domingo, 6 de diciembre de 2020

ES PRECISO PASAR POR MEDIO DE MUCHAS TRIBULACIONES PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS. San Alfonso María de Ligorio

 

COMENTARIO AL EVANGELIO

II DOMINGO DE ADVIENTO

San Alfonso María de Ligorio 

SOBRE LA UTILIDAD DE LAS TRIBULACIONES

Joanes auten cum audisset in vinculis opera Christi, etc.

Juan habiendo en la prisión oído las obras de Cristo, etc.

(Matth; XI, 2)

«Dios enriquece en el tiempo de la tribulación a las almas que ama con mayores gracias. Ved a San Juan, que entre las cadenas y estrecheces de la cárcel, conoce las obras maravillosas que hacía Jesucristo: Cum audisset Joannes in vinculis opera Christi. Grande e inapreciable es la utilidad que nos resulta de las tribulaciones. Y el Señor nos las envía, no porque quiera nuestro mal, sino porque anhela nuestro bien; y por lo mismo, debemos recibirlas cuando las envía, y darle también rendidas gracias, no solamente resignándonos a cumplir su divina voluntad, sino alegrándonos de que nos trate como trató a su divino hijo Jesús, cuya vida sobre la tierra fue un tejido de penas y de dolores. Procuraré haceros ver en mi breve discurso:»

 

Cuán útiles son las tribulaciones: Punto 1

Como debemos portarnos en ellas: Punto 2

Punto 1

CÚAN ÚTILES NOS SON LAS TRIBULACIONES

1. El que no ha sido tentado, ¿que es lo que puede saber? El que tiene mucha experiencia, será reflexivo; y el que ha aprendido mucho, discurrirá con prudencia: Qui non est tentatus, quid scit? Vir in multis expertus, cogitabit multa, et qui multa didicit, enarabit multa. (Eccl. XXXIV, 9). El que siempre ha vivido en la prosperidad y no tiene experiencia de la adversidad, no sabe nada acerca del estado de su alma. El primer buen efecto de la tribulación es, abrirnos lo ojos que la prosperidad nos tiene cerrados. Ciego estaba San Pablo cuando se le apareció Jesucristo, y entonces conoció los errores en que vivía. Recurrió a Dios el rey Manasés, estando preso en Babilonia, y conocío sus pecados e hizo penitencia de ellos: Postquam coangustiatus est, oravit Dominum… et egit pænitentiam valde coram Deo. (II. Paral. XXIII, 12). Cuando el hijo pródigo se vió reducido a guardar cerdos y angustiado del hambre, dijo: Surgam et ibo ad patrem meum. (Luc XV)Iré y me echaré a los pies de mi padre. ¿Cuándo arieron los ojos para ver y detestar sus culpas San Pablo, Manasés y el hijo pródigo? Habéis visto que en la tribulación. Mientras vivieron en la prosperidad, solamente pensaban en el mundo y los vicios.

El segundo buen efecto de la tribulación es, separarnos del apego que tenemos a las cosas de la tierra. Cuando la madre quiere destetar a su hijo de pechos, pone hiel en el pezón, para que el niño le aborrezca y se acostumbre a comer. Lo mismo hace Dios con nosotros para apartarnos de las cosas terrenas, para que hallándolas nosotros amargas, las aborrezcamos, y amemos los bienes celestiales. San Agustín dice: Dios hace amargas las cosas terrenas, para que busquemos otra felicidad cuya dulzura no nos engañe. (Serm. 29 de verb. Dom).

El tercero consiste, en que aquellos que viven en la prosperidad son estimulados de la soberbia, de la vanagloria, del orgullo, del deseo inmoderado de adquirir riquezas, honores y placeres. De todas estas tentaciones nos libran las tribulaciones, y nos hacen ser humildes, y contentarnos con el estado y condición en que Dios nos ha colocado. Por esto escribía el Apóstol: A Domino corripimur, ut non cum hoc mundo damnemur. (I. Cor. XI, 32). El Señor nos castiga con tribulaciones para que no seamos condenados juntamente con este mundo.

2. El cuarto buen efecto de la tribulación es, satisfacer por los pecados cometidos, mucho mejor que las penitencias que nosotros nos imponemos voluntariamente. San Agustín dice: Intellige medicum esse Deum et tribulationem medicamentum esse ad salutem. Sepas que Dios es el médico que da salud, y la medicina que para esto aplica, es la tribulación. ¡Oh que remedio tan eficaz es la tribulación para curarnos las llagas y heridas que nos abrieron los pecados! Por esta razón reprende el Santo a los pecadores que se quejan a Dios cuando los atribula: Unde plangis? quot pateris medicina est, non pæna. ¿Porqué te quejas? La tribulación que sufres una medicina no un castigo. (S. Aug. in Ps. 55). Job llama dichoso al hombre a quien el mismo Dios corrige, con sus manos: Beatus homo, qui corripitur  Deo, quia ipse vulnerat et medetur, perculit et manus ejus sanabunt. (Job. v, 17 et 18). Por esto se gloriaba San Pablo: Gloriamur in tribulationibus (Rom. v, 3)

