domingo, 14 de septiembre de 2025

15 DE SEPTIEMBRE. NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

 


15 DE SEPTIEMBRE

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

AL trasponer su primera quincena, septiembre mariano se cubre con los morados crespones de los Siete Dolores de Nuestra Señora... Que, aunque el alma —O félix culpa— se deleita íntimamente en la consideración de la fecundidad maravillosa de esta Flor de martirio, de esta Reina del sufrimiento, que en el dolor nos engendra y redime, el corazón de carne —nuestro corazón de hijos— siente en sus fibras más sensibles el taladro del llanto y de la compasión, y se estremece de angustia todo nuestro ser al escuchar aquella escalofriante invitación de María :

— «O vos omnes, qui transitis per viam...! ¡Oh, vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor!».

«¿A quién te compararé, Hija de Sión? ¡Grande como el mar es tu quebranto!».

Magdalena, desjarretada y febril, gime a los pies de la Cruz: «Hase trocado mi arpa en lloro, y mi música en lágrimas». María no puede gemir así. Su vida no ha conocido la música ni el cántico. «Se ha gastado mi vida en el dolor y mis años en gemidos». Crucificada entre dos fiat inefables, desde Nazaret hasta el Gólgota, ha sido toda ella una encrucijada de vías dolorosas; o, más bien, una sola estación, un solo, lento, prolongado, silencioso, terrible, sublime martirio.

Gabriel le anuncia el gran Misterio. Ella conoce por la Escritura que el Mesías ha de ser conducido al suplicio «como oveja al matadero». Pero, en sumisión perfecta al querer divino, en recogimiento celestial, da su consentimiento pleno, dulce, vivo, humilde, heroico. A su corazón ha llegado el ardor amoroso y sacerdotal de Cristo. Desde este instante queda asociada íntima y eficazmente a su obra redentora. Madre del «Varón de dolores», será la Dolorosa, la Desolada, la Reina de los mártires —Martyrumque prima rosa—, el blanco de todas las angustias, la Soledad, ¡la Piedad que vieron Salcillo, Ticiano, Murillo, Montanti, Gregorio Hernández, Van Eyck, Quintín: Metsys, Jainie Tissot...!

«¿Quién podrá consolarte, oh, Virgen Hija de Sión?».

La Iglesia concreta a siete los dolores de María; simbolizados en siete espadas: Profecía de Simeón, Huida a Egipto, Pérdida del Niño, Encuentro en la calle de la Amargura, Crucifixión, Descendimiento y Sepultura de Jesús. Pero no tienen número las penas de esta Madre del amor, y por el amor, del dolor, y por el dolor, de la misericordia... «¡Grande como el mar es su quebranto!»... Desde que Simeón le clava en el alma el puñal de aquella tremenda profecía, una vaharada de fuego le abrasa la sangre y la vida toda. Si el amor y la sensibilidad son la medida del dolor, el suyo no tiene par en la historia de los dolores humanos. ¿Quién amó como la Virgen? ¿Quién tuvo un alma más fina, más delicada, más cxquisita? ¿No es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios? Imaginadla en Belén, en Jerusalén, en Egipto, en Nazaret; vedla compartiendo los desprecios de la vida pública de su Hijo, y sus trabajos misioneros, en medio de las más enconadas envidias y persecuciones, y decid si no es lícita y natural su llamada angustiosa: O vos omnes, qui transitis per viam...!

Contempladla cabe la Cruz en la hora de la suprema inmolación, no sólo presenciando, sino ofreciendo —«Virgen-Sacerdote»— su Hijo al Padre por Ja salvación del mundo, sin reservas, sin palabras, con fortaleza divina, sintiéndolo desgarradoramente en el corazón y deseándolo vivamente en el alma. ¿Cabe entrega más heroica y menos egoísta que la suya? ¿Cabe más atroz martirio y conformidad más perfecta?

Stabat Mater dolorosa...

Stabat! Es la palabra en que el Evangelista, teólogo, concreta el profundo misterio de la presencia de María junto a la Cruz. Stabat, estaba de pie —comenta un escritor moderno— aunque triste y dolorida. No desvanecida, como la representaron Grunewald y Vander-Weiden, sino firme y erguida, como nos la dejan ver los pintores anónimos de Beuron; casi fundida con el Hijo moribundo, como una sola víctima, según la visión de Mauricio Denís...

Rozamos un gran misterio: el de la Corredención de María, debida, en gran parte, a sus dolores. Es doctrina de la Iglesia, manifiestamente reiterada en las Encíclicas papales. «Y esto hay que notar, y es lo más consolador —dice la Iucunda semper—: De pie junto a la Cruz de Jesús estaba María, su Madre, que, movida de inmensa caridad por nosotros, para recibirnos por Hijos —en aquel codicilo solemne de Cristo moribundo—, ofreció el suyo a la justicia divina, muriendo con Él en su corazón, traspasado por una espada de dolor». «No sólo asiste como testigo, sino que interviene activamente en la Redención» —Supremi apostolatus—, «asociada a la reparación del humano linaje» —Ubi primum—, como «medianera nuestra», y «restauradora de todo el orbe» —Ádjutricem pópuli.

¡Qué gran motivo de ternura y de amor a nuestra divina Madre —exclama el Padre García Garcés—, pensar que en todos los pasos de su vida trabajaba por nuestro rescate y salvación! ¡Y qué justo —concluimos nosotros— el homenaje que la Iglesia tributa en este día a los Dolores Gloriosos de la que es «causa de nuestra alegría», y «escala por donde los pecadores pueden nuevamente ascender a la cumbre de la gloria»!...