lunes, 24 de diciembre de 2018

PARTÍCIPES DE SU NATURALEZA Y HOMBRES DEL TODO CELESTIALES. San Juan Bautista de la Salle

MEDITACIÓN PARA LA VIGILIA DE LA NATIVIDAD DE JESUCRISTO
24 de diciembre
San Juan Bautista de la Salle
El emperador Augusto publicó un edicto, en virtud del cual se ordenaba el empadronamiento de cuantos habitaban en las diversas ciudades dependientes del imperio romano. Cada uno debía alistarse en el lugar de donde procedía su estirpe. Esto exigió que san José partiera de Nazaret, villa de Galilea donde moraba, para encaminarse a Belén, ciudad de Judea, a fin de inscribirse en esta ciudad, con María su esposa (1).
Llegados allá, buscaron casa donde poder alojarse; pero nadie los quiso recibir, por estar ya ocupadas todas con personas más ricas y calificadas que ellos (2).
Ved cómo se procede en el mundo. No se considera en él más que lo aparente de las personas, ni se tributan a éstas honores sino en cuanto se los ganan con lo que brilla a los ojos del siglo.
Si en Belén hubieran mirado a la Santísima Virgen como la madre del Mesías, y la que daría a luz en breve al Dios hecho hombre, ¿quién se hubiera atrevido a negarle hospitalidad en su casa? ¡Y qué agasajos no le hubieran prodigado en toda la Judea! Mas, como vieron sólo en Ella a una mujer corriente y la esposa de un artesano, no hubo en parte alguna cobijo para María.
¿Cuánto tiempo hace que Jesús se presenta a vosotros, y llama a la puerta de vuestro corazón para establecer en él su morada, sin que hayáis querido recibirle? ¿Por qué? Porque no se presenta sino en figura de pobre, de esclavo, de varón de dolores.
No hallando quien quisiera recibirlos en Belén, la santísima Virgen Madre de Jesús se vio precisada a guarecerse en un establo. Una vez allí, le llegó la hora del alumbramiento, y dio al mundo a su primogénito; por lo cual se vio obligada a acostar a Jesucristo su Hijo en un pesebre (3).
Vosotros recibís con frecuencia a Jesús en vuestros corazones; mas, ¿no está en ellos como en un establo, donde no halla otra cosa que desaseo y podredumbre, porque tenéis la afición puesta en algo distinto de Él?
¡Si le miraseis como Salvador y Redentor vuestro, qué honores le tributaríais! Considerándole como vuestro Dios, ¿dejaríais de acompañarle, por la aplicación a su santa presencia? Y mirándole luego como hombre, ¿no meditaríais sus padecimientos y muerte?
Para cercioraros de si aprovecháis la venida de Jesús, y la permanencia que en vosotros se digna establecer, examinad si sois más modestos, recogidos y reserva dos que lo erais en otro tiempo. ¿Veláis con más diligencia sobre vosotros los días de comunión, para no dejaros dominar por ningún capricho ni por movimiento alguno desordenado?
Si queréis que os resulte provechosa la venida de Jesucristo, es necesario que le dejéis señorearse de vuestro corazón, y que os mostréis dóciles a cuanto exija de vosotros, repitiéndole muchas veces con el profeta Samuel: Habla, Señor, que tu siervo escucha (4); y con David: Escucharé lo que el Señor Dios me diga (5).
Pues sabemos que Jesús ha de venir hoy a nosotros, y le reconocemos por quien es; preparémosle morada que le sea digna, y dispongamos de tal modo el corazón a recibirle, que gustoso establezca dentro de su residencia.
Con esta intención, apliquémonos a desocuparle de todo lo profano y terrenal que en él haya: El hombre terreno, dice san Pablo, conversa gustoso de las cosas de la tierra, y no sabe hablar sino de ellas; en cambio, el hombre celestial, afirma el mismo Apóstol, habla de las cosas del cielo, y se sobrepone a todo (6).
Con este fin ha bajado a la tierra y quiere venir a nuestro corazón el Hijo de Dios: con el de hacernos partícipes de su naturaleza y trocarnos en hombres del todo celestiales.