domingo, 23 de diciembre de 2018

POR LA PENITENCIA Y LA EXENCIÓN DEL PECADO NOS DISPONEMOS A RECIBIR A JESUCRISTO. San Juan Bautista de la Salle




MEDITACIÓN PARA EL PARA EL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO
San Juan Bautista de la Salle
Que por la penitencia y la exención del pecado nos disponemos a recibir a Jesucristo.
Recorría san Juan, según nos dice el evangelio de hoy, toda la región próxima al Jordán, predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados (1), con el fin de preparar a los judíos para la venida de Jesucristo Nuestro Señor.
Con tal proceder nos enseña el Santo que la principal de todas las disposiciones que han de tenerse para recibir al Señor, es la penitencia y el alejamiento de todo pecado. Y, por consiguiente, que a ella debemos aplicarnos especialmente, porque la penitencia lava y purifica el alma de las manchas que la afean.
"Bautismo" la llama sencillamente san León, y " bautismo doloroso " la denomina a su ejemplo san Gregorio Nacianceno. Según san Ambrosio, David alude a este bautismo cuando dice que se consumió de tanto gemir y suspirar; que lavaba todas las noches su lecho con lágrimas y que bañaba con ellas el estrado en que dormía (2).
Eso deberíamos poder afirmar también nosotros, a imitación de David - pues no tenemos menor necesidad que él de penitencia - si deseamos que venga a nosotros Jesucristo. Por tanto, como dice la glosa, " expíe cada uno sus antiguos pecados con la penitencia, a fin de acercarse a la salvación que había perdido, y recobrar así la facilidad para volverse a Dios, de quien estaba alejado".
De ahí que dame Dios por un profeta: Convertíos a mí por el ayuno, las lágrimas y los gemidos (3); porque éstos son, en verdad, los medios más seguros para volver de nuevo a Dios cuando se le ha perdido. Son también los que más contribuyen a conseguir la pureza de corazón, que con tanta insistencia pedía David al Señor y que le obligaba a exclamar, dirigiéndose a Él: Lávame más y más de mis iniquidades y purifícame de todos mis pecados (4).
Este rey penitente estaba bien persuadido de que las manchas del alma pecadora sólo pueden lavarse con lágrimas que manan del corazón humilde y contrito, como de propia fuente.
Pidamos con frecuencia a Dios la gracia de que nos lave tan perfectamente, que no persista ya en nosotros rastro alguno de culpa. Y contribuyamos por nuestra parte a ello con la penitencia que, para su expiación, practiquemos.
Dícese de san Juan que predicaba la penitencia para la remisión de los pecados, por ser ella la que consigue su perdón a quienes tienen a Dios ofendido, conforme lo asegura san Pedro a los judíos en los Hechos de los Apóstoles: Haced penitencia, les dice, y convertíos, para que vuestros pecados se os perdonen (5)
Porque ése es el fin propio de la penitencia: sólo ella puede aplacar el corazón de Dios, irritado contra los pecadores, como lo atestigua Él mismo por Ezequiel con estas palabras: Si el impío hiciere penitencia de todos sus pecados, si guardare mis preceptos y obrare según equidad y justicia; no me acordaré Yo más de sus iniquidades, ni éstas le serán ya imputadas (6).
Y san Pedro, predicando al pueblo judío para anunciarle las verdades del Evangelio, dice: Haced penitencia para obtener el perdón de los pecados (7).
Los ninivitas, que tenían irritado al Cielo con sus desórdenes, lograron, según afirma san Jerónimo, que Dios revocase la sentencia pronunciada contra ellos de destruir su ciudad (8), gracias únicamente a la conversión de sus corazones, rendidos a la predicación de Jonás y a las instancias del rey. Como agrega san Ambrosio, no hallaron otro recurso para alejar las desdichas de que se veían amenazados, sino ayunar de continuo, y cubrirse de saco y ceniza, para aplacar la ira de Dios.
Ese será el camino por donde conseguiréis también vosotros la remisión de todos los pecados que cometisteis en el siglo, y de aquellos en que incurrís ahora todos los días, en la casa de Dios. Pues, como dice san Jerónimo, Dios reitera incesantemente a los hombres las amenazas que lanzó en otro tiempo contra los ninivitas para que, como éstos se amedrentaron al escucharlas, del mismo modo se muevan a penitencia los que viven ahora en el mundo. Aprovechémonos de tan admirable ejemplo.
El profeta Ezequiel nos advierte que la penitencia no sólo alcanza la remisión de los pecados, sino que nos preserva, además, de caer en ellos, lo cual supone la mayor felicidad que pueda gozarse en el mundo porque, después de haber dicho que, si el impío hiciere penitencia, Dios no se acordará más de sus pecados agrega: Vivirá practicando obras de justicia, y no morirá (9).
Por eso resulta de sumo consuelo para nosotros lo que nos enseña san Pedro cuando dice que, en el día de su advenimiento, el Señor " hallará en la paz del alma a cuantos hubieren llevado dignos frutos de penitencia " (10), pues se presentarán ante Él libres de culpa. Así aseguraron éstos su salvación, según Teodoreto, y así supo también preservarse san Juan Bautista aun de los pecados más leves, como la Iglesia canta de él; esto es, practicando la penitencia.
Y siguiendo ese camino de la penitencia, lograréis igualmente vosotros poneros en gracia con el Señor y recibiréis, como añade san Pedro, el don del Espíritu Santo (11), que os consolidará en el bien, merced a su permanencia en vosotros. Este Espíritu Santo es el Espíritu de Jesucristo; pedidle que afiance de tal manera vuestros corazones en el bien que, como quiere el mismo san Pedro, el día de su venida os halle puros e irreprensibles a sus ojos (12).
Estad sobre aviso para que, en el día de su advenimiento, no os dirija el reproche que lanza san Juan en el Apocalipsis contra un obispo, cuando le dice: Has decaído de tu primera caridad (13). Y, si os lo dirigiere, recordad, como se dice también a ese obispo, el estado de donde caísteis, haced penitencia y volved a la práctica de vuestras obras primeras (14).