3. El quinto efecto es, que las tribulaciones hacen que nos acordemos de Dios, y nos precisan a recurrir a su misericordia, viendo que solamente El es que puede aliviárnoslas, ayudándonos a sufrirlas: In tribulatione sua mane consurgent at me. (Oseas VI, 1). Por eso dice el Señor, hablando a  los atribulados: Venite ad me omnes qui laboratis et onerati estis, et ego reficiam vos. (Matth. XI, 28). Y por esto se hace llamar: Adjutor in tribulationibus; el ayudador en las tribulaciones, como dice David. El mismo real profeta, refiriéndose a los mismos castigos que Dios enviaba a su pueblo para que se convirtiese, añade: Cum occideret eos, quœrebant eum, et revertebantur ad eum. (Ps. 77, 34). Cuando el Señor hacía en ellos mortandad, entonces recurrían a Él, y acudían solícitos a buscarle.

4. El sexto es, que nos hacen contraer grandes méritos ante Dios, dándonos ocasión de ejercitar las virtudes que más ama, como son: la humildad, la paciencia, y la conformidad con la voluntad divina. El venerable Juan de Ávila decía, que vale más en la adversidad  “un bendito sea Dios, que mil acciones de gracias en la prosperidad”. San Ambrosio (in Luc. cap. 4), dice: Tolle martyrum certamina, tulisti coronam. Despoja a los mártires de sus tribulaciones, y los despojarás de la corona del martirio. ¡Que tesoro de los méritos consigue el cristiano sufriendo con paciencia los desprecios, la pobreza y las enfermedades! Los desprecios que se reciben de los hombres son los verdaderos deseos de los santos que anhelan ser despreciados por el amor de Jesucristo, para hacerse semejantes a Él.

5. Además; ¡cuánto ganamos sufriendo las incomodidades de la pobreza! “Tú eres mi Dios, y todas mis cosas”, decía San Francisco de Asís: y diciendo esto se tenía por más rico que todos los grandes de la tierra. Demasiado cierto es lo que decía Santa Teresa: “Cuanto menos tengamos en este mundo, más gozaremos en el otro. ¡Dichoso el que pueda decir: Jesús mío, tú sólo me bastas” Si te crees infeliz porque eres pobre, dice San Juan Crisóstomo, realmente eres infeliz y digno de compasión; no porque eres pobre, sino porque siéndolo, no abrazas tu pobreza y te tienes por desdichado. (S. Joan Chrysost. Serm. II. Epist. ad Philip).

6. También es alcanzar de antemano una gran parte de la corona que nos está preparada en el Cielo, sufrir con paciencia los dolores y las enfermedades. Si se queja un enfermo de que por estar así no puede hacer nada, se equivoca; porque lo puede hacer todo, ofreciendo a Dios con paz y resignación cuanto padezca e su enfermedad. El Crisóstomo escribe: que la Cruz de Jesucristo es la llave del ParaísoCrux Christi clavis est paradisi. (Homil. in Luc. de Virg.)

7. San Francisco de Sales decía, que la ciencia de los santos es, sufrir constantemente por Jesucristo para llegar presto a ser bienaventurados. Con los padecimientos prueba Dios a sus siervos  para hallarlos dignos de sí: Deus tentavit eos, invenit illos dignos se. (Sap. III, 5). El Apóstol dice: que Dios castiga al que ama, y prueba con adversidades a los que recibe por hijos suyos: Quem enim diigit Dominus castigat, flagellat autem omnem filium quem recipit (Hebr. XII, 6). Por este motivo Jesucristo dijo un día a Santa Teresa: sepas, que las almas que más ama mi Padre, son aquellas que  padecen mayores tribulaciones. Por esto decía Job, si hemos recibido los bienes de la mano del Señor ¿porqué  no recibiremos también los males? Si bona suscipimus de manu Dei, mala quare non suscipiamus? (Job. II, 10). Justo es, que el que recibió con alegría la vida, la salud, las riquezas temporales, recibía también las tribulaciones, las cuales nos son más útiles y provechosas que la prosperidad. San Gregorio dice, que así como crece la llama si el viento la agita, así se perfecciona el alma fortificada en la tribulación.

8. Las tribulaciones más temibles para un alma buena son las tentaciones con que el demonio nos incita a ofender a Dios: pero, quien las resiste y las sufre, implorando el auxilio divino, adquiere con ellas gran tesoro de méritos “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para que podáis sosteneros”. (I. Cor. X, 13)Bienaventurados los que lloran, dice el Señor, porque ellos serán consolados. Beati qui lugent, quoniam ipsi consolbuntur. (Matth. V, 5).

