sus siervos la poseerá
y los que aman su nombre habitarán en ella.

La Virginidad Del Corazón (83) Hora Santa Con San Pedro Julián Eymard


La Virginidad Del Corazón ... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

 

 

LA VIRGINIDAD DEL CORAZÓN

Sicut lilium inter spinas, sic amica mea inter filias

El alma a la que amo sobre las demás

debe ser como el lirio entre espinas

(Cant 2, 2)

El reinado del amor radica en la virginidad del corazón y es figura suya el lirio que se levanta como reina entre las flores del valle.

El amor es uno: dividido o compartido, es infiel. Las uniones genuinas consisten en el intercambio de los corazones. En el corazón es donde se verifica la unión, y para simbolizar la pureza de la misma la esposa se viste de blanco.

También nuestro Señor nos pide entrega absoluta de nuestro corazón, pues quiere reinar solo en él y no consiente que lo dividamos entre Él y las criaturas.

Es Dios de toda pureza; ama a las vírgenes por encima de todo y para ellas guarda sus favores y el cántico del cordero; su corte privilegiada la forman las vírgenes, que le siguen a dondequiera que va.

Jesús no se une más que a un corazón puro, y propio de esta unión es engendrar, conservar y perfeccionar la pureza, pues de suyo el amor produce, entre quienes se aman, identidad de vida y simpatía de afectos. El amor evita lo que desagrada y trata de agradar en todo, y como quiera que lo que más desagrada a Jesús es el pecado, el amor lo evita con horror, lo combate enérgicamente y muere contento antes que cometerlo.

Tal es la historia de todos los santos, de los mártires y de las vírgenes. Es sentimiento que ha de tener todo cristiano: todos debemos estar dispuestos a morir antes que ofender a Dios.

Nada tan delicado como la blancura de la azucena, cuyo brillo empaña el más insignificante polvo y el menor aliento. Otro tanto pasa con la pureza del amor. El amor es de suyo celoso.

El título que Dios prefiere a todos los demás es el mismo que a nosotros nos es más caro, o sea, Deus cordis mei, el Dios del corazón. ¡Ah!, el corazón es nuestro rey; él dirige la vida y es la llave de la posesión. Nada extraño, pues, que todas las tentaciones del mundo ataquen al corazón y tiendan a conquistarlo, porque ganado el corazón queda también ganado todo lo demás, por lo que la divina Sabiduría nos dice: “Hijo, guarda tu corazón con todas las precauciones imaginables, pues de él depende la vida: Omni custodia serva cor tuum quia ex ipso vita procedit” (Prov 4, 23).

No reina Jesús en un alma sino por la pureza del amor.

Pero hay dos clases de pureza en el amor de Jesucristo.

La primera es la pureza virginal, que brota como fruto natural del amor de Jesús. El alma, prendada de este amor, prevenida de este atractivo, quiere consagrar su corazón a su esposo y hacerle entrega de todo: ut sit sancta corpore et spiritu –tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu (1Co 7, 34). Es una azucena y Jesús se complace entre azucenas.

Reina en su espíritu sosegado y puro, donde la verdad sola resplandece.

Reina en el corazón, donde se encuentra como rey en su trono.

Reina en el cuerpo, cuyos miembros todos le están consagrados y ofrecidos como hostia viva, santa y de agradable olor: Ut exhibetis corpora vestra hostiam viventem, sanctam, Deo placentem (Ro 12, 1).

Esta pureza constituye la fuerza de un alma. El demonio tiembla ante una virgen, y por la Virgen fue vencido el mundo.

¿Hay muchos corazones que nunca han amado más que a Jesucristo?

Debiera haberlos, si se considera quién es Jesucristo. ¿Qué hombre o qué rey, hay que pueda comparársele? ¿Quién es mayor, más santo o más amante? No cabe duda de que la realeza de este mundo no vale la realeza virginal de Jesucristo.

