MEDITACIÓN
PARA EL DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO
San Juan Bautista de la Salle
Que debéis disponer vuestros corazones y los de aquellos a quienes tenéis cargo de educar, para recibir a Jesucristo y sus santas máximas
El evangelio de este día nos refiere que, desde la prisión donde permanecía encarcelado por mandato de Herodes, envió san Juan Bautista dos de sus discípulos para preguntar a Jesucristo si era Él el Mesías (1).
Esto dio pie a Jesucristo para hacer el elogio de san Juan delante del pueblo, y para concluirlo afirmando que el Bautista era aquel de quien estaba escrito: Yo envío mi ángel delante de ti, el cual te preparará el camino o por donde debes andar (2).
Vosotros sois también, como san Juan, ángeles enviados de Dios para prepararle el camino y los medios de venir, y de entrar, tanto en vuestros corazones como en los de vuestros discípulos. Para lograrlo necesitáis dos cosas:
Primera, asemejaros a los ángeles en pureza interior y exterior: como los ángeles, tenéis que vivir enteramente desprendidos del cuerpo y de los placeres sensibles; de modo que, al parecer, no haya en vosotros más que alma, y sea sólo ella el fin de vuestra solicitud y el blanco de vuestras ocupaciones; puesto que habéis sido destinados por Dios a trabajar exclusivamente, como los santos ángeles, en lo que atañe a su servicio y al cuidado de las almas.
Es necesario [en segundo lugar*] con arreglo a lo dicho por san Pablo, que se destruya en vosotros el hombre exterior, para que el hombre interior se renueve de día en día (3) y, así, os asemejéis a los ángeles; de tal modo que, a su ejemplo y según expresión del mismo Apóstol no consideréis las cosas visibles, sino las invisibles; porque, añade, las visibles son temporales y pasan velozmente; mientras que las invisibles, por ser eternas, constituirán para siempre el objeto de nuestro amor (4).
Jesucristo encomia de modo extraordinario a san Juan en el evangelio de este día; dice de él que moraba en el desierto, que no era caña que el viento agita; o sea, que había sido perseverante en la práctica de la penitencia desde que empezó a ejercitarse en ella. Que no vestía blandamente, pues como se dice en san Mateo, llevaba un hábito de pelo de camello y un cinturón de cuero a la cintura (5). Añade incluso Jesucristo que san Juan no comía pan ni bebía vino (6) y, en efecto, se afirma también en san Mateo que no vivía sino de langostas y miel silvestre (7). A todo lo cual agrega Jesucristo que no ha habido profeta mayor que san Juan Bautista (8).
¿Con qué fin creéis que prodigó Jesucristo todas estas alabanzas a san Juan? Fue para mover al pueblo a seguir la doctrina que predicaba, y para corroborar lo que luego dirá de él: que san Juan había sido enviado por Dios con el fin de preparar los corazones a recibir a Jesucristo y a sacar provecho de las instrucciones que Jesucristo les daría.
Puesto que el Bautista, precursor de Jesucristo, para disponerse a desempeñar dignamente su ministerio, comenzó por el retiro, la oración y la penitencia a practicar lo que pretendía enseñar a los otros, y a disponer su propio corazón para recibir la plenitud del espíritu de Dios; así, encargados vosotros de preparar los corazones de los demás para la venida de Jesucristo, debéis empezar por disponer los vuestros a inflamarse en el celo de las almas; de ese modo, vuestras enseñanzas resultarán eficaces en aquellos a quienes instruís.
Después de haberse preparado interiormente a sí mismo para predicar al pueblo judaico, con el fin de disponerlo a recibir a Jesucristo; san Juan propone a sus oyentes seis medios que allanan el camino al Señor y le facilitan la entrada en los corazones:
Lo primero que de ellos exige es que tengan horror al pecado; así se lo significó al llamarlos raza de víboras (9).
Lo segundo, al decirles: Huid la ira venidera (10), todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado al fuego (11); les propone el temor del juicio final y les declara que, en él, sus culpas serán minuciosamente examinadas, y juzgadas con severidad.
Lo tercero, para moverlos a evitar el rigor del juicio, los anima a ejercitarse en la penitencia, pues les dice: Haced dignos frutos de penitencia (12).
Lo cuarto, no se contenta con que lloren sus pecados y satisfagan por ellos; quiere, además, que se apliquen a la práctica de las buenas obras, sin las cuales su penitencia resultaría estéril; así se lo declara en estos términos: Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (13).
Lo quinto, manifiesta que no les basta tener a Abrahán por padre, ni tienen derecho a envanecerse de ello si sus obras se asemejan poco a las del santo Patriarca: No digáis, les amonesta, tenemos por padre a Abrahán (14).
Lo sexto, les certifica que no podrán salvarse, por buenas que fueren sus obras, si no se aplican a practicar el bien propio y acomodado a su condición; por eso, recuerda a los ricos la obligación que tienen de dar limosna; dice a los publicanos que no exijan más de lo prescrito y, a los soldados, que se contenten con sus pagas (15).