9. Es necesario, pues, dice San Juan Crisóstomo, sufrir las tribulaciones con resignación, porque así ganaremos mucho; empero, de otro modo, no disminuiremos nuestros males, sino que los acrecentaremos. Si no sufrimos con paciencia la tribulación no mejoraremos nuestro estado, y será mayor el peligro. No hay remedio; si queremos salvarnos, es preciso pasar por medio de muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Un siervo de Dios decía: que el Paraíso es el lugar de los pobres, de los humildes y de los afligidos. Tales han sido los mártires y los santos. Por esto dice San Pablo: “Os es necesaria la paciencia, para que haciendo la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Heb. X, 36). Hablando  San Cipriano de las tribulaciones de los santos dice: ¿Que es para los siervos de Dios el sufrir aflicciones en esta vida, cuando en recompensa les están prometidos los bienes eternos del Paraíso?

10. En suma, las tribulaciones con que Dios nos prueba, o nos corrige, no vienen para nuestra perdición, sino para nuestro provecho o nuestra enmienda (Judith. VIII, 27). Cuando se ve a un pecador atribulado en esta vida, señal es que Dios quiere tener misericordia de él en la otra. Al contrario, es desgraciado aquel que no es castigado por Dios en este mundo, porque es señal de que el Señor está desdeñoso con él y le tiene reservado para el eterno castigo.

11. El profeta Jeremías pregunta a Dios: ¿Quare via impiorum prosperatur? (Jerem. XII, 1) Señor, ¿por que motivo a los impíos todo les sale prósperamente en este mundo? Y el mismo Jeremías se responde diciendo Congrega eos quasi gremem ad victimam, et santifica eos in die occisionis. (Ib. V, 3). Así como en el día del sacrificio vienen reunidos los animales destinados a la muerte, así los impíos son destinados a la muerte eterna como víctimas de la ira divina.

12. Cuando nos veamos, pues, cercados de las tribulaciones que Dios nos envía, digamos con el santo Job: Peccavi, et vere deliqui, et ut eram dignus, non recipi. (Job. XXXIII, 27)Señor, mis pecados no han sido castigados según yo merecía. Así debemos orar a Dios con San Agustín: Señor, quema, despedaza y no perdones en este mundo para que me perdones en el otro, que es eterno. Terrible es el castigo de aquel pecador de quien dice el Señor: Téngase compasión del impío, y no aprenderá jamás la justicia. (Is. XXVI, 10). Dejemos de castigar al impío mientras vive sobre la tierra; así seguirá viviendo en el pecado y será castigado eternamente. Por lo que dice San Bernardo, considerando este pasaje: Señor, no quiero esta misericordia, porque es el castigo más terrible que hay. (S. Bern. Serm. 42, in Cant).

13. Por consiguiente, el que se ve afligido por Dios en esta vida, tiene una señal segura de que es amado por Él: Et quia acceptus eras Deo, dice el ángel a Tobías, necesse fui ut tentatio probaret te. (Tob. XII, 13). Por lo mismo que eres amado de Dios, fué necesario que la tribulación te probase. Por esto Santiago llama bienaventurado al que sufre con paciencia tribulaciones, porque después que haya sido probado, recibirá la corona de  vidaBeatusvir qui suffert tentationem, quoniam cum probatus fuerit, accipiet coronam vitæ. (Jbc. I, 12).

14. El que quiera ser glorificado con los santos, debe padecer en esta vida como los santos padecieron. Ninguno de ellos ha sido bien tratado ni querido del mundo, sino que todos fueron perseguidos. Por eso es demasiado cierto lo que escribió el mismo Apóstol: Ya se sabe que todos los que quieren vivir virtuosamente según Jesucristo, han de padecer persecución (II. Tim. III, 12). San Agustín dice que no ha comenzado todavía a ser cristiano el que no quiere la persecución. Cuando estamos atribulados, debe servirnos de consuelo, saber que entonces el Señor está cerca de nosotros, y nos acompañaJuxta est Dominus ils qui tribulatio sunt corde (Ps. XXXIII 10) Cum ipso sum in tribulatione. (Ps XC, 15).

 

Punto 2

COMO DEBEMOS PORTARNOS EN LAS TRIBULACIONES

15. El que se vea combatido de tribulaciones en este mundo necesita, ante todas cosas, dar de mano al pecado y procurar ponerse en gracia de Dios. De otro modo, todo lo que padezca estandoen pecado, será perdido para él. San Pablo decía: Aún cuando entregara mi cuerpo a las llamas, y padeciese los tormentos de los mártires, sin la gracia de nada me aprovecharía. (I. Cor. XIII, 3).

