MEDITACIÓN
PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO
PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO
San Juan Bautista de la Salle
Sobre el juicio universal.
Los hombres - dice Jesucristo en el evangelio de este día refiriéndose al juicio universal - verán al Hijo del Hombre aparecer sobre las nubes, con grande poder y majestad (1).
El aparato majestuoso con que se mostrará Jesucristo, y el extraordinario poder de que hará ostentación cuando vuelva para juzgar a los hombres, deben inspirarnos temor a su venida, así nos lo advierte san Jerónimo, comentando estas palabras del profeta Malaquías: ¿Quién podrá pensar en el día de su venida? (2).
Y si nadie se atreve a pensar en el día del último juicio, a causa de la majestad y poderío del que ha de ser allí juez, ¿quién aguantará entonces su rigor? Será tanto más difícil, continua san Jerónimo, cuanto hará de testigo el mismo que ha de juzgar. Esta circunstancia debe movernos a temer aún más este juicio. La severidad del juez, que dará a cada uno según sus obras dice en otra parte el mismo Santo, hará que no se atrevan a mirarle al rostro los que allí se hallaren presentes
Asegura san Efrén que se verificará entonces el examen minucioso y terrible de nuestras acciones y aun de nuestros pensamientos; pues cuando comparezca cada uno de nosotros ante el tribunal del Juez, éste hará patente ante el mundo entero las obras, palabras y cuanto pensaron los hombres, hasta aquello que estuvo acá más escondido, por haberse realizado en las tinieblas
A fin de no vernos constreñidos, por Consiguiente dice san Agustín, a soportar sentencia dura y terrible cuando comparezcamos ante el tribunal del Juez inexorable, que habrá de dictarnos sentencia para toda la eternidad; dediquémonos sin tregua a desligarnos de nuestras faltas, ya que no podemos saber el día ni la hora en que moriremos (4). Y quien desconoce la duración de su vida no debe descuidarse en, emplear los medios necesarios para asegurar su salvación.
El juicio final es de temer no sólo para los malos, a causa de su vida desordenada; será motivo de terror también para los buenos, según dice san Agustín. Porque habrá muy pocos, asegura san Jerónimo o, mejor dicho, no habrá ninguno que no merezca ser reprendido por el Juez con severidad e indignación, en esta general asamblea.
Por lo cual, continua este Santo, no hay alma alguna a la que el juicio de Dios deje de inspirar temor, supuesto que ni aún las estrellas mismas, esto es, los Santos, se hallarán puras en su presencia (5). Será muy difícil, agrega el santo Doctor, encontrar alguno tan limpio e irreprensible, que pueda comparecer ante el Juez con ademán seguro, y se atreva a decir: ¿Quién me convencerá de pecado: (6). Por eso afirma san Efrén que el espanto se apoderará de todas las criaturas y que los ejércitos de los santos ángeles sentirán pavor en el día grande de las divinas venganzas.
La razón principal del miedo que causa a los justos la expectación del juicio final es que, no sólo se dará cuenta en él de las palabras ociosas, como enseña Jesucristo en su Evangelio; sino también de lo bueno que se haya practicado, según aquello que dice Dios por el Real Profeta: Juzgaré las justicias (7); o sea, todo el bien que los hombres hubieren hecho durante su vida, para examinar si verdaderamente fue bueno, y si no hubo en él cosa que lo viciara. ¿Quién, pues, dejará de temer los juicios de Dios?
¿Cómo no recelar nosotros del juicio divino cuando los mayores Santos nunca dejaron de temerlo, no obstante su eminente santidad?
Job, cuya defensa tomó el Señor a su cargo contra los que le recriminaban falsamente, dice a Dios: Temblaba en cada obra que hacía, sabiendo que
Tu no dejas sin castigo al delincuente (8) - Y, en otro lugar ¿Qué haré cuando Dios se levante para juzgarme? Y cuando me pida cuentas de mi vida, ¿qué responderé? (9). Aun después de alegar por extenso que su modo de proceder ha sido ordenado y libre de culpa prosigue diciendo que no cesa de temer los juicios de Dios, y que ese temor ha resultado siempre para él como peso que le abruma (10).
San Hilarión, encorvado por el peso de la edad y de las austeridades, se sobrecogió de temor a la hora de la muerte.
San Jerónimo, que había encanecido en la soledad y en la práctica de todo género de austeridades, dice que se condenó a vivir encerrado en una especie de cárcel por miedo al juicio final. Y en otro lugar asegura que, estando como estaba, todo sucio de pecados, noche y día se ocultaba, por temor a que le gritasen: " ¡Jerónimo, sal fuera! ", y le obligaran a pagar hasta el último maravedí (11).
San Efrén, solitario desde su infancia, tan puro y penitente, y tan lleno del espíritu de Dios, dice de sí que se le estremecía de continuo el corazón, y todo su cuerpo trepidaba al recordar que deben ser revelados todos nuestros pensamientos, palabras y obras en el día del juicio; y que, reconociéndose siempre culpable, temía de continuo ser juzgado con rigor, sabiendo que no podría alegar razón alguna para excusar su negligencia ".
Si tan ilustres santos experimentaron tal pavor cuando pensaban en el día terrible del juicio, ¿qué sentimientos de temor no debemos abrigar nosotros, tan poco fervientes en el divino servicio y tan descuidados en el desempeño de nuestras obligaciones?
ADVERTENCIA
Instituido el Adviento por la Iglesia para disponer a los fieles a celebrar dignamente la venida de Jesucristo al mundo y atraerle a sus corazones, de modo que ya no vivan sino por su espíritu: parece muy conveniente que hoy y los domingos que siguen nos apliquemos en la oración a preparar nuestros corazones para recibir en ellos al Señor: y eso con tanto más motivo cuanto los evangelios que se leen estos tres días, nos dan ocasión para ello para ello nos invitan