MEDITACIÓN PARA
LA VIGILIA DE LA NATIVIDAD DE JESUCRISTO
24
de diciembre
San Juan Bautista de la Salle
El
emperador Augusto publicó un edicto, en virtud del cual se ordenaba el
empadronamiento de cuantos habitaban en las diversas ciudades dependientes del
imperio romano. Cada uno debía alistarse en el lugar de donde procedía su
estirpe. Esto exigió que san José partiera de Nazaret, villa de Galilea donde
moraba, para encaminarse a Belén, ciudad de Judea, a fin de inscribirse en esta
ciudad, con María su esposa (1).
Llegados
allá, buscaron casa donde poder alojarse; pero nadie los quiso recibir, por
estar ya ocupadas todas con personas más ricas y calificadas que ellos (2).
Ved
cómo se procede en el mundo. No se considera en él más que lo aparente de las
personas, ni se tributan a éstas honores sino en cuanto se los ganan con lo que
brilla a los ojos del siglo.
Si
en Belén hubieran mirado a la Santísima Virgen como la madre del Mesías, y la
que daría a luz en breve al Dios hecho hombre, ¿quién se hubiera atrevido a
negarle hospitalidad en su casa? ¡Y qué agasajos no le hubieran prodigado en
toda la Judea! Mas, como vieron sólo en Ella a una mujer corriente y la esposa
de un artesano, no hubo en parte alguna cobijo para María.
¿Cuánto
tiempo hace que Jesús se presenta a vosotros, y llama a la puerta de vuestro
corazón para establecer en él su morada, sin que hayáis querido recibirle? ¿Por
qué? Porque no se presenta sino en figura de pobre, de esclavo, de varón de
dolores.
No
hallando quien quisiera recibirlos en Belén, la santísima Virgen Madre de Jesús
se vio precisada a guarecerse en un establo. Una vez allí, le llegó la hora del
alumbramiento, y dio al mundo a su primogénito; por lo cual se vio obligada a
acostar a Jesucristo su Hijo en un pesebre (3).
Vosotros
recibís con frecuencia a Jesús en vuestros corazones; mas, ¿no está en ellos
como en un establo, donde no halla otra cosa que desaseo y podredumbre, porque
tenéis la afición puesta en algo distinto de Él?
¡Si
le miraseis como Salvador y Redentor vuestro, qué honores le tributaríais!
Considerándole como vuestro Dios, ¿dejaríais de acompañarle, por la aplicación
a su santa presencia? Y mirándole luego como hombre, ¿no meditaríais sus
padecimientos y muerte?
Para
cercioraros de si aprovecháis la venida de Jesús, y la permanencia que en
vosotros se digna establecer, examinad si sois más modestos, recogidos y
reserva dos que lo erais en otro tiempo. ¿Veláis con más diligencia sobre
vosotros los días de comunión, para no dejaros dominar por ningún capricho ni
por movimiento alguno desordenado?
Si
queréis que os resulte provechosa la venida de Jesucristo, es necesario que le
dejéis señorearse de vuestro corazón, y que os mostréis dóciles a cuanto exija
de vosotros, repitiéndole muchas veces con el profeta Samuel: Habla, Señor, que
tu siervo escucha (4); y con David: Escucharé lo que el Señor Dios me diga (5).
Pues
sabemos que Jesús ha de venir hoy a nosotros, y le reconocemos por quien es;
preparémosle morada que le sea digna, y dispongamos de tal modo el corazón a
recibirle, que gustoso establezca dentro de su residencia.
Con
esta intención, apliquémonos a desocuparle de todo lo profano y terrenal que en
él haya: El hombre terreno, dice san Pablo, conversa gustoso de las cosas de la
tierra, y no sabe hablar sino de ellas; en cambio, el hombre celestial, afirma
el mismo Apóstol, habla de las cosas del cielo, y se sobrepone a todo (6).
Con este fin ha bajado a la
tierra y quiere venir a nuestro corazón el Hijo de Dios: con el de hacernos
partícipes de su naturaleza y trocarnos en hombres del todo celestiales.