16. Al contrario; el que padece con Dios y por Dios con resignación, todos sus padecimientos se convierten en consuelo y alegría: Tristitia vertetur in gaudium. (Joann. XVI, 20). Y por esto los Apóstoles, después de haber sido injuriados y maltratados de los judíos, se retiraron de la presencia del concilio llenos de gozo, porque habían sido hallados dignos de sufrir por el nombre de Cristo. (Act. V. 41). Así cuando Dios nos envía alguna tribulación es menester que digamos con Jesucristo: El cáliz, que me ha dado mi Padre celestial, ¿he de dejar yo de beberlo? Porque además de que debemos recibir la tribulación, como venida de la mano de Dios, ¿cuál es el patrimonio del cristiano en este mundo sino los padecimientos y las persecuciones? Cristo murió en una Cruz; los Apóstoles sufrieron martirios crueles; ¿y nos llamaremos nosotros sus imitadores, cuando ni sabemos sufrir las tribulaciones con paciencia y resignación?

17. Cuando nos veamos muy atribulados y no sepamos que hacernos, debemos volvernos a Dios, que es el único que puede consolarnos. El rey de Josafat, hablando con el Señor, decía así:Cuando no sepamos lo que debemos hacer, no nos queda otro recurso que volver a Tí nuestros ojos (II. Paral. XX, 12). Esto hacía David cuando se veía atribulado: clamaba al Señor en su tribulación, y el Señor le atendía (Ps. CXIX, 1). Debemos recurrir a Él y suplicarle, sin dejar de hacerlo hasta que nos oiga. Conviene fijar los ojos en Dios y no apartarlos de Él, y seguir suplicándole hasta que tenga compasión de nosotros. Conviene que tengamos  gran confianza en el corazón de Jesucristo, que está lleno de misericordia, y no hacer lo que hacen algunos que se abaten si no los oyen al punto que han comenzado a suplicar. Para estos dijo el Señor a Pedro(Matth. XIV, 31) : Hombre de poca fe, ¿por qué has desconfiado? Cuando las gracias que deseamos obtener, son espirituales, y pueden contribuir al bien de nuestras almas, debemos estar seguros de que Dios nos oirá siempre que le supliquemos con tesón, y no perdamos la confianza. Es por consiguiente necesario, que en la tribulación no desconfiemos jamás de que la piedad divina nos ha de consolar: y debemos repetir con Job, mientras dura nuestra aflicción:Etiam si occiderit me, in ipso sperabo (Job. XIII, 15). Aunque el Señor me quitare la vida, en Él esperaré.

18. Las almas que tienen poca fe, en vez de recurrir a Dios en el tiempo de tribulación, recurren a los medios humanos, desdeñándose de acudir al Señor, y no pueden ver socorridas sus necesidades. Nisi Dominus aedificaverit domun, in vanum laboraverunt, qui edificant eam. (Ps. CXXVI, 1). Si el Señor no es el que edifica la casa, en vano se fatigan los arquitectos.

19. De este modo se lamenta el Señor, diciendo: Nunquid Dominus non est in Sion… ¿Quare ergo me ad iracundiam concitaverunt in sculpitibus suis? (Jerem. VIII, 19) Pues qué, no está ya el Señor en Sión?… ¿Porqué los hombre me provocan la ira volviéndome la espalda, y prosternándose ante los ídolos que han invocado, y en quienes colocan toda su esperanza? 

20. En otro lugar dice el Señor: ¿Nunquid solitudo factus sum. Israëli aut terra serotina! ¿Quare ergo dixit populus meus: Recessimus non veniemus, ultra ad te? (Jerem. II, 31, 32¿Porque motivo decís, hijos míos, que ya no queréis recurrir a mí? ¿Por ventura he sido para vosotros tierra sombría que no da fruto? Con estas palabras explica el gran deseo que tiene de que recurramos a Él, a buscar consuelo en las tribulaciones, para podernos dispensar sus gracias. Y al mismo tiempo nos hace saber, que cuando le suplicamos, no se hace mucho rogar, sino que está presto a socorrernos y consolarnos.

21. No duerme el Señor, -dice David-, cuando nosotros recurrimos a su bondad, y le pedimos algunas gracias útiles a nuestras almas, porque entonces nos oye cuidadoso de nuestro bien. Y San Bernardo dice, que cuando le pedimos gracias temporales, o nos dará lo que pedimos, u otra cosa mejor. O nos concederá la gracia perdida, siempre que nos sea provechosa para el alma, o alguna otra más útil, por ejemplo, la de acomodarnos con resignación a su santísima voluntad, y a sufrir con paciencia aquella tribulación, que nos aumenta los méritos para conseguir la vida eterna.

-Aquí se añade un propósito de penitencia y de conformidad en las tribulaciones, con la voluntad de Dios, y una súplica a Jesús y a María para que nos ayuden en ellas-.