Corazones enamorados de Jesús, los hubo muchos en los siglos de persecución, muchos también en los siglos de fe, y eso porque sabían apreciar en lo justo el honor de no entregarse y de no pertenecer sino al rey de los cielos. Los hay también muchos hoy, a pesar de la guerra que les hacen el mundo y la sangre; son como ángeles en medio del mundo y como mártires de su fidelidad, pues los combates que les libran el mundo y los parientes son terribles y pérfidos, y no hay flecha que no se les lance para arrancarles esa regia corona que de manos de su esposo Jesús recibieran.

Nuestro Señor recompensa esta fidelidad uniéndose con sus almas de modo cada vez más íntimo, y como es pureza por esencia, incesantemente las va purificando y las trueca en oro purísimo.

No hay premio que pueda compararse al que ellas tendrán en el cielo. “Vi, dice san Juan, el apóstol virgen, vi que el Cordero estaba sobre el monte Sión, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil personas que tenían escrito en sus frentes el nombre de Él y el nombre de su Padre... Y cantaban como un cantar nuevo ante el trono del Cordero, y nadie podía cantar aquel cántico fuera de las vírgenes. Por ser vírgenes y estar sin mancilla siguen al Cordero doquiera que vaya” (Ap 7, 10).

Para los que no tienen esa corona de la pureza virginal, resta la pureza de la penitencia. Es bella, noble y fuerte esa pureza reconquistada y guardada a fuerza de los más violentos combates y de los sacrificios más costosos a la naturaleza. Hace al alma vigorosa y dueña de sí misma. Es también un fruto del amor de Jesús.

El primer efecto del amor divino al tomar posesión de un corazón contrito es rehabilitarlo, purificarlo y ennoblecerlo; en suma, hacerlo honorable.

Luego el amor lo sostiene en los combates que le sea menester sostener contra sus antiguos señores, sus hábitos viciosos.

El amor penitente da un ejemplo magnífico: es una virtud pública por los combates que libra y por las cadenas que rompe.

Son sublimes sus victorias; su triunfo completo consiste en hacer al hombre modesto.

Compremos, por tanto, aun a costa de los mayores sacrificios, este oro aquilatado en el fuego de la pureza, para enriquecernos y revestirnos de la cándida vestidura, sin la que nadie entra en el cielo.

Esto es lo que san Juan advierte al obispo de Laodicea: Suadeo tibi emere a me aurum ignitum, probatum, ut locuples fias et vestimentis albis induaris –te aconsejo: cómprame oro purificado en el fuego para enriquecerte, vestidos blancos para revestirte (Ap 3, 18).

¿Quién subirá hasta el monte del Señor? El que es inocente en sus obras y tiene corazón puro.

Purificarnos, tal es la tarea más importante de la vida presente.

Nada manchado podrá entrar donde reina la santidad de Dios, y para verle y contemplar el resplandor de su gloria preciso es que el ojo de nuestro corazón esté completamente puro. Aun cuando no tuviéramos más que un átomo de polvo en nuestra túnica, no entraríamos en el cielo sin antes purificarlo en la sangre del cordero. Sobre ello ha empeñado el Salvador su palabra, que no puede dejar de cumplirse: “En verdad os digo que de toda palabra ociosa que dijeren, darán los hombres cuenta en el día del juicio” (Mt 12, 36).

Hay que purificarse sin cesar. Antes huir a un desierto y condenarse a una vida de sacrificios, antes abandonar todas las obras, por bellas y buenas que fuesen, que perder el tesoro de la pureza.

Todas las almas que pudiéramos salvar no valen lo que la salvación de nuestra propia alma. Aquello que Dios quiere antes que todo y por encima de todo, aquello sin lo cual todo lo demás para nada sirve, somos nosotros mismos.

¡Ah! Si no tenemos todas las virtudes heroicas y sublimes de los santos, seamos al menos puros, y si hemos tenido la desdicha de perder la inocencia bautismal, revistámonos de la inocencia laboriosa que nos comunica la penitencia.

No cabe vida de amor sin pureza.

Es la Navidad del Hijo de Dios la que nos salva. Homilía