Tomad tales avisos como dichos para vosotros; seguidlos con exactitud; dádselos a vuestros discípulos, y hacédselos practicar.
Esto dio pie a Jesucristo para hacer el elogio de san Juan delante del pueblo, y para concluirlo afirmando que el Bautista era aquel de quien estaba escrito: Yo envío mi ángel delante de ti, el cual te preparará el camino o por donde debes andar (2).
Vosotros sois también, como san Juan, ángeles enviados de Dios para prepararle el camino y los medios de venir, y de entrar, tanto en vuestros corazones como en los de vuestros discípulos. Para lograrlo necesitáis dos cosas:
Primera, asemejaros a los ángeles en pureza interior y exterior: como los ángeles, tenéis que vivir enteramente desprendidos del cuerpo y de los placeres sensibles; de modo que, al parecer, no haya en vosotros más que alma, y sea sólo ella el fin de vuestra solicitud y el blanco de vuestras ocupaciones; puesto que habéis sido destinados por Dios a trabajar exclusivamente, como los santos ángeles, en lo que atañe a su servicio y al cuidado de las almas.
Es necesario [en segundo lugar*] con arreglo a lo dicho por san Pablo, que se destruya en vosotros el hombre exterior, para que el hombre interior se renueve de día en día (3) y, así, os asemejéis a los ángeles; de tal modo que, a su ejemplo y según expresión del mismo Apóstol no consideréis las cosas visibles, sino las invisibles; porque, añade, las visibles son temporales y pasan velozmente; mientras que las invisibles, por ser eternas, constituirán para siempre el objeto de nuestro amor (4).
Jesucristo encomia de modo extraordinario a san Juan en el evangelio de este día; dice de él que moraba en el desierto, que no era caña que el viento agita; o sea, que había sido perseverante en la práctica de la penitencia desde que empezó a ejercitarse en ella. Que no vestía blandamente, pues como se dice en san Mateo, llevaba un hábito de pelo de camello y un cinturón de cuero a la cintura (5). Añade incluso Jesucristo que san Juan no comía pan ni bebía vino (6) y, en efecto, se afirma también en san Mateo que no vivía sino de langostas y miel silvestre (7). A todo lo cual agrega Jesucristo que no ha habido profeta mayor que san Juan Bautista (8).
¿Con qué fin creéis que prodigó Jesucristo todas estas alabanzas a san Juan? Fue para mover al pueblo a seguir la doctrina que predicaba, y para corroborar lo que luego dirá de él: que san Juan había sido enviado por Dios con el fin de preparar los corazones a recibir a Jesucristo y a sacar provecho de las instrucciones que Jesucristo les daría.
Puesto que el Bautista, precursor de Jesucristo, para disponerse a desempeñar dignamente su ministerio, comenzó por el retiro, la oración y la penitencia a practicar lo que pretendía enseñar a los otros, y a disponer su propio corazón para recibir la plenitud del espíritu de Dios; así, encargados vosotros de preparar los corazones de los demás para la venida de Jesucristo, debéis empezar por disponer los vuestros a inflamarse en el celo de las almas; de ese modo, vuestras enseñanzas resultarán eficaces en aquellos a quienes instruís.
Después de haberse preparado interiormente a sí mismo para predicar al pueblo judaico, con el fin de disponerlo a recibir a Jesucristo; san Juan propone a sus oyentes seis medios que allanan el camino al Señor y le facilitan la entrada en los corazones:
Lo primero que de ellos exige es que tengan horror al pecado; así se lo significó al llamarlos raza de víboras (9).
Lo segundo, al decirles: Huid la ira venidera (10), todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado al fuego (11); les propone el temor del juicio final y les declara que, en él, sus culpas serán minuciosamente examinadas, y juzgadas con severidad.
Lo tercero, para moverlos a evitar el rigor del juicio, los anima a ejercitarse en la penitencia, pues les dice: Haced dignos frutos de penitencia (12).
Lo cuarto, no se contenta con que lloren sus pecados y satisfagan por ellos; quiere, además, que se apliquen a la práctica de las buenas obras, sin las cuales su penitencia resultaría estéril; así se lo declara en estos términos: Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (13).
Lo quinto, manifiesta que no les basta tener a Abrahán por padre, ni tienen derecho a envanecerse de ello si sus obras se asemejan poco a las del santo Patriarca: No digáis, les amonesta, tenemos por padre a Abrahán (14).
Lo sexto, les certifica que no podrán salvarse, por buenas que fueren sus obras, si no se aplican a practicar el bien propio y acomodado a su condición; por eso, recuerda a los ricos la obligación que tienen de dar limosna; dice a los publicanos que no exijan más de lo prescrito y, a los soldados, que se contenten con sus pagas (15).
Tomad tales avisos como dichos para vosotros; seguidlos con exactitud; dádselos a vuestros discípulos, y hacédselos